Octubre, da para muchas reflexiones
Por María del Carmen Vicencio Acevedo
Hay muchos acontecimientos que conmemoramos en octubre.
Para quienes padecemos de conciencia histórica (de raíces y utopía) y no nos dejamos seducir tan fácilmente por las obsesivas exigencias “innovadoras” (neoliberales) de nuestro tiempo, la conexión espiritual con quienes nos precedieron, sigue teniendo un lugar, en la búsqueda del sentido de nuestra existencia. ¿Qué quieren?, el ingrediente indio en nuestros genes culturales, no logra diluirse, a pesar de las múltiples mezclas o efectos del “darwinismo” social moderno, propio de la globalización y depredador del México profundo.
Dicen que en ciertas etnias indígenas, las formas de ubicación espacial son distintas a las nuestras. En la cultura occidental, suele relacionarse al futuro con el progreso y el hacia adelante, mientras que el pasado con el atrás. En cambio, entre algunos indios, el futuro está detrás y no se ve; mientras que el pasado es lo que queda enfrente, el camino que uno ha recorrido y puede verse. Dar la espalda al pasado (actitud propia de los occidentales urbanos), es un sinsentido para los indígenas, es como partir de cero.
Todos los lunes, en las escuelas del país, se practican honores a la bandera y se leen efemérides. Valdría la pena preguntar a los maestros y a los niños, para qué hacen eso. En muchos casos, incluso en las escuelas formadoras de maestros, ese acto cívico, no es muy distinto a los rituales religiosos, que se hacen sin entender su sentido, sólo porque la SEP así lo determina. En las escuelas Normales este acto se hace “porque los futuros maestros tendrán que practicarlo en sus escuelas” (sic), no hay más reflexión; ganó la forma sobre el fondo. Hacer las cosas, sólo porque así se acostumbra, sólo porque así lo manda la autoridad, sin comprender el porqué ni el para qué, es otra forma de alienación que, a fuerza de cotidianeidad, va haciendo mella en las mentes juveniles, hasta la servidumbre, la corrupción, el dopaje o el suicidio.
Aunque la modernidad “avanza”, en las escuelas se sigue pidiendo a los chicos que “investiguen” sobre la vida de tal o cual personaje, y ellos siguen comprando las estampitas en la papelería, copiando lo que trae atrás y pegándolas en sus cuadernos, por un 10. Las escuelas ponen las mismas estampitas agrandadas y copian en las pizarras, igual, lo que dice atrás. Lo moderno se reduce a “bajar” las biografías de la red electrónica (el trabajo es el mismo: copiar, cortar, pegar).
En una perspectiva crítica, retomar las efemérides resulta, en cambio, apasionante, pues uno comienza a recrear múltiples relaciones entre los acontecimientos, algunas insospechadas.
Son muchas las efemérides de este mes. La mayoría tienen que ver con la lucha del pueblo por la justicia, la libertad, la dignidad… valores que han perdido vigencia, ante “las exigencias de la modernidad”. Sólo retomaré aquí algunas:
Celestin Freinet, maestro rural francés y apasionado defensor de la escuela pública, al servicio del pueblo, nació el 15 de octubre de 1896 y murió el 8 de octubre de 1966. Aunque representa uno de los más importantes innovadores de la pedagogía moderna, es prácticamente desconocido, entre la mayoría de los maestros de educación básica. Excepto en las escuelas de la Red de Educación Alternativa, nunca lo he oído en las efemérides. Igual que el “2 de octubre no se olvida”, si alguna vez se le menciona, será con palabras huecas, momificadas, que nada significan para quien las pronuncia, ni para quien las escucha.
Pero si los maestros revisaran su historia y descubrieran a Freinet, se darían cuenta de que no es necesario hacerse tantas bolas, ni sufrir tantos enredos burocráticos, con todo el sinfín de retruécanos que implican, (como trágico Frankenstein), las exigencias de la SEP, para definir con precisión o “vaciar” en sus planes de clase, los trayectos formativos, las competencias, los componentes de la competencia (conceptuales, procedimentales, actitudinales), las unidades de competencia (renace Benjamín Bloom), las adecuaciones curriculares, los rasgos del perfil de egreso, los propósitos, los aprendizajes esperados, las situaciones y secuencias didácticas, los indicadores de desempeño, las tablas de cotejo, las rúbricas, los reactivos, los índices de validez de los reactivos, y mil complicaciones más que se pide a los maestros que “diseñen” como parte de su planeación.
Freinet preguntaría simplemente, ¿y dónde quedan los niños?, ¿dónde quedan los maestros como personas?, ¿dónde, el conocimiento que apasiona?, ¿dónde, la relación de comunicación humana?, ¿dónde, el disfrute de la experiencia, el riesgo y la aventura?
Freinet se oponía tajantemente a “la pedagogía del pingüino”, del burócrata pseudocientífico; a una “falsa ciencia de la escuela que no sirve para nada y que no es más que la ruina del alma”. Criticaba a los pedagogos que se pasaban la vida diseñando sofisticadas escaleras con pasamanos, para conducir a los chicos, paso a pasito, y que se molestaban, porque ellos, en lugar de seguir al pie de la letra sus instrucciones, trepaban despatarrados los escalones, de tres en tres, de cuatro en cuatro; brincando en completa algarabía; convirtiendo el pasamanos en resbaladilla; porque el proceso de subir, así era mucho más interesante. Y es que “LAS ÁGUILAS NO SUBEN POR LA ESCALERA”.
Pero esto no lo comprenden los evaluadores, demasiado preocupados por medir los niveles de desempeño y elevar las estadísticas. “Se dice que nuestras ovejas son estúpidas (señala Freinet). Somos nosotros los que las hacemos estúpidas, encerrándolas en establos estrechos, sin aire y sin luz… Las hacemos estúpidas porque reprimimos brutalmente cualquier tentativa de emancipación, cualquier veleidad de intentar vivir experiencias, fuera de los caminos trillados… Nuestro objetivo no es en absoluto educarlas y hacerlas inteligentes, sino solamente llevarlas a aceptar la ley del rebaño y de la servidumbre, la que proporciona pingües y grandes ganancias. Es la servidumbre la que los hace abúlicos, y ES LA EXPERIENCIA VIVIDA, INCLUSO PELIGROSAMENTE, la que forma a los hombres capaces de trabajar y de vivir como hombres. No aceptéis la servidumbre escolar. ¡Sed merecedores de vuestra libertad!” (Las mayúsculas con mías)…
Por estos días, entre el 3 y el 12 de octubre, la SEP cumplió 90 años de existencia. ¿Qué sucedió en el camino? Inició con José Vasconcelos, gran intelectual mexicano; uno de los siete sabios de México, y terminó con Alonso Lujambio, promotor del Teletón y las novelas Televisa; sumiso a la OCDE y a Elba Esther Gordillo. Recuperar a los grandes maestros sirve ahora sólo como adorno en las fiestas del 90 aniversario de la SEP, pero nada más. Lo nuevo es el Tuning, promover la certificación y adecuarse a los parámetros internacionales; no importa que en ello nos vaya la marginación de la mayoría, la pérdida del sentido y de la cordura.
Sin embargo, en la historia de la SEP, reconocemos grandes esfuerzos hacia la construcción de nuestra nación, con verdaderos ideólogos, impulsores de la Escuela Rural Mexicana, de las Misiones Culturales, de la Revolución Mexicana, de la Casa del Estudiante Indígena, de las Normales rurales, al servicio de la concientización y emancipación del pueblo; que se preocupaban por el rescate de nuestra mexicanidad; que llevaban las grandes obras de la literatura universal, de la filosofía y las ciencias a lo largo y ancho del país, a través de bibliotecas itinerantes, (Moiséz Sáenz, Rafael Ramírez, Pablo González Casanova, Gregorio Torres Quintero, José María Bonilla y muchos otros).
La SEP desempeñó un papel fundamental en la alfabetización de la población, en torno al artículo tercero, que promovía valores fundamentales (y lo digo en copretérito, porque no me queda claro que lo siga haciendo hoy): identidad nacional, justicia, independencia, libertad, solidaridad, democracia, en el marco de una educación pública, integral, laica, científica y gratuita.
Destacan entre otros esfuerzos, los libros de texto, el Programa Nacional de Lectura, con los Libros del Rincón, de altísima calidad, o el Plan de Actividades Culturales de Apoyo a la Educación Primaria (PACAEP), que buscaba, a través de la caracterización cultural de la comunidad y el método de proyectos, involucrar a los chicos en el rescate de los valores y la identidad cultural de su localidad.
Por la sumisión de nuestras actuales autoridades educativas, a las políticas de la OCDE, hemos perdido la brújula; hemos olvidado nuestra buena tradición formativa. Sufrimos hoy la carencia de una teoría pedagógica mexicana. Por habernos subordinado a las modas psicologizantes, que priorizan los procesos cognitivos del aprendizaje, sin comprender cabalmente la compleja relación educativa, entre los educadores-educandos, en los contextos altamente complicados en los que vivimos, padecemos de naufragio.
Octubre, si en el futuro aún interesa la historia, tendrá nuevas efemérides: Una será la protesta de los miles de INDIGNADOS, en más de novecientas ciudades en todo el mundo, en contra de la voracidad de unos cuántos; de la explotación humana; de la delincuencia institucionalizada en el poder, impune y solapada por los gobiernos y a favor de la gratuidad educativa. Una manifestación que sopla aires de esperanza. Otra será el recuerdo de la lucha incansable y valiente de Miguel Ángel Granados Chapa, ejemplo de consistencia, congruencia y compromiso con el pueblo.
El grito de “¡INDIGNADOS DEL MUNDO, UNÍOS!”, ¿logrará convocarnos también a los mexicanos, tan resignados ya a la servidumbre?
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