Opinión

“No podemos dejar que sean ustedes quienes decidan…”

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

metamorfosis-mepa@hotmail.com

Millones de personas salieron a las calles de Francia, entonando La Marsellesa (himno de la revolución de 1789 y de esas ideas poderosas que cambiaron el rumbo a la historia de la humanidad: libertad, igualdad, fraternidad), para protestar por la muerte de los 17 periodistas de Charlie Hebdo; revista que no sólo no se dejó morir, ni amedrentar, sino que proclamó generosa: “todo está perdonado” (y aumentó considerablemente sus ventas). Emociona en lo profundo ser testigo de semejante manifestación. Tanta gente en comunión, en “unidad nacional”, no sólo con sus coterráneos masacrados, sino convencidos de que la LIBERTAD de expresión es un derecho fundamental y nadie tiene por qué acallar a quienes piensen distinto, y menos arrebatándoles la vida. Orgullo francés es la frase de Voltaire: “detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Asombra positivamente, por otro lado, que dicha protesta convocara al mismísimo presidente Francois Hollande, acompañado por cincuenta líderes de otras naciones, además del gran eco que tuvo en muchas otras ciudades del mundo, suscribiendo el principio de FRATERNIDAD. “Yo soy… todos somos Charlie”.

“No cabe duda que los europeos son cultos y civilizados, a diferencia de los musulmanes, tan fundamentalistas, tan fanáticos y violentos”, es una fácil conclusión que se desprende de estos acontecimientos. Pocos están dispuestos a comprender (digo comprender, no justificar) las razones de los agresores: “No podemos dejar que sean ustedes quienes decidan lo que pasa en el mundo”, advirtió Amedy Coulibaly, uno de los agresores.

¿Por qué tanto odio hacia Occidente?; ¿por qué tanta violencia por todos lados, en plena “era de la democracia y del conocimiento”?

Quienes se extrañan de esto, poco se preguntan qué pasó con el otro principio rector de la Revolución Francesa: LA IGUALDAD. En este mundo tan desigual, cada vez más chicos son expulsados de la familia, de la escuela y del trabajo, y se quedan sin pasado, sin presente y sin futuro. En este mundo, los migrantes pobres y sus hijos (como los jóvenes franceses agresores) viven en las peores condiciones y rara vez se integran a la sociedad que los mal recibe y los ve con recelo.

La tremenda desigualdad que vivimos no es consecuencia “natural” de la vida en sociedad, sino resultado de un sinfín de decisiones (con frecuencia conscientes y voluntarias) que han venido tomando, en especial, quienes tienen el poder, es decir, los capitalistas, esos que dominan la bolsa de valores, o a quienes sólo interesa hacer negocios para aumentar sus ganancias, sin importar si fastidian física o moralmente a millones de personas. Cuantiosos investigadores dejan claro esto (Naomi Klein en “La doctrina del shock” o Martín Caparrós en “El hambre”, son sólo algunos ejemplos).

Desde antaño los capitalistas tienen una negra historia imperial colonialista. La “civilizada” Europa con el “civilizado” EU niegan los principios de la Revolución Francesa a los pueblos de otras culturas, a quienes casi siempre han considerado “inferiores” o “extraños” y han tratado, y siguen tratando, como esclavos u objetos útiles o inútiles. Sus intereses imperialistas justifican como “legítimos” el saqueo extractivista y la explotación humana en cualquier territorio.

El que muchos sientan rabia sin sentido y sean presa fácil de fanáticos que les ofrecen volverse “héroes” (sean el narco o las sectas religiosas), tampoco es tan “natural”; ha sido provocado por el orden mundial que impuso el Gran Capital, e incluso conviene a sus intereses. Claudio Lomnitz, en La Jornada (14 enero 2015), también lo deja claro. “La política del rencor ofrece causa y sentido a personas que están sumidas en una situación de frustración y sinsentido…; cultiva el resentimiento que mana de la frustración y lo dirige a un objeto estable”, (“causa de su mal”). En contraparte, pretextando “combate al terrorismo”, los políticos del rencor justifican aumentar el férreo control del Estado sobre la población. La xenofobia que se genera les conviene, pues el mismo pueblo exige eliminar a “los malos”.

Quienes se asombran por la violencia, ¿olvidaron ya la protesta de hace unos años en mil ciudades del mundo, por parte de los millones de “indignados” contra el sistema neoliberal? El señalamiento de la alarmante concentración de la riqueza en el 1% de la población, que provoca la precariedad y el hambre del 99% restante, no es morbo ni metáfora; lo advirtió Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía. “Una gran causa del sinsentido contemporáneo (sigue Lomitz) está en la pobreza moral de la ideología económica neoliberal”, por la que lo único que interesa en la vida es ganar dinero.

Ni el Estado francés, ni la mayoría de los Estados, representados por los líderes que participaron en la manifestación por Charlie Hebdo, son inocentes. (¿Qué podemos decir del conservador Mariano Rajoy o del cruel primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu?).

Por eso importa distinguir. Ningún fundamentalismo, ninguna masacre, ninguna venganza son justificables; sin embargo, no está tan fuera de lugar la idea de los disidentes islamitas:

“No podemos dejar que sean ustedes (los neoliberales), quienes decidan lo que pasa en el mundo”.

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