Opinión

Para salir de la anomia

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

José Blanco, analista político y articulista del periódico La Jornada, nos compartió hace poco una serie de dramáticas reflexiones en torno al fenómeno de la anomia en México, una grave enfermedad espiritual que aqueja crecientemente a amplias capas sociales.

Este fenómeno, ampliamente estudiado por Émile Durkheim define a la falta de normas o incapacidad del Estado para contener a los individuos en su búsqueda egoísta de satisfactores. La anomia está altamente vinculada con la conciencia de impunidad y con la frustración sistemática (“Lo intentamos todo y no logramos nada”). Con frecuencia esta enfermedad se expresa en forma de apatía, de nihilismo, de sensación de impotencia y fatalidad.

Son tantos los políticos y empresarios que se presentan como “modelos de éxito” y luego se descubren como “ratas” o delincuentes mayores (“de cuello blanco”), que la conclusión “lógica” de mucha gente es: “Si todo mundo lo hace, ¿por qué yo no?”

Basta un fragmento del texto de José Blanco para deprimirnos:

“Políticos que roban; mercaderes que roban; banqueros que roban; líderes sindicales que roban y se vuelven multimillonarios; gasolineros que inventaron los litros de 800 mililitros; civiles que ordeñan los ductos de Pemex; directivos de Pemex que hacen negocios turbios; excedentes petroleros de los que nada se sabe; curas pederastas aquí, allá y acullá; traficantes de niñas y niños adolescentes integrados a la prostitución o a los mercados al menudeo de estupefacientes…”

La lista sigue y es muy larga, y a nadie queda duda de que corresponde de pe a pa con la realidad. El solo hecho de enunciarla provoca escozor y sacude el alma.

Algo similar sentí, hace muchos años, al leer La era del vacío de Gilles Lipovetsky. El panorama que presenta este autor es tan terrible, que una no puede más que reaccionar. Después de llorar desconsoladamente, me volví adulta y concluí que, frente a esto que nos toca vivir, tenemos pocas opciones: o nos perdemos (que no es muy difícil), o crecemos como sujetos, aliándonos con otros para fortalecernos y asumir el desafío.

Sospecho, sin embargo que no todos reaccionan así. A otros, la sola descripción del estado actual de cosas produce el efecto contrario: una especie de fascinación de serpiente, o una atracción similar a la que ejercen los hoyos negros sobre los cuerpos que se les acercan. De tanto oír, leer y ver en las noticias lo mal que estamos, se puede concluir que más vale echarnos de cabeza en el lodo para dejar de sufrir o bien, al contrario, cerrar los ojos a toda la fealdad del mundo, negarla y encerrarnos en esa especie de “Castillo de la Pureza”, que describió Arturo Ripstein en 1972.

No perdernos implica hacer algo al respecto, ¿pero qué?

Una amiga, abrumada, comentaba que conocía a varias personas que habían renunciado a su vida “normal”, para “andar en la lucha”, organizando toda clase de manifestaciones, haciendo toda clase de denuncias, yendo del tingo al tango, promoviendo juicios aquí y allá en contra de tal o cual empresa que dañaba la salud o el medio ambiente, o se dedicaba a la trata de blancas… En estas sus “misiones imposibles”, habían dejado a su familia, su salud, sus amigos y su sonrisa. Lo peor de todo es que tanto esfuerzo con frecuencia resultaba infructuoso, pues transformar el mundo implica luchar contra gente poderosísima. ¿Vale la pena dejar todo para sentirse héroe social?, reflexionaba, en una falsa pregunta mi amiga, desconcertada y molesta.

Prefiero seguir la propuesta de Piotr Kropotkin, líder anarquista ruso, en su obra La conquista del pan. Él decía (más o menos) que las revoluciones sociales son tareas de largo plazo y que requieren de una gran resistencia popular. Por esa razón, para que la gente no se canse es importante que el movimiento revolucionario cuide las necesidades espirituales, lúdicas, estéticas y sensuales de la población, a través de canciones, danzas, juegos, tertulias, etcétera. Incluso proponía consejos prácticos para realizar ciertas tareas cotidianas de manera más económica y así tener más tiempo para lo importante.

Hay muchas cosas que podemos hacer contra la tendencia dominante, sin abrumarnos: mantener cierta autonomía intelectual y aprender a decir NO, para no creernos todo lo que nos dicen desde el poder; no dejarnos seducir por el comercio, ni comer tanta chatarra; no cargar con el exceso de desconfianza hacia los demás, que el sistema insiste en imponernos; educar nuestras emociones para que la frustración no nos apabulle; ser más comprensivos con el prójimo (cuando no actúa desde el poder); darnos el lujo de perder el tiempo, jugando, conversando con nuestros familiares y amigos y disfrutando más del arte, en lugar de ver tanta televisión.

¿Qué otras cosas se les ocurren a ustedes, amables lectores?

(No dejen de escuchar todos los sábados de 12 a 13 hrs. el programa radiofónico “La pregunta… del águila que se levanta”, un programa sobre educación, en Radio Universidad, 89.5 FM; www.uaq.mx/servicios/radio.html).

metamorfosis-mepa@hotmail.com

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