Opinión

La voluntad de debatir frente a las estrategias de campaña

Por Iván Islas

¿Por qué son importantes los debates?

El interés de que el candidato presidencial Enrique Peña Nieto (EPN) asista al debate organizado por la periodista Carmen Aristegui revela un tema que ha estado en la mesa de discusión en las últimas semanas: el “debate sobre los debates”. Pero ¿qué hay de fondo en dicho asunto? ¿Por qué hasta la elección de 2012 los actores, incluidos los medios, han mostrado sumo interés por los debates y su proliferación? ¿Son factibles en nuestra coyuntura electoral?

Josefina Vázquez Mota (JVM) ha expresado, cuando fue víctima de campañas negativas en Internet hace algunas semanas, su interés por “el debate de ideas”. Por su parte, el propio EPN ha manifestado que no caerá en provocaciones y que, en cambio, él hablará de sus compromisos con la gente, en respuesta a los spots negativos en su contra provenientes de diputados y senadores del Partido Acción Nacional (PAN) donde lo califican como “mentiroso”. En cuanto al candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha hecho público su rechazo a la espotización y su exhortación para que se celebren la mayor cantidad de este tipo de eventos, en contraste con su negativa en el 2006 por asistir a uno de los debates oficiales.

A pesar de tales expresiones, lo primero que habría que apuntar es un innegable contraste entre los dichos y los hechos de parte de los candidatos con respecto a la “voluntad” por debatir. El externar su deseo por una campaña de ideas y no enfrentamientos superficiales sigue siendo, hasta hoy, un mero recurso retórico hueco, casi convertido en lugar común.

En estas primeras semanas de campaña, hemos sido testigos de publicidad negativa en Internet, radio y televisión; de estrategias como la famosa “mesa de la verdad”; o reticencias de los candidatos EPN y JVM a asistir a mesas de debate como las convocadas por la periodista Carmen Aristegui, hechos que, innegablemente, dan indicio de poca o nula disposición al diálogo y a la discusión racional.

Los debates, el primero en México efectuado 1994, son considerados como las únicas oportunidades donde los candidatos en campaña se exponen a los potenciales electores en un mismo espacio y tiempo. Es un momento en el que no sólo se exponen ideas, sino además se exhibe su capacidad en el manejo del discurso, se ponen a prueba conocimientos, bagajes culturales, expertise, e incluso se pueden observar el manejo de sus emociones, su psicología, etc. Todo ello emerge en tales actos, a pesar de que el propósito literal sea únicamente “exponer y confrontar ideas de campañas”.

En el debate sobre el debate, el tema de fondo, considero, tiene que ver con la llamada deliberación, rasgo esencial de toda democracia y que se definiría como el proceso en el que actores intercambian y discuten posturas o afirmaciones acerca del estado de las cosas con miras a la toma de alguna decisión. En campañas electorales, tales afirmaciones, en el mejor de los casos, estarían relacionadas con los planes y programas de gobierno de partidos o candidatos, o incluso a cuestiones mucho más generales, casi siempre de orden valorativo como el aborto, matrimonios entre personas del mismo sexo, etc. La premisa básica es que si en la esfera mediática se puede observar dicho intercambio, los electores tendrían muchos más elementos para su decisión de voto.

Ahora bien, al tratar de situar la deliberación en las contiendas, tenemos que reconocer que nos encontramos ante una paradoja casi irremediable. Si atendemos de manera estricta a su acepción, la deliberación comúnmente está asociada a ciertos espacios, como las cortes o los parlamentos. Su propia definición, casi normativa y vinculada con la toma de decisiones, la aleja de ámbitos como las contiendas electorales y toda la parafernalia en cuanto a estrategias de la publicidad política alrededor de éstas.

En este sentido, el hecho de que los debates se conviertan en una realidad y que efectivamente estén vinculados a una situación en la que se confronten ideas, tendrá que estar ligado a dos hechos: el marco jurídico electoral, que actualmente privilegia la espotización; y por otra parte, y en este momento el más importante, el comportamiento de los actores, es decir, la real “voluntad” por debatir, por confrontar ideas de programas de gobierno, defenderlas de manera racional, y entonces sí, al final, brindar al electorado información relevante para su toma de decisión.

Los debates podrán ser oficiales, en los que los partidos han definido formatos, y que quizá sean los más rígidos; pero también existen, y la ley lo permite, los que organicen los propios medios y periodistas, como el que se celebrará el miércoles que viene (si acepta EPN) en MVS Radio o al que convocó Grupo Milenio.

Sabemos que en la decisión de voto intervienen muchos factores, tanto emocionales como racionales, y que ambos estarán en juego el día de la elección. Sin embargo, comparto la idea de que entre más debates se lleven a cabo, será más positivo para nuestra incipiente democracia. Considero que nos situamos en un momento de tensión entre un estadio de nuestra consolidación democrática frente al peligro de una regresión, y quizá sea ésta una de las respuestas al por qué hasta ahora muchos se interesan sobre “debate sobre los debates”. La deliberación, asunto detrás de los debates, no lleva siempre a la “mejor” decisión, pero sí implica que se han confrontado ideas y que habrá decisiones muchos más legítimas, incluida la del voto, pues éstas habrán sido resultado de la discusión y el intercambio racional de ideas.

Ante lo antes dicho, surge la pregunta: ¿Los actuales candidatos y sus partidos tendrán real voluntad para debatir o ante su posición en las encuestas simularán y privilegiarán la estrategia político-mercadológica? Eso lo sabremos en unos cuantos días.

 

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