Opinión

Los maestros frente a una importante disyuntiva

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

La discusión y el debate son acciones netamente humanas y necesarias en la vida democrática. Aprender y enseñar a discutir y a debatir con argumentos, a defender ideas y a escuchar las de los otros es tarea fundamental de la educación liberadora. Las monarquías, los fundamentalismos o los totalitarismos no discuten y mucho menos debaten con el pueblo. Quienes dominan y deciden el rumbo del planeta o del país, con frecuencia sólo ordenan, imponen su voluntad sobre la de los demás; pactan con otros grupos de poder; eliminan a los disidentes; simulan que escuchan, pero no atienden.


Sin discusión ni debate, sin dudas, sin resistencia, sin disidencia, no se genera el conocimiento, no hay movimiento, la Historia se estanca; el ser humano se vuelve masa amorfa, homogénea, moldeable. Sin discrepancia ninguna revolución social, ni científica, ni artística serían posibles.

Pero la discusión y el debate no se entienden por sí solos; se debate o se discute con un fin. Discutimos y debatimos no nomás porque sí. Lo hacemos porque nuestro presente y nuestro futuro no están inexorablemente dados; porque lo que nos suceda en este mundo depende de lo que nosotros mismos construyamos. El debate tiene sentido, sobre todo en orden a una utopía, no para dañar a quienes piensan distinto, sino para lograr la liberación humana y destruir lo que nos cosifica.

 

¿Qué clase de ser humano y de sociedad estamos construyendo y deseamos construir? Los conflictos a la hora de responder estas preguntas son inevitables; tenemos intereses no sólo distintos, sino opuestos.

 

Muchos conflictos se dan, sobre todo en el momento de definir desde dónde, hacia dónde y cómo habremos de educar a las nuevas generaciones. El problema está en cómo abordarlos.

 

Las cúpulas en el poder (la empresarial, la gobernante, la clerical), con todos los medios (ideológicos y de represión) a su servicio, deciden autocráticamente, “por el bien de todos”. No están dispuestos a pasar la prueba de la discusión. En los momentos en que nuestro país necesita más del debate, quienes nos representan decretan o aprueban reformas al vapor, sin mayor reflexión, y muchos de quienes dirigen nuestras instituciones cancelan paulatina o abruptamente los espacios de discusión.

Así, los firmantes del Pacto por México, en lugar de debatir con opiniones distintas, se erigen sobre los disidentes para explicarles (“porque no entienden”) que las reformas estructurales “mejorarán al país” (privatizándolo). En lugar de dar cabida a sólidas argumentaciones (no sólo de los directamente afectados, sino de importantes investigadores de reconocido prestigio internacional) que ponen en duda la validez de sus decisiones, cierran los ojos, oídos, voluntad e inteligencia con tal de no mostrar debilidad.

 

Humanizarse implica, en buena medida, aprender a preguntarse, a dudar, a pensar. Esto sólo es posible si a la vez que damos valor y defendemos nuestros propios puntos de vista, abrimos la mente a las ideas distintas.

 

Porque los maestros disidentes saben esto, quieren discutir y tienen con qué. Si no son tomados en serio, la imposición de cualquier reforma educativa, no sólo será un fracaso, sino dañará (ya está dañando) gravemente a toda la población.

Si nuestros gobernantes no los atienden, quedará claro que no les interesa mejorar la educación, sólo imponerse.

 

La democracia partidista caducó y habremos de construir otra. Nuestros diputados, senadores, regidores y demás ya no debaten sobre los grandes problemas; no confrontan proyectos sociales. Sólo riñen como críos por sus intereses electoreros y mezquinos. En cambio se han unido contra el pueblo, en vez de escucharlo.

 

La verdadera democracia obliga a confrontar francamente cada tesis con su antítesis, para encontrar la síntesis que nos libere a todos; busca hacer prevalecer lo que Rousseau llamaba el “interés general” (el bienestar de TODOS) por encima de la dictadura de la mayoría alienada (que vota por quien la televisión le ordene).

 

En este contexto, los maestros, los formadores de maestros y los estudiantes normalistas se enfrentan a una importante disyuntiva: Volverse intelectuales orgánicos del Gran Poder, arrastrando y sumiendo a sus alumnos en la alienación, la sumisión y el miedo u optar por la Pedagogía de la Disidencia (McLaren), para solidarizarse con el pueblo; para aprender y enseñar a decir NO a todo aquello que nos deshumaniza. Mantenerse en la ignorancia de lo que pasa y permanecer callados, o estudiar, prepararse a fondo para debatir y discutir con argumentos, asumiendo el conflicto. Paulo Freire decía: “Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión comunitaria”.

 

El pasado 15 de mayo, gran cantidad de maestros y estudiantes normalistas vencieron el miedo a decir su palabra, en al menos 20 estados de la República Mexicana.

 

Felicito en especial a los estudiantes normalistas queretanos de la “Andrés Balvanera” que valientemente decidieron manifestar su disidencia.

 

¡Gracias a los maestros que luchan por la liberación de nuestro pueblo!

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