Los mexicanos no negociamos con terroristas
Rafael Vázquez Díaz
PARA DESTACAR: Hoy, en un país que se desbordaba por el tema del gasolinazo, con un presidente aprobado solamente por el 12 por ciento de la ciudadanía, la aparición del actual mandatario de Estados Unidos fue pertinente y hasta podría ser el ansiado salvavidas que necesitaba la clase política mexicana (perseguida hasta los jitomatazos).
En las películas gringas en las que los rehenes corren peligro, solemos escuchar al alcalde/gobernador/presidente decir en tono de seriedad y con aires de estadista “No negociamos con terroristas”; el cálculo en torno a una situación de hostilidad en la que peligran vidas, suele estar relacionada con sentar un precedente en el cual la delincuencia organizada sabe que con un poco de presión, amenazas, chantaje u hostigamiento, el gobierno en turno se sentará a negociar los términos de escape.
Para el sistema político estadounidense es simplemente inaceptable otorgar la confianza, beneficios o una ruta para dejar huir a los criminales.
Hago esta alegoría porque después de que el gobierno mexicano ignorara (en el mejor de los casos) o reprimiera marchas contra el libre mercado, contra el abandono del campo, contra los desfalcos millonarios de la clase política, contra el gasolinazo, contra la desaparición de personas y contra una guerra sangrienta que se defendió a capa y espada… nos piden a la población, “unidad” ante el huracán Trump.
Los problemas de fondo vienen siendo denunciados durante años y están todos relacionados; a partir de que el modelo neoliberal del libre mercado se empezó a instaurar en México, los demás problemas cayeron como cascada; lentamente nos dimos cuenta de cómo los productos importados iban sustituyendo a los de las empresas mexicanas; el mejor ejemplo puede ser FEMSA (Coca Cola) y la industria nacional refresquera, hoy agónica y dependiente de las grandes trasnacionales.
La lógica ha sido prácticamente la misma; otorgar privilegios fiscales, pozos de agua (recursos naturales, en general) y a cambio, se otorga financiamiento oscuro para campañas políticas, convirtiendo a nuestros gobernantes en los más fieros guardianes de la iniciativa privada, garantizando para sí y para sus familias, cargos públicos y puestos en las administraciones o carguitos directivos en los consorcios privados.
“¡Pero generan puestos de trabajo!” dirían los que defienden al modelo. Sobra decir que los empleos que ofrecen son de risa; el tipo de contratación por ‘outsourcing’ legalizado mediante la reforma laboral que la clase política aprobó y que permite a las empresas contratar sin garantizar plenamente los derechos laborales del personal y eso sin mencionar que actualmente está considerado como una actividad muy vulnerable al lavado de dinero.
Los empresarios que triunfaron en México fueron un puñado; el resto (una inmensa mayoría de emprendedores) fracasaron debido a la competencia desleal que implicaba producir a la par de un estadounidense que podía adquirir tecnología, maquinaria y subsidios por parte de su gobierno, así que los más avispados, vendieron su empresa a otras más grandes y se convirtieron en socios representantes en México, ese fue el caso de Banamex/Citigroup, La Azteca/Nestlé, Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma/Heineken Internacional, Grupo Modelo/Anheuser-Busch ó Jugos del Valle/Coca-Cola Company.
Ya sin competencia, México entró al modelo de libre mercado para consumir extranjero y no para producir nacional y exportar nuestros productos. Esa relación inequitativa, aceptada por el TLC, sería la semilla de la maldad que hoy nos pone la soga al cuello frente a las bravatas de Donald Trump.
Así funcionaba esa gran maquinaria aceitada desde el momento en que los empresarios corruptos financiaban a títeres en los cargos públicos -que a su vez obedecían indicaciones para proteger las inversiones en el país- pero lo que nunca jamás se imaginaron sería que el modelo caducaría. Y no por el desencanto del pueblo mexicano, tan acostumbrado a recibir malos tratos por su servilismo, sino por todos los daños colaterales en Estados Unidos al verse incapacitados de competir sólo en una cosa con México: en los empleos mal pagados. Ahí radica parte del éxito de Donald Trump.
Hoy, en un país que se desbordaba por el tema del gasolinazo, con un presidente aprobado solamente por el 12 por ciento de la ciudadanía, la aparición del actual mandatario de Estados Unidos fue pertinente y hasta podría ser el ansiado salvavidas que necesitaba la clase política mexicana (perseguida hasta los jitomatazos).
El llamado a “unidad” es una auténtica bocanada de aire para los partidos políticos que dejaron de acusarse entre sí por la aprobación irresponsable de la reforma energética y hacendaria, para unirse ante el enemigo externo, aferrado por construir un muro que ya existe y que, no obstante, muestra la profunda ineptitud del gabinete de Peña para manejar cualquier crisis.
La población debería aprender de la política gringa y responderle a nuestros secuestradores con cargo público; Ni perdón, ni unión con ustedes… los mexicanos no negociamos con terroristas.