Opinión

“La propiedad privada de la administración pública”

Punto y seguido

Por: Ricardo Rivón Lazcano

Hace 30 años, en noviembre de 1986, Gabriel Zaid publicó en la revista ‘Vuelta’ un breve ensayo con el título arriba entrecomillado. Era la época de la renovación moral encabezada por Miguel de la Madrid. Ahora, 30 años después, vemos cómo una de las tesis esgrimidas por Zaid tiene plena vigencia.

Beto Borge, Elba Esther Gordillo, Andrés Granier, Cesar Duarte, Tomás Yarrington, Humberto Moreira, Arturo Montiel, Fidel Herrera, el propio Enrique Peña, Ángel Aguirre, Javier Duarte, Guillermo Padrés, Gabino Cué, y un largo etcétera la confirman.

Zaid planteaba que “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema.”

La corrupción es el sistema mismo, y consiste, dice Zaid, “…en declarar que el poder se recibe de abajo, cuando en realidad se recibe de arriba; en disponer de las funciones públicas como si fueran propiedad privada; en servir al país (porque el sistema le ha servido al país, eso no puede negarse), pero sin dejar a su juicio: ni quiénes le sirvan, ni cómo le sirvan, ni cuánto se sirvan como pago de sus patrióticos servicios, ni si el trabajo quedó bien hecho o procede una reclamación.

El país está bajo tutela, como un príncipe menor de edad a cargo de un regente, supuesto servidor que usa el poder como suyo, hasta para servirle de verdad. La soberanía del tutor suplanta la del futuro soberano, pero no mientras llega a la madurez (pospuesta indefinidamente), sino mientras llega el próximo tutor”.

Hobbes y Leviatán para mostrar el origen de la corrupción mexicana

Se comprende la lógica de Hobbes: en una sociedad donde todos son soberanos, y cada soberano vive en armas, según su propia ley, los bandidos y asesinos atropellan a los más débiles; hasta que estos abdican de su soberanía, de sus armas y de su ley, para entregarse al más fuerte: ten tú las armas, haz tú la ley, te apoyamos para que seas el Soberano único, el monstruo Leviatán, el Estado; para que acabes con los asesinos y bandidos; para que te conviertas en nuestro único asesino y nuestro único bandido.

Pero, a cambio de esta abdicación, perdónanos la vida y no nos robes demasiado.

La situación es tan humillante que quizá por eso se inventó la noción de que el verdadero soberano es el pueblo, y de que el pueblo hace la ley y tiene las armas y la riqueza colectiva, aunque en la práctica todo está en manos de políticos profesionales, militares profesionales, administradores profesionales, cuando no de bandidos y asesinos profesionales. Se supone que los profesionales del estado son los mandatarios, representantes, servidores, del verdadero soberano que es el pueblo.

Extractos que quieren ser aforismos:

-En México, la honestidad es tragicómica. Hay que disimularla, para no causar lástima o no causar problemas. Todo mexicano movido por un deseo de transparencia, especialmente en la vida pública, se siente ridículo.

-En el puritanismo se reprime la felicidad como un deseo siniestro. En la corrupción se reprime la transparencia como un deseo ridículo.

-Una anécdota, quizá… apócrifa, pero…  reveladora: Un joven periodista limpio, revolucionario, hace sus primeras armas en un periódico limpio, revolucionario. Pronto recibe un sobre con dinero de la fuente que cubre, y no sabe qué hacer. Busca orientación de sus colegas experimentados, y la recibe: Desde luego, si te corrompe, debes rechazarlo. Pero si no te corrompe.

-Si hay un deseo prohibido en nuestra vida pública, si hay un deseo temido como destructor y caótico, es el de transparencia. La gente decente se burla de este deseo como de una incontinencia infantil, como de un romanticismo que se cura con la madurez.

-También podemos imaginar a los hijos de un policía de tránsito, cuando les toca verlo trabajar ¿Qué sentirán? Lo mismo que los hijos de los funcionarios y políticos. O tienen escrúpulos y se sienten ridículos. O se sienten fregones, identificados con su padre.

-“En este país, donde los niños ven a sus padres dar y recibir mordidas, donde la experiencia cotidiana, en la familia, la escuela, el trabajo, la vida pública, está permeada por la corrupción, sería un desastre que los padres, maestros, jueces, líderes, patrones, presidentes, fueran vistos como degenerados. Son vistos de la única manera posible, para no volverse locos: como triunfadores, que logran imponerse, o cuando menos sobrevivir. Por eso los hijos de Sánchez, los hijos del padre cabrón, acaban identificados con él y repitiendo: “hay que ser cabrones”, “el que no es cabrón es puto.”

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