Mejor voltear hacia nosotros mismos
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
Por lo visto, es muy poco lo que podemos esperar de la clase política. La mayoría encontró en las funciones de gobierno y en las tareas partidistas una forma de obtener tan buenos dividendos para sus intereses egoístas, que no requiere voltear hacia el resto de la ciudadanía. Los pocos políticos decentes (que también los hay, en especial cuando inician su carrera), que tienen buenas intenciones e intentan realizar proyectos en beneficio de la población, se enfrentan a tantas limitaciones y conflictos, que se ocupan principalmente en defenderse de sus adversarios, tratando de evitar ser derribados por ese potro salvaje (o devorados por esa caterva de caníbales) que, en ocasiones, parece el servicio público. Así que tampoco tienen muchas posibilidades de atender las necesidades del pueblo.
En otro contexto, aunque el extinto IFE haya insistido una y mil veces en que “la participación hace la democracia”, los ciudadanos que intentan mejorar su entorno o evitar que crezca el desorden, se enfrentan a tantos obstáculos (con la burocracia, con la apatía de la gente, etc.) que la conclusión lógica de muchos es “ya no meterse en líos y dejar que el mundo ruede sin mí”.
Lo bueno es que la ciudadanía no se compone sólo de estas clases. Pongamos más atención en lo que sucede en otros microespacios, en los que las personas, sin pretender cambiar el mundo, están poniendo en acción gran cantidad de iniciativas que al menos los mantienen entusiasmados. Ese disfrute es un antídoto contra la tendencia dominante que genera desconfianza mutua, desánimo e inmovilidad.
Entre mis amigos identifico varias acciones que recuerdan a Piotr Kropotkin, en su libro “La conquista del pan”. Kropotkin fue un pensador ruso, promotor del comunismo anarquista. (No confundamos a ese movimiento del siglo XIX, impulsor de las revoluciones rusa y mexicana, con los llamados “anarquistas” o “terroristas” violentos, que secuestran, matan o revientan las manifestaciones populares).
En “La conquista del pan”, Kropotkin señala que cualquier revolución social sólo es posible cuando la gente logra participar en acciones de cooperación mutua y voluntaria y disfrutar de ellas, pues requiere del esfuerzo sostenido. Los intentos de transformación social desgastan a veces a las personas o terminan en rencillas, enojos, resentimientos y frustración, cuando sólo exigen disciplina, rigor, compromiso y solemnidad y no ofrecen alegría ni resultados papables a mediano plazo.
La propuesta de Kropotkin pone el acento más en el proceso que en los resultados. No importa que el avance sea pequeño o muy lento; lo que importa es vivir el movimiento animada, juguetona e intensamente y contagiar a muchos otros de las ganas de involucrarse.
Un principio fundamental en estos movimientos transformadores es el de la gratuidad, estrechamente ligado al de la libertad: Los participantes hacen las cosas porque tienen ganas, no por dinero.
La Universidad de la Tierra, en Chiapas, por ejemplo, es una muy grata fuente de inspiración. Quienes participan en ella generan tanto arte, belleza, reflexión, risas y esperanza, que uno no puede más que desear formar parte de ella.
Los bancos de tiempo iniciados por Josiah Warren, se han extendido en todo el mundo, incluso en México. Intercambian servicios, empleando como “moneda” al tiempo, en lugar del dinero y son especialmente beneficiosos entre desempleados: “No tengo dinero para pagarte por ayudarme a estudiar matemáticas, pero puedo cuidarte a tus niños”.
Los círculos de intercambio de saberes son también experiencias muy enriquecedoras y gratificantes. Un grupo de mujeres se reúne para compartir lo que cada quien sabe: una enseña a sus amigas a tejer, otra a bordar, otra lee en voz alta, otra dirige una clase de yoga y otra una de zumba. Luego entran en contacto con otras cooperativas de otros lugares que amplían sus horizontes y sus ganas de aprender nuevas cosas.
Una amiga, aspirante a escritora, visita ancianas para recuperar sus biografías y aprender de la vida y de la escritura, mientras les ofrece compañía. Otras amigas comparten sus colecciones de libros y sus juegos de mesa con los niños del barrio, para rescatarlos de la televisión.
Las tertulias y clubes de lectura son también muy disfrutables espacios (cómo los que organizaban los conspiradores independentistas o revolucionarios anti-porfiristas) para discutir asuntos de política, en medio de la música, la literatura, los juegos, chistes y demás.
Los centros artísticos y culturales tienen como tarea fundamental generar espacios recreativos, provocadores y activadores de otros mundos posibles. Por eso es tan importante promoverlos, multiplicarlos, nutrirlos, abrirlos a todo el mundo y protegerlos.
No sólo hay mucho qué hacer para salir del marasmo en el que nos han sumido quienes deciden las políticas públicas contra el pueblo y en favor del Gran Poder. Esperar que ellos cambien es perder el tiempo. Concentrémonos mejor en lo que nosotros mismos podemos lograr.
Hay mucha gente ávida de compartir, que sólo espera una convocatoria… ¿Por qué no convocar uno mismo?
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