Luces y sombras de las consultas ciudadanas, una propuesta
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
Son tantos los políticos, evidenciados como fraudulentos por la prensa crítica (y por la guerra de partidos), y tantas las manifestaciones populares de enojo, que los primeros se ven obligados a emprender sofisticadas estrategias para recuperar la confianza popular y seguir contando con los votos de la ciudadanía. Ahora es más difícil distinguir quiénes sí están comprometidos con el pueblo y quiénes no.
Una de esas estrategias es la consulta ciudadana, que más que ser una fórmula para contentar al populacho, debiera estar en el núcleo de toda democracia. En México, sin embargo, suele ser sólo “finta” en tiempos electorales o eventualmente también, al iniciar una gestión.
Lo bueno de “hacer la finta” de consultar, es que al mandatario que la hace, muchas cosas se le salen de control y puede volverse vulnerable; ser tocado por los dramas populares, obligado a abrirse y a tratar al menos de responder a la gente. La población, por su parte, aprende a decir su palabra, se auto forma políticamente y descubre que no está sola, pues otros tienen cuitas similares. Lo malo de que los mandatarios sólo hagan la finta, es que a la larga, el pueblo aumenta su desconfianza, tanto en la autoridad, como en su propia capacidad de gestión. Lo malo es que, cuando los gobernantes calan la complejidad de los problemas sociales, y se les desborda la rabia popular (creen que “injustamente” pues son los que trataron de escuchar), pueden volverse cínicos y concluir que “el autoritarismo es una mejor opción”.
Qué bueno que nuestros mandatarios sientan el rigor y la necesidad de consultar a la ciudadanía. Sólo que esto merece ser tomado en serio, pues no es inocuo; menos en un país como México, con una población tan agredida y defraudada.
Marcos Aguilar acertó en pedir ayuda a expertos de la UAQ, para hacer su consulta y plan de desarrollo municipal, pero dicho apoyo trae sus bemoles. Ahora el alcalde podrá legitimarse, alegando “el aval del Alma Mater”, la que queda al filo de la navaja, y se vuelve susceptible de recibir también el repudio popular. (Ojalá el riesgo valga).
Algunos diputados, como María Alemán del 2º distrito, emprenden consultas ciudadanas, haciendo de “gestores” de la gente, ante el ejecutivo. El populacho, desconfiado, infiere que sólo “hacen la finta” y que, lo que buscan en realidad, son votos para el futuro. Esas fintas de consulta generan confusión, pues a los diputados no corresponde ser gestores, ni atender necesidades que tocan al Ayuntamiento. Los gestores por antonomasia son los delegados, pero ellos no ven las consultas ciudadanas como parte nuclear de sus funciones. Por ley son mandaderos del alcalde y no de la gente que atienden.
Antes de tomar decisiones que puedan dañar al pueblo, los diputados sí debieran consultarlo y comunicarse frecuentemente con él, tanto para destrabar fallas legales que impiden atender sus necesidades, como para propiciar su participación en amplios debates, con expertos, capaces de iluminar los pros y contras de las posturas opuestas.
¿Por qué al gobierno federal preocupa tanto debatir sobre la marihuana, y no abre discusión sobre el Acuerdo Transpacífico, que seguramente será mucho más devastador para México? ¿Por qué el Congreso queretano permite, sin más, aumentar el precio del transporte público, sin consultar a sus usuarios?
Indignan los legisladores subordinados al Capital, y la publicidad oficialista que avala, sin consultar, todo lo que dicte el imperio neoliberal.
Si a los diputados interesa realmente escuchar a los ciudadanos y no sólo “hacer la finta”, tendrían que dedicarse de lleno a lo que sí les compete: legislar, para frenar la voracidad del imperio y generar una participación ciudadana, mucho más potente, fina y auténtica, que la que ahora tenemos.
Tendrían que legislar, para que las consultas y consejos de participación ciudadana trasciendan su estatus de “finta”, y para obligar por ley a los costosos aparatos del IEQ-INE, a impulsar la formación política y organización popular, en frecuentes asambleas barriales, en todos los ámbitos de la vida social, y no sólo el electoral.
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