Los inmigrantes de otros estados del país y extranjeros en Querétaro: un nuevo desafío a la tolerancia
Por: Edmundo González Llaca
Es una tristeza, pero los seres humanos hemos tenido una imaginación muy fecunda para odiarnos. Así lo prueba la historia. Todo ha sido un buen pretexto para pelear entre sí. Por no creer en el mismo Dios, por ambición, por no hablar la misma lengua, por envidia, por no tener el mismo color de piel o los mismos rasgos; por no compartir las tradiciones.
La intolerancia ha provocado en la historia de la humanidad los crímenes más horrendos. Un solo ejemplo. David Joris, vivió en el siglo XVI, originario de los Países Bajos, fundó su propia iglesia, lo que provocó la ira de los luteranos que lo persiguieron y optó por huir y vivir en la clandestinidad. Nunca lo pudieron encontrar y David Joris murió escondido. Los protestantes de la época no quedaron satisfechos con la desgracia de hacerlo vivir perseguido y en la oscuridad, ni siquiera con su muerte quedaron satisfechos, lo buscaron hasta encontrar su tumba y lo desenterraron. Llevaron el cadáver a la plaza pública y lo acomodaron a una silla. Lo juzgaron públicamente, obviamente el cadáver de David Joris no se defendió y se mantuvo totalmente indiferente ante esa orgía de odio. La condena del jurado fue arrastrarlo por las calles de la ciudad, matarle cualquier célula que le quedara de vida y después quemarlo en la plaza pública.
La humanidad ha tenido que pasar por muchos vía crucis, torturas, hogueras, persecuciones, juicios, cárceles, lágrimas y muertes para llegar a aceptar las diferencias entre sí. Esta aceptación de nuestras respectivas singularidades, ha costado mucho. Al principio las sociedades no estaban muy convencidas a dejar de odiarse por las diferencias, es más, se convencieron a empujones, reticentes; simplemente agotadas, fastidiadas de tanto pleito y desgaste de energía, vidas, recursos humanos y dinero. La misma palabra sacramental que blandieron las naciones para alejarse de esa vida a la orilla del abismo de la violencia y la represión, habla del poco convencimiento íntimo de la humanidad a la aceptación del otro, esa palabra es: tolerancia
La tolerancia no es una palabra fuerte, decir que toleramos es afirmar simplemente que aceptamos, aunque en el fondo no estemos de acuerdo. El fuego de las pugnas y las persecuciones hizo a la humanidad aceptar, pero se reservó el derecho a la indiferencia. Este tipo de tolerancia, llamémosle light ha encarado nuevos retos. Las formas modernas de interacción entre la gente han provocado conflictos desconocidos. Mantener la armonía, el diálogo, la convivencia pacífica es cada día más difícil.
Las diferencias marcan abismos desconocidos entre nosotros. El sexo, por ejemplo, ya no es un género que asignaba la naturaleza, sino que el sexo es ya una elección personal; los discapacitados, que siempre han existido, reclaman desde una nueva terminología, capacidades diferentes, y su plena igualdad. La globalización trajo al mundo cierta homogeneización cultural, pero también despertó los nacionalismos, el espíritu étnico y hasta nuevas autonomías. La globalización al mismo tiempo que nos ha igualado ha acentuado las diferencias.
El mercado internacional, ha acortado la distancia entre los países; compradores y vendedores cruzan todas las fronteras en búsqueda de clientes. Hace unos cuantos años, en Querétaro el extranjero era solamente el turista, a quien se le veía con una natural simpatía, entre otras razones, porque era evidente su paso fugaz en nuestros lugares que convivíamos.
Querétaro, vale decirlo para las nuevas generaciones, no fue, nunca había sido en toda su historia, un lugar cosmopolita. En nuestra ciudad los pocos nacionales de fuera eran claramente distinguidos, identificábamos al español del hotel, al de los ojos rasgados le decíamos sin mayor precisión, “El chino”; reconocíamos al hombre de color con el pelo ensortijado, como el cubano que tocaba en un conjunto tropical. Así les llamábamos, por el nombre de su nacionalidad, prueba de la rareza de su presencia entre nosotros.
Nada tiene que ver esa familiaridad de antaño, individual y personalizada, ante los nuevos flujos de personas de todo el mundo en nuestro estado. Querétaro se ha convertido en un mosaico en el que están presentes aproximadamente la mitad de las naciones del planeta, pero que además, es gente que reside permanentemente en nuestro territorio. Que practican sus costumbres y que tienen restaurantes especializados; que están hombro con hombro en nuestras rutinas. Toda heterogeneidad evidentemente provoca tensiones y enfrentamientos.
La humanidad ha llegado a una conclusión apabullante, y al parecer bastante obvia, es más fácil la circulación de los capitales y de los productos, que la tensión que provoca la movilización de personas entre los países. Existe una natural tensión entre los habitantes de los países receptores que deben acostumbrarse a la diversidad no solamente física sino de otras formas de vida; tensión natural también entre los inmigrantes, que viven una doble vida: la nueva a la que se tratan de adaptar y la de su país de origen que tienen derecho a conservar.
¿Cómo resolver digamos este nerviosismo, esta lógica incomodidad de la nueva multiplicidad nacional de la sociedad? Tanto la población dominante como las minorías tienen un dilema. Los habitantes del país receptor pueden decidir entre aceptar aparentemente y en el fondo discriminar a los “extraños” o tratar de asimilar al que llega de otras partes, con absoluto respeto a sus diferencias. El visitante, a su vez, tiene otro dilema: puede marginarse, formar cotos exclusivos en su lugar de trabajo y en su vida particular, en suma, intentar formar un espacio diferente, ante una realidad que lo apabulla y rodea; la otra estrategia es buscar relacionarse, desarrollar intercambios, descubrir nuevos interlocutores.
En otras palabras, los inmigrantes pueden elegir entre ser peregrinos, es decir, permanentes extranjeros que van de paso, o pueden elegir ser huéspedes, que es el amigo que se asimila, que respeta las reglas y los valores del nuevo hogar que lo acoge.
Los residentes, los queretanos, pueden elegir entre ser testigos de piedra, ausentes y distantes ante el visitante, o pueden decidir ser anfitriones, atentos, comedidos, preocupados por la felicidad de quienes al desarrollarse profesionalmente reparten beneficios para todos y traen con ellos un bagaje cultural, rico y variado, que almacena infinidad de cosas para enseñarnos.
Ante estos dilemas, olvidémonos de los valores humanistas, después de todo el mercado internacional y las oleadas de visitantes extranjeros y la recepción en otros países, no responde a necesidades de curiosidad intelectual entre los pueblos o espíritu filantrópico internacional. En términos crudos y concretos la convivencia requiere un sentido práctico y para mejor cumplir con los recíprocos intereses, exige a los receptores un espíritu de asimilación y a los visitantes una actitud de adaptación.
Esta actitud, de asimilación para los de adentro y adaptación para los de afuera, es de aceptación unánime, pero no es tan sencilla de aplicarse, varios son los enemigos que acechan a la idea de conocernos, vivir juntos, en armonía, en libertad, con dignidad y respeto a las diferencias.
Uno de esos enemigos es el miedo. El miedo genera entre los pueblos estrategias de protecciones contradictorias y engañosas. La falta de seguridad, de confianza en la fortaleza y verdad de la propia cultura crea fanatismos, dogmas; ceguera ante lo diferente que viene de fuera. Tras de las verdades absolutas de algunas culturas, aparentemente tan fuertes, se esconde un alma frágil que rechaza, margina y discrimina lo que no cabe en su mundo de tupperware, al que anhela cerrarse herméticamente, pues percibe que su manera de ser y de vivir, están amenazadas por la más mínima bacteria de lo desconocido, que todo lo puede echar a perder o desplazar.
Otro gran enemigo de la convivencia, son los “prejuicios”, que significa emitir juicios antes de conocer; asumir posturas sin siquiera preocuparse por pensar. Dejarse llevar por la rutina y comodinamente cubrirse bajo el manto de los estereotipos. Pontificar sin más y decir: los latinos son irresponsables y románticos, los orientales actúan misteriosamente.
Estos dos poderosos enemigos de la tolerancia, miedo y prejuicios, llevan de la mano al fanatismo y a la discriminación, estadios previos de la violencia.
El mejor antídoto al miedo, derivado de la inseguridad, es el conocimiento de la propia cultura, la certeza de su profundidad y grandeza; simplemente, la satisfacción íntima que nos provocan sus respuestas.
Una elevada autoestima de la cultura a la que se pertenece, es condición mínima para abrir las puertas al conocimiento del otro. Un legítimo orgullo nacional está consciente de que la afirmación de mi identidad no implica la negación de la que describe a los otros. Esta confianza en lo que se es, permite integrar nuevos valores, sin sentimientos de culpa, ni sensaciones de infidelidad. Sólo sin temores a los diferentes, somos capaces de ponernos en sus zapatos, de reflexionar las razones de la conducta del que llega o del que nos recibe en su casa.
El multiculturalismo demanda educación, diálogo entre los grupos que comparten existencia, conocimiento del otro, consideración a su respeto y dignidad. El multiculturalismo es un problema público y como tal exige la intervención del Estado.
Alguien podrá decir, pero sí son muy pocos los extranjeros que viven en nuestro estado, aproximadamente cuatro mil, no representan un asunto de dimensión estatal, ante casi dos millones de residentes, no es como para que se organice toda una política de gobierno. No es así, la población extranjera, si bien es ampliamente minoritaria, tiene ya un peso importante en Querétaro. Está conformada por ejecutivos, funcionarios, inversionistas, personas con relevancia económica, pero también está integrada por profesionistas que tienen niveles educativos superiores a la media de la población de nuestro estado. Son visitantes cuyo poder económico, su poder de decisión y su influencia intelectual y social son significativos. Imposible cerrar los ojos ante esta realidad.
El gobierno debe cumplir, obviamente en primer lugar, con su responsabilidad de reproducir e impulsar los valores nacionales y locales de la sociedad de la que es representante, pero no puede mantenerse desdeñoso a la presencia de las minorías extranjeras. El avasallamiento en las costumbres, no es ni recomendable ni aceptable. Consciente de la debilidad numérica de nuestros visitantes, el gobierno debe no sólo respetarlos puertas adentro de sus ámbitos particulares, sino ayudarlos a que su cultura tenga presencia en los espacios públicos.
El gobierno ha elegido a la cultura como el principal camino para conocer nuestras diferencias, comprendernos y cooperar por el bien de Querétaro y de México. Aplaudimos la elección de la cultura. ¿Por qué merece nuestro reconocimiento? Porque en cada creación cultural los pueblos muestran su pasado, la raíz que los enorgullece; su obra más profunda y libre.
En el Festival de Comunidades Extranjeras que se organiza anualmente se pueden ver y disfrutar sus bailes, sus cantos; a descubrir su alma profunda en sus artesanías, las costumbres en sus cinematografía, su sentido estético en sus vestidos; los sabores que aprecia su paladar en una probadita de sus platillos.
Sin embargo, por las reacciones violentas contra los inmigrantes nacionales y extranjeros, es obvio que este evento no es suficiente, es necesario que el poder público, las universidades, los medios de comunicación, las organizaciones empresariales ratifiquen su compromiso con la cultura y lo extiendan a la educación, ya sea en las aulas, en los textos, en los cursos, en una relación cotidiana y permanente de comunicación con los inmigrantes. Juntos se pueden imaginar instrumentos para mejorar nuestro conocimiento recíproco.
De lo que se trata es de “convivir”, vivir con, en un mismo espacio. Porque el diálogo cultural nos quita el miedo y los prejuicios, pues la cultura no es una cosa acabada, estática; es algo abierto y en permanente movimiento. El deseo de trascendencia y el espíritu de cada pueblo es lo más universal que se tiene; lo que nos une a todos los pueblos del mundo.
Después de todo la idea principal es que al conocernos, al respetar nuestras diversidades, podamos establecer un diálogo entre todos, sobre lo que pensamos, creemos y nos conmueve. Ahora bien, el diálogo es un camino de ida y vuelta. No resisto la tentación de informarles, a los inmigrantes nacionales y de otros países, de cómo somos los queretanos, invitándolos a que continuamente nos ilustren sobre su carácter nacional. Reconozco que es difícil señalar un perfil preciso de cómo somos los queretanos, porque hemos recibido muchos visitantes. Además pudiera ser que los inmigrantes ya estén familiarizados sobre nuestra manera de ser, porque han vivido con nosotros, pero de todos modos quiero darles mi interpretación y, quizás, ayudar a su comprensión de nuestro estilo y esencia.
En primer lugar quisiera manifestar, como sostiene con profundidad filosófica nuestra canción popular: “No somos moneditas de oro, para caerles bien a todos”. Lo sabemos, pero como todos los pueblos tenemos nuestras cualidades y también, llamémosles así, nuestros defectos, aristas o menoscabos.
A los queretanos nos gustan los rituales. El ritual es la repetición del pasado; lo que conserva, lo que nos identifica; lo que nos permite que sigamos siendo lo que somos. ¿Por qué somos tan ritualistas y amantes de las tradiciones los queretanos? Querétaro es cruce de caminos, por aquí pasaban, y siguen pasando, los que viajan rumbo al norte o se dirigen al sur. Aquí en Querétaro se decidió una buena parte del destino nacional, sufrimos invasiones y fuimos escenario de pugnas, eso hizo que los queretanos nos acostumbráramos a repetir las cosas como una forma de replegarnos en nosotros mismos y no olvidar lo que somos.
Somos un pueblo que nos gusta el chisme. ¿Por qué somos chismosos los queretanos? No podría dar una respuesta única: “¿Es el placer de la distracción? ¿Es el encanto de la revelación de alguien que nos cae mal? ¿Es la curiosidad insatisfecha por el prójimo? ¿Es la seducción de la complicidad por haber dicho o escuchado algo que no debe de saberse? ¿Es el gusto por el misterio descubierto? ¿Es el secreto que nos une, nos defiende de los extraños y nos hace sentir seguros? No lo sé, pero efectivamente, a los queretanos nos fascina el chisme.
Somos un pueblo con temperamento contradictorio. “¿Cuál es la figura que predomina en el paisaje arquitectónico de Querétaro?”. El arco, tenemos una manía por los arcos. Y obviamente tiene que ver con el carácter de los queretanos. El arco está formado por líneas rectas y una media circunferencia. La línea recta es lo preciso, lo que avanza hacia el infinito; la curva es lo flexible, el vuelo de la imaginación, lo que regresa. El carácter queretano es siempre una mezcla compleja de ir hacia adelante y regresar al pasado; cambiar y conservar; gustar de lo nuevo, pero nunca olvidar la tradición. El arco es la línea que sube, la media circunferencia y luego la línea regresándose para colocarse paralela a la otra. Es la piedra agujereada por el espacio, es el espacio enmarcado y aprisionado por la piedra; es lo sólido y lo etéreo en comunión.
Es un simple y complejo arco.
¿Quieren más pruebas de nuestro carácter contradictorio? Somos como nuestra piedra típica: el ópalo. El ópalo es piedra y agua oculta; el silencio de lo pétreo y el ruido delicado de lo líquido; la dureza de la roca y la suavidad de lo fluido. Lo más difícil es saber cuándo somos una cosa y cuándo otra.
En fin, los queretanos somos claros y guardamos recámaras ocultas, porque somos un pueblo con cultura profunda, para ser aceptados exigimos a los extraños, tiempo y tenacidad, porque después la entrega del queretano es absoluta, incondicional y la solidaridad es hasta la muerte.
Residentes de otros estados del país y extranjeros en Querétaro, amigos todos. Creo que ya les puedo decir amigos, pues me han dado prueba de su amistad, resistiendo la lectura de este inmenso texto.
Quisiera concluir insistiendo en algunos puntos, la globalización, la participación de todas las naciones en el mercado, incluye el flujo permanente de seres humanos. Las reglas del comercio pueden organizar el intercambio de mercancías, pero no son suficientes para conducir las relaciones humanas y éstas requieren de un valor fundamental: la tolerancia.
Pero la tolerancia, ya no en su idea antigua, de aceptación resignada, de sobrellevar al prójimo, pero no interesarme en él. La nueva tolerancia que debemos forjar, la que demanda el hecho de no sólo cruzar el espacio sino radicar en el territorio, implica un mayor compromiso. No es una concesión gratuita, no es una indulgencia, es un deber y una necesidad; un espacio de diálogo y encuentro. La nueva tolerancia exige un acercamiento recíproco.
La nueva tolerancia que pugnamos formar queretanos e inmigrantes empieza en la familia, en la casa. En la incorporación y en el interés de tener nuevos amigos; en la consideración de vernos y tratarnos como iguales; en la actitud abierta, libre y respetuosa ante parejas de diferentes nacionalidades.
Después de todo, mi impresión es que en el futuro próximo vamos a un mestizaje universal. Muy pronto en el mundo, por supuesto en México, ya no habrá nacionales puros. Las nuevas generaciones ya no serán mexicanos, chinos, africanos, asiáticos. En nuestro país, habrá mexicoitalianos, chinomexicanos, afromexicanos, mexicanocoreanos. La mezcla de estas nacionalidades nos conducirá a una nueva identidad universal. Muy pronto todos en el mundo seremos simplemente compatriotas; unidos en nuestras diferencias y enriquecidos por ellas, con un solo objetivo: sobrevivir en la tierra.
Pero nos estamos yendo demasiado lejos. Por el momento a los inmigrantes que viven y están en Querétaro, para ellos recordemos lo que decía el profeta a los exiliados en la Biblia: “Buscad la paz de aquella ciudad a la que os he llevado. Es decir, debéis ser leales a los poderes que son terrenales”.
Y nosotros, los queretanos, los anfitriones, recordemos y practiquemos la hospitalidad tradicional que a veces se nos olvida; recordémosla y vivámosla más allá de la retórica.
Digamos lo que decían nuestros abuelos y nuestros padres a los que llegaban de fuera, digámoslo con nuevo ánimo y vigor a los inmigrantes nacionales y extranjeros: Bienvenidos. Pasen, están en su casa.
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