México desde la época porfiriana sufre de un mismo mal: la lógica política en torno a la Ciudad de México
Por: Rafael Vázquez Díaz
Quizá se podría argumentar la herencia prehispánica de la gran Tenochtitlan y su poderío sobre otras geografías, pero esto no sería más que una falacia argumentativa dado que desde entonces ha habido un sinfín de cambios políticos y económicos que han modificado las interacciones comerciales y sociales.
Sin duda una de las mayores influencias al respecto fue la infraestructura carretera y ferroviaria que se articuló a principios de siglo. Tras un par de vaivenes en torno a la capital del país y la residencia de sus poderes, la ciudad de México se convirtió en el centro político y cultural que conocemos hoy en día.
La época de la Revolución intenta marcar una ruptura en torno a esta dinámica, gracias a los movimientos focalizados en diferentes partes de la república, la hegemonía porfirista fue rota por un sinfín de revueltas imposibles de controlar. Fuera del romanticismo en torno al tema, ese fue el verdadero espíritu de la revolución; el caos poco organizado debido al descontento generalizado.
El retorno del “orden”, cristalizado en torno al PRM y posteriormente al PRI regresó a la tranquilidad y a la ley del partido hegemónico que copó sindicatos, organizaciones campesinas, estudiantiles y se formó toda una mafia que persiste y es operada desde los poderes del Revolucionario Institucional.
Desde entonces todas las voces disidentes, todas las marchas, protestas, caravanas, todos los dolores surgidos en las diferentes zonas de un país devastado por la corrupción y la incompetencia de las instituciones han tomado como válvula de escape el acudir a la capital para exigir a los poderes centrales se tome cartas en el asunto.
La dinámica de la protesta, particularmente tras los fraudes electorales operados en 1988, en 2006 y la posterior e infame compra de la presidencia en 2012, todos los gritos de inconformidad han ido a buscar una salida al Distrito Federal.
Esto no sólo ha generado la inconformidad de los habitantes de la Ciudad de México –que con cierta lógica indignación se queja por la interrupción del tráfico debido a un conflicto generado en otro estado– sino que también actúa como una especie de olla de presión en la cual los movimientos, al no poder sostener su protesta durante un tiempo considerable, se van desinflando consiguiendo el repudio de la población (en gran parte gracias a el linchamiento mediático televisivo), y obligando a la negociación casi siempre en términos desfavorables para ellos.
Han habido un par de conflictos que destacaron por su virulencia, la APPO en el 2006 y la CNTE en 2013, ambas tienen un factor en común: si bien la CNTE tomó el Zócalo, la fuerza de ambos movimientos radicaba en el poder de convocatoria y la simpatía generalizada que tenía en los estados del sur en los que se generaron. En el caso de la CNTE el DF vino a ser una plataforma mediática que hizo crecer otros movimientos similares en otros estados, fortaleciéndola gracias a un gran frente nacional.
No obstante pareciera ser que el grupo que encabeza AMLO y otros líderes visibles de la izquierda pretenden apuntar más a la lógica partidista electoral (cuyos protestas y lineamientos legales tienden a ser canalizados a instituciones físicamente localizadas en el DF) y no al fortalecimiento de las bases y las organizaciones en cada uno de los estados.
Se percibe fácilmente cómo la estrategia en la defensa del petróleo está apostando muchas de sus fichas en torno al cerco de la Cámara de Diputados y de Senadores y poco a detenerla en los respectivos estados al momento en que la reforma pase a las legislaturas locales. Si bien es un proceso cuyo orden obedece primero a darle atención a la legislatura federal, la organización en los estados se está sacrificando, diluyendo con ello la principal arma que tiene la izquierda: la información.
Plantear una fuerte estrategia a nivel nacional, dejando como secundaria la lógica centralista de la protesta en el DF le permitiría a los ciudadanos de los estados identificarse más con el movimiento, obtener mayor información respecto a la reforma energética y generar una dinámica de caos pacífico en el cual al gobierno mexicano no se le deje como alternativa la represión generalizada.
Urge dejar de ver para arriba para comenzar a trabajar con el de al lado.
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