Pánico electoral
Por: Eduardo Martínez Pérez
Robo de urnas, asesinatos en la calle, inestabilidad política y manipulación electoral. No, no estamos hablando de México sino de Francia. La hipotética Francia que trazó Michel Houllebecq en su más reciente novela Sumisión, publicada, por una bastante irónica coincidencia, el mismo día que ocurrió el atentado a la revista de caricatura Charlie Hebdo.
El ejercicio realizado por Houllebecq, quien ya en el pasado se había ganado la fama de provocador y hasta islamófobo, es muy sencillo: Es el año 2022 y las únicas fuerzas políticas lo suficientemente sólidas como para regir el destino de Francia son el ultraderechista Frente Nacional y un nuevo partido Islamista que consigue el poder mediante una alianza estratégica con los que hasta ese momento eran los partidos principales de la política francesa, el Socialista y el conservador Unión Por un Movimeinto Popular.
Para introducirnos en este escenario distópico, Houllebecq, como narrador, decide encarnar en el personaje de Francois, un profesor universitario cuyas únicas dos conexiones con la vida real son su novia judía, quien acaba de huir a Israel ante el complicado panorama que se dibuja sobre Francia, y Joris Karl Huysmans, un autor del decadentismo francés a quien Francois dedicó su tesis de doctorado.
Lo interesante de la relación con Huysmans, es que se trata de un autor que, al finalizar su vida, decidió abandonar el decadentismo para convertirse a la fe católica. Este hecho, lo sitúa en una atmósfera cultural que Houllebecq retrata de manera magistral y que sirve de sustento ideológico a una ultraderecha francesa vinculada con el tradicionalismo católico y los movimientos identitarios europeos.
En resumen, Huysmans, junto con todo el trabajo de Francois, representa, en el universo de Houllebecq, a la decadente identidad europea que se aferrará a lo que sea con tal de sobrevivir.
Más adelante, valiéndose de un muy buen manejo de herramientas como el suspenso y el desarrollo psicológico de sus personajes, Houllebecq llevará a Francois hasta el colapso existencial y lo hará sentir esa terrible angustia de la conversión. Para lograr este efecto, el narrador lleva a Francois hasta el mismo convento donde ocurrió la conversión de Houllebecq y de ahí hasta la ruptura definitiva con el autor decadente, quien tras el abandono de Francois por parte de su novia, se había convertido para él en el único vínculo con ese mundo europeo que está por desaparecer.
Al final, el mundo europeo simplemente desaparece, se diluye en medio de un caos político donde se pierde por completo toda idea de continuidad para que Francia, y toda Europa, de alguna manera, se conviertan poco a poco en un territorio islamista en donde las mujeres usan velo y tienen prohibido enseñar en la universidad.
Privado de su trabajo por el nuevo gobierno musulmán, Francois acudirá a un par de citas con el rector, un exidentitario que se ha convertido al Islam, y así, poco a poco, caerá en las redes del islamismo y abrazará una cosmovisión que aunque parece muy nueva, es en realidad el otro rostro de cosmovisión derechista e identitaria.
Quizá estos encuentros de Francois con el nuevo rector sean la parte más filosófica de la novela. Aquí Houllebecq deja claras dos cosas: En primera instancia, que sí hubo un cambio en la política Francesa, pero que es un cambio superficial, nadie está convencido en realidad del Islam. Todos lo abrazan pero por motivos prácticos y de supervivencia. A Francois, por ejemplo, se le indica que si se convierte al Islam, recibirá tres mujeres y no sólo recuperará su puesto como profesor, sino que lo hará con un sueldo tres veces mayor al que hasta ese momento tenía.
En segundo lugar, y esto es lo más peligroso, que esa situación se produjo en medio del hastío y del descrédito de las instituciones políticas tradicionales. De una forma u otra, Francia, en la novela de Houllebecq, estaba destinada a convertirse en un régimen totalitario. La alternativa al partido islamista era uno de ultraderecha que seguramente habría vulnerado los derechos de los inmigrantes.
Esta trágica visión de las cosas, que toma una forma terrible al final de la novela, es sólo una consecuencia de décadas de podredumbre política y desencanto. La gente elige lo más extremo y los partidos tradicionales hacen el juego a quien consideran, es la opción menos peligrosa.
Mientras repasaba los capítulos de la novela y seguía con atención las desventuras, si le puede llamar desventura al simple vacío, de Francois, no pude evitar pensar en mi realidad más inmediata, es decir, México.
Aquí no hay Islam radical, tampoco una ultraderecha identitaria con pretensiones xenófobas. Sin embargo, hay totalitarismo, hay sangre. Mientras yo leía la novela, por ejemplo, 43 supuestos narcotraficantes fueron abatidos en Michoacán. También hay, y eso es lo que da más miedo, mucho temor y desconfianza no sólo hacia las autoridades, sino también hacia la realidad misma en la que nos desenvolvemos.
Como en la novela de Houllebecq, vemos partidos políticos haciendo malabares francamente surrealistas con tal de no desaparecer. También vemos oportunistas que se venden al mejor postor y vemos a la población temerosa y ardiente por que las cosas cambien de una buena vez.
No voy a juzgar esa desesperación, esas ganas de cambio que considero legítimas y que comparto. Lo que no puedo evitar es sentir un nudo en la garganta al sospechar que, tras la portada amarilla de Sumisión se oculta un secreto terrible que Houllebecq supo descifrar y que no se limita a Francia o al islam. Se oculta un secreto que se refiere a la situación general por la que atraviesa el mundo, una nostalgia generalizada, una desesperación, una intuición colectiva de que ya nada tiene sentido. Una legión, pues de Francoises que van por ahí aferrados a lo que se pueda y dispuestos a entregar su libertad a cambio de un poco de orden, un poquito de sentido, algo de sumisión.
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