La neoseguridad rentable “A mayor seguridad se rente, mayor inseguridad se siente”
Por Sergio Emmanuel Suárez Ledezma
Hablar del concepto de seguridad es entrar a un terreno complejo, sin referirse a su simple definición, “que es la cualidad del estar seguro”; sino al uso cotidiano del significante “seguridad”. Esta diversidad llega a distintos ámbitos, por ejemplo, la seguridad de un ciudadano, la pública, la social, la privada, la penitenciaria, la laboral, la escolar, la doméstica, la virtual, etc.
Esto se puede extender a espacios derivados; así hasta afirmar que todo en este mundo tiene que ver con seguridad. Querer comprobar la idea determinista de la seguridad como cualidad universal, nos lleva a un ejercicio ocioso, y es posible que la ciencia pronto se quiera encargar de ello, porque hasta este nivel llega, que ahora existen “ciencias de la seguridad”.
Si la seguridad está en diversos ámbitos, el mercado no quedó inadvertido. No es referente a una seguridad mercantil, sino mercantilizada; la seguridad no sólo se materializó, también se mercantilizó; mejor dicho, esta diversidad ya es el mercado de la seguridad. Hablando únicamente de la seguridad social, el Estado-nación es gestor de ésta.
Al menos en México, la tarea aún se mantiene, llámesele seguridad nacional, pública, ciudadana; todas son competencias del gobierno de su Estado (principalmente Poder Ejecutivo). La facilidad que implementó la economía mercantil para y entre Estado-naciones, desprendida de la ideología liberal de Adam Smith, también llegó a la seguridad; con la flexibilidad de políticas públicas, existe la apertura de que la iniciativa privada cubra el déficit de esta tarea, prueba de ello es la existencia de una seguridad privada, o mecanismos materiales para la seguridad.
Si en el mundo del mercado, lo funcional es tener acceso a la compra y venta de un producto, la institución privada que ofrece seguridad es sólo un contrato con el ciudadano, que se reduce a evitar ser víctima de algún delito. Puede entenderse, y hasta se habla comúnmente de que es una forma de comprar seguridad; aunque esta afirmación sea un engaño, porque se puede pagar por recibir una seguridad, pero no hay garantía de que ella permanezca en toda cobertura de tiempo y espacio, sencillamente es una “renta”.
La supuesta valía de esta seguridad depende del capital del cliente. La seguridad privada se ofrece al portador de capital que la requiera, comprometiéndolo a un contrato para rentarle seguridad. Lo hace sentir beneficiado de una seguridad que un prójimo-capacitado cubre por él, sabiendo o no que este otro es un ciudadano con la misma necesidad, aunque no se trate como tal; y que tampoco tiene garantía de seguridad que su empresa ofrezca; y puede estar de por medio su vida para asegurar la ajena.
La seguridad privada es un modelo de reproducción de la función del Estado a escala micro, como intento de mejoramiento y aumento de distintas prestaciones, es decir, una persecución y asistencia particular y constante, que incrementa una dependencia. El gobierno de un Estado también renta la seguridad a sus gobernados.
La tranquilidad psicológica que proporciona el servicio de seguridad puede ser equiparable a la tranquilidad que proporciona un ingreso económico suficiente para el ciudadano. Por consecuencia hay un menor otorgamiento de esa seguridad para el más pobre. Se puede decir que es una forma de pervertir la tarea del gobierno de un Estado, pero hay otra más perversa que ésta. Tiene que ver con la causa de la existencia de toda seguridad, que es su antagónico y predecesor, es decir, la “inseguridad”, que en muchos de los casos sólo se reduce a miedo al delito.
En nuestro país, no es fácil acceder a un servicio de seguridad privada, incluso, para un ciudadano mexicano resulta innecesario que le cubran este servicio; y sólo es “una seguridad de élite”. Llámesele compra o renta, a aquel sujeto o grupo interesado en obtenerla, se le vende un plus contrario al producto, aunque en lo aparente es seguridad, él obtendrá una inseguridad a cambio, entre más seguridad necesite, más inseguridad obtendrá. Es una paradoja que haya espacios y poblaciones estigmatizados como “inseguros”, pero que los ciudadanos que la habitan se sientan seguros; y es una constante que en un territorio con dispositivos y mecanismos de seguridad (casi siempre privada y aislada), su población perciba una mayor inseguridad.
Está en auge la tendencia a hablar de inseguridad más que de seguridad (con una amplia participación de los mass-media), no es fácil desprender la una de la otra. La labor (sea gubernamental o de cualquier organismo) se invirtió a “combatir o guerrear la inseguridad”, y no lograr la seguridad. Se llegó a pervertir, puesto que, si la seguridad incluía la preservación de la vida o el bienestar de los ciudadanos, ahora es justificable destruir al que amenace tal principio; se ignore o no, que él era parte de la causa a proteger. Es la forma de romper el contrato que se le impuso, sea público o privado.
Si la inseguridad es más rentable que la seguridad, para el mercado, hay formas de comerciarla; y para ello los medios de comunicación son fieles comisionados. En la complejidad de la inseguridad se construyen dos distinciones, la inseguridad objetiva y subjetiva.
Los mass-media no se encargan de mostrar la inseguridad objetiva, aunque lo parezca, es decir a los hechos empíricos y verificables, que dañan a las personas y su patrimonio; sino a la otra inseguridad, la subjetiva, que se refiere a la percepción de la condiciones de seguridad en su entorno, pero logra dimensiones independientes, puede incrementarse y distorsionarse.
Los medios de comunicación (también rentables por su carácter privado), cubren una inseguridad que ya no es objetiva; con esto se justifica la correlación seguridad-inseguridad: “a mayor seguridad se rente, mayor inseguridad se siente, y viceversa”. La inseguridad subjetiva depende de cada persona, y repercute en sus acciones y la inseguridad de otros; de esta forma la opinión publica aún mantiene ese poder de repercusión.
Así podemos observar que a algunos servidores públicos, gente con trayectoria política, y locutores de programas de televisión, les otorgaron o se otorgaron, el plus del discurso de la inseguridad; y efectivamente lo logran enunciar, porque cambian el curso del referente hegemonizado de inseguridad, que es en sí una inseguridad subjetiva.
El gobierno de un Estado sabe comerciar con la seguridad. En nuestro país, la seguridad se torna como un principio universal o un valor moralizante; en el nombre de la seguridad se diseñan planes de desarrollo, leyes y reglamentos, iniciativas de reforma legislativa, campañas, programas, plataformas, informes de gobierno, presupuestos destinados a inversión de infraestructura, de equipo y armamento, operativos policiales y militares, y hasta simulaciones, etc.
La creación de estos programas de seguridad, con frecuencia, es considerada con el carácter de emergente, de justa, e incluso de prioritaria. El comercio de la seguridad, fluye como producto de la inseguridad subjetiva, gracias a que se importan modelos de otros países y discursos que afirmen una solución a la inseguridad, con la etiqueta de “innovador”, “novedoso”, o no necesariamente.
Estos modelos se rentan porque mantienen una vigencia, pero también una deuda al proveedor; como en la seguridad privada; el cliente puede sentirse libre y seguro, pero en verdad lo hace esclavo de su protección. El producto es una reproducción del modelo, con distorsiones que justifican la adaptación al contexto.
En México, está presente el sello del bien común, como principio liberador. Hay una convergencia, entre la seguridad (léase inseguridad) y el bien común (léase voz de las empresas), que trae consigo políticas implementadas que construyen paradojas éticas.
No se evalúa la capacidad contraproducente de sus efectos, producen más inseguridad y violencia. Un ejemplo es la campaña “Limpiemos México, rescate de espacios públicos” del Gobierno Federal; es una campaña híbrida en sus objetivos, con una intención higienista. Se incluye la prevención y la seguridad; y al mismo tiempo el énfasis al combate, la persecución, la sanción y el repudio a la delincuencia; que son acciones que generan más inseguridad. Esta campaña puede proteger una causa y después combatirla.
En México, el Gobierno Federal necesita de la inseguridad (principalmente miedo y repudio a la delincuencia), para fundar su causa y carencia de legitimidad. Los referentes “narcotráfico”, “narco”, “cárteles” o “delincuencia organizada” son funcionales, se transformaron en el antónimo de la seguridad: “inseguridad igual a narco”; y son el anagógico gubernamental, e incluso llamados como “los enemigos de México”: por el Ejecutivo Federal, “delincuencia organizada son la antítesis de la función gubernamental”, afirmación que no toma en cuenta que los enemigos de México también son ciudadanos mexicanos, frecuentemente jóvenes, que son mayormente violentados.
Nada de lo anterior exenta a la delincuencia de su responsabilidad penal y social, no por ello es justificable sobre-victimar al criminalizado. De una u otra forma, somos un país cada vez más narcotizado, pero de inseguridad, objetiva y subjetivamente. No es de México esta construcción, porque este concepto también es rentable a nivel global, y bien impulsado por el imperio yanqui (Estados Unidos), promotor del liberalismo o neoliberalismo.
La inseguridad, así como la seguridad, también es un producto rentable, novedoso y materializable, para comerciar; construcción de una necesidad producida por la carencia. El neoliberalismo está impregnado en la inseguridad en distintas modalidades; quiere cubrir la necesidad con un disfraz de libertador, a base de capital.
El neoliberalismo es obrero de la inseguridad, que requiere de un gobierno inseguro. Esta inseguridad, sea objetiva o subjetiva, violenta a la población destinataria. Así, la seguridad que brindan los gobiernos con políticas neoliberales, es una “neoseguridad” rentable, y en su intento de liberar al cliente, producen lo contrario. Aunque estemos exentos de consumir seguridad privada, constantemente somos consumidores de artículos del mercado, para nuestra seguridad. En todo caso, cabe preguntarnos, ¿lo que consumimos es seguridad o inseguridad?