LOS GALARDONES DE LA LEGISLATURA
Por: Agustín Escobar Ledesma
PARA DESTACAR: mi grupo de asesores personales recomienda que ya no me postule para galardones que solamente tienen valor simbólico, que mejor participe como candidato independiente para diputado local: un diputado obtiene alrededor de 90 mil pesos mensuales, sin contar las prerrogativas que a veces son mayores que el mismo sueldo.
“Gabriel García Márquez afirmaba que ‘El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad…’”. Esta era la entrada del texto que llevaba preparado para leer durante la ceremonia en la que me sería otorgado el reconocimiento de la Medalla de Honor “Ezequiel Martínez Ángeles” en su versión 2016, a manos de los integrantes de la LVIII Legislatura del estado de Querétaro.
Más adelante, en mi discurso enlistaba una serie de agravios que la sociedad queretana ha sufrido, empezando por el drama de los migrantes desaparecidos que ninguna autoridad busca; los feminicidios, las desapariciones de mujeres, hombres y niños en las calles de nuestras ciudades; el control asfixiante que el gobierno del estado ejerce en contra de la prensa local, en el que algunos medios son ahogados con publicidad excesiva mientras que a los críticos los sofoca por la falta de recursos. Ambas situaciones impiden que los medios queretanos respiren de manera crítica y analítica, lo que redunda en una pésima calidad de la democracia queretana.
También tenía redactadas algunas líneas sobre el poder absolutista del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial, lo que ha convertido de facto a la administración de Francisco Domínguez en la Santísima Trinidad: tres poderes distintos y uno solo verdadero.
Sin embargo, el formato del protocolo de entrega realizado el 14 de julio, como todos los actos del poder, estaba previamente establecido y a ninguno de los galardonados nos otorgaron el uso de la tribuna, tal vez porque éramos muchos, supongo. Por supuesto que yo hubiese preferido que los premiados expusiéramos en diez minutos cada uno, la realidad en cada una de las áreas que nos compete. Hubiesen sido importantes las palabras de los también reconocidos: Manuel Maya Sotelo, Concepción Moreno Arteaga, Ma. Guadalupe Perea, Teodoro Reséndiz Rincón, Edmundo Cano González y Gastón Lafourcade Valdenegro.
Otra dosis de realidad
Por cierto, hace algunos días, ante un apremio en mis arcas, me vi en la imperiosa necesidad de empeñar mis únicas alhajas en el Monte de Piedad, el que está en Juárez, frente al edificio de Bellas Artes. A la medallita de la guadalupana de oro y mi anillo de bodas del mismo metal precioso, agregué el reconocimiento al mérito periodístico que me entregara la Legislatura ¿Acaso no dicta la sabiduría popular que los bienes son para remediar los males?
El perito valuador aceptó los dos primeros objetos pero, el reconocimiento, lo apartó de su vista. Se lo acerqué nuevamente, dijo que valía nada porque era de baño de oro y que eso, aquí y en China, solo tenía un valor simbólico. Para sacarme de dudas me preguntó ¿le puedo limar un poco a su reconocimiento para hacerle la prueba del ácido? Acepté. De un pequeño y oscuro frasco le puso una gota con los resultados que el analista ya esperaba para mostrarme ufano el resultado: “Ire, le estoy diciendo que esto no vale madres”. Mientras el ácido hervía en el metal, la bilis hacía otro tanto en mis entrañas.
Salí con el rabo entre las patas y, lo peor, con menos dinero del que yo esperaba para solventar mis deudas. Creo que caminé por todo el Centro Histórico de Querétaro y ni atención le puse a la remodelación del jardín Zenea que ha invadido de incomodidades a los queretanos; mis pensamientos, que también daban de tumbos sin ton ni son, se estacionaron en una anécdota imprecisa de un nobel escritor latinoamericano quien empeñara la medalla de oro que el ayuntamiento de una ciudad portuaria le colocara en el pecho en reconocimiento a su trabajo con la pluma. Con lo que le dieron pudo sobrevivir un mes más.
Una vez que desperté de la anécdota, no me quedé con los brazos cruzados, enseguida me di a la tarea de investigar en los archivos del Poder Legislativo del Estado de Querétaro el decreto de creación de la medalla de honor al mérito periodístico “Ezequiel Martínez Ángeles”, para ver si no me habían dado gato por liebre.
Pero no, el artículo segundo del decreto, señala: “Una medalla dorada, pendiente de una cinta de seda color vino, de 650 milímetros de largo y 20 milímetros de ancho, para fijarse al cuello. La medalla estará bañada en oro de 14 quilates, midiendo 50 milímetros de diámetro y 04 milímetros de grosor”.
Mis sospechas de que eso de bañarse no dejaba nada bueno fueron corroboradas y como dijera el filósofo de Juárez: ¿pero qué necesidad de postularse al reconocimiento periodístico que entrega el Poder Legislativo? Y es que, después de haber obtenido el premio, así como han habido personas que me han felicitado, otras -las menos-, me han reclamado airadamente la obtención del galardón que solo estuvo prendido en mi pecho durante la ceremonia llevada a cabo en el cineteatro “Rosalío Solano” y ahora está oxidándose, colgada de una pared.
Ante tal situación, mi grupo de asesores personales recomienda que ya no me postule para galardones que solamente tienen valor simbólico, que mejor participe como candidato independiente para diputado local por alguno de los 25 distritos electorales de Querétaro. Y es que, de acuerdo a los datos que mis asesores me mostraron, un diputado obtiene alrededor de 90 mil pesos mensuales, sin contar las prerrogativas que a veces son mayores que el mismo sueldo. “¿Has visto la camioneta de Eric Salas, presidente de la LVIII Legislatura?, por lo menos, cuesta 800 mil pesos”.
“Ni certificado de primaria necesitas para postularte”, rematan. Sin embargo, les digo a mis asesores que estoy inoculado por la pasión del periodismo y que sobre eso, hago mías las palabras de García Márquez: “Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso”.