La revolución por la que murió Salvador Canchola
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
A la ideología dominante le gusta maximizarlo todo y ver al mundo con foquitos de colores (tipo Disney): Importa ser el más grande, el más fuerte, el más veloz, el más alto, el excelente, el “número uno”, el más bello, el más poderoso. Según esto, aspirar a ser “non plus ultra” nos (¿nos?) permite competir internacionalmente y relacionarnos con las más altas capas sociales, de las que obtendremos grandes beneficios. A los pudientes no les interesa el costo social y ecológico de esas magnas aspiraciones, ni lo que suceda material y e s p i r i t u a lme nt e con el resto de la población (con los que ni siquiera pueden entrar a la competencia o con los que deciden no entrar).
Para quienes ven la cara oculta de la vida, en cambio, el problema con esto es que cada vez son más los que se están quedando fuera de la jugada.
Casi toda la sociedad se organizó así, porque así conviene al Poder; porque con sus discursos y artimañas alucinantes ha embelesado y comprado a quienes tienen capacidad de decisión, en la mayoría de los espacios (desde el Presidente de la República hasta el último coordinador de departamento); porque muchos se han creído que las decisiones que aquéllos toman son para “vivir mejor”; y si no lo creen, sí piensan que “no hay otro camino”, “nada se puede hacer” y por eso “nadie hace nada” (y entonces ¿por qué yo?). También se organizó así, porque muchos de los que sí entienden lo que sucede, buscan su acomodo egoísta, se atoran en guerras fratricidas o sufren de impotencia.
Como maldición gitana, mientras más creamos que “nada podemos hacer”, más fuerza adquiere el monstruo que nos rige.
Por eso, al Poder le interesa convencernos de que sólo “los negativos” no ven que “Querétaro está bien bonito” y de que “eres un suertudo” por vivir en él. Ha de convencernos de que las reformas estructurales (del trabajo, de la educación, energética, etcétera) son lo único que nos faltaba para despegar como país primermundista. Con ellas, automáticamente, “todo mundo” (si se porta bien) podrá tener educación de calidad y al menos un trabajito de medio tiempo. De sus “competencias”, dominio en TICs e inglés (más bien palancas), dependerá si ese empleo es de esclavo raso o de esclavo NOM ISO 9000.
A más trabajo… (¿De veras alguien cree que habrá más trabajo?), mayor capacidad de compra (en abonos y con sus correspondientes intereses), que en esto consiste el sentido de la vida. Para los pobres (que habrá muchos más, según los analistas), está Teletón y los redondeos en el súper; si no, ¿cómo harían los ricos sus obras de caridad?
Desde el lado oscuro de la vida, se ven, en cambio muy claras las contradicciones de este sistema. Resulta inconcebible que, en plena celebración de la Revolución Mexicana, nuestros legisladores, sin consultarnos, aprueben iniciativas de ley que nos regresan al siglo XIX, tirando al abismo (como castigo de Sísifo), lo que tanto trabajo costó a quienes lucharon y siguen luchando por la justicia en México.
Mientras esto sucede, se nos muere el querido Salvador Canchola. Su imagen y el recuento de sus luchas constituyen un contraejemplo del pensar dominante y una evidencia de que las buenas alternativas son posibles.
Esto no lo ven quienes sólo se mueven en autos de lujo, desde sus zonas residenciales hasta el Centro Histórico o el de Convenciones, que no viajan en camiones urbanos, ni han entrado (conceptualmente, no sólo físicamente) a “la cueva del lobo” donde sobreviven, se angustian, lloran y sueñan los marginados.
¿Quién dijo que sólo importan los “número uno”?, Salvador, desde la Teología de la Liberación, se comprometió preferencialmente con los últimos, los vulnerables, los feos, los malolientes, los insignificantes… para hacerlos creer en sí mismos y en su capacidad transformadora.
¿Quién dijo que “nadie hace nada”? Salvador Canchola, era tremendo, más activo y terco que Francisca (la del cuento de “Francisca y la muerte”, esa mujer a la que La Parca nunca encontraba, porque andaba del tingo al tango, ocupada en mil quehaceres, concentrada en mil proyectos, dirigiendo mil reuniones).
¿Quién dijo que “la política es una porquería” y que “todos los políticos buscan sólo su propio beneficio”? Salvador Canchola fue toda su vida militante de izquierda, pero entendió a la política como Utopía Revolucionaria, como lucha por construir un mundo en el que quepamos todos, y todos sin excepción podamos vivir en él con dignidad y alegría.
El compromiso vital de Salvador Canchola representa una exigencia para todos, en especial para nuestra clase gobernante: Recuperar la política como tarea humana fundamental, dirigida a construir y realizar colectivamente una utopía social; en lugar de verla como simple “chamba” muy bien pagada, al servicio del gran capital.
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