Preguntas que dificultan la entrada al mundo feliz
Por: María del Carmen Vicencio
Hace unas semanas tuve una experiencia más que apasionante de reflexión colectiva en torno a preguntas fundamentales que tienen que ver con todo ser humano, pero que poco nos planteamos, por andar tan ocupados en las tareas cotidianas de supervivencia.
Me refiero al seminario “Epistemología, política y educación”, organizado por la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordinado por los maestros Ramón Hinostroza, Sergio Becerril, Gonzalo Guajardo y quien aquí escribe.
Este seminario estuvo abierto al público y el grupo que integró, aunque pequeño, fue muy rico, por la diversidad de perspectivas de sus participantes: preparatorianos, estudiantes de maestría, jubilados, amas de casa, matemáticos, filósofos, psicólogos, abogados, pedagogos y “multis”, deliciosamente discordantes entre sí y a la vez buenos interlocutores.
Ante la pregunta ¿qué es el hombre?, la epistemología (o exigencia de autoconciencia), responde, diciendo que es un ser con “logos” (Aristóteles); un ser que se construye en la palabra, que reflexiona sobre sí y sobre el mundo; un ser que anda en busca de sentidos.
La política responde a esa misma pregunta diciendo: el hombre es un “zoon politikon” (también Aristóteles), un animal comunitario, que se vuelve humano y “sí mismo” sólo en su interrelación con los otros. La política pregunta además ¿quién es el sujeto de la historia?; ¿quiénes son los que la mueven?; ¿qué les sucede a los humanos en ese movimiento?
La educación reflexiona sobre cómo se constituye el hombre; qué clase de seres humanos deseamos formar, para qué tipo de sociedad.
Pensar críticamente sobre estos temas activa una bomba contra el orden establecido, pues genera la toma de conciencia sobre cómo funciona el mundo y la forma cómo nos vamos humanizando, cosificando, alienando o autodestruyendo en él. Por eso quienes buscan mantener el actual statu quo harán lo posible por que la gente no se interese, ni se dé la oportunidad de plantearse estas preguntas, desprestigiándolas como “irrelevantes”, “obsoletas” o “in-útiles”.
Cuando hablamos de “el hombre” (en abstracto) nos referimos a todo eso que somos en común: seres pensantes y políticos desde el principio de la historia, a lo largo y ancho del planeta; no importa nuestra condición.
Sin embargo, el hombre no sólo es ese “universal abstracto”, tiene múltiples concreciones en el espacio y en el tiempo, que lo colocan en situaciones altamente desiguales y dramáticas.
En esas concreciones, las respuestas a esas mismas preguntas nos sorprenden cuando observamos los tremendos dramas existenciales que vive la mayoría de la población.
En lo que nos toca, México fue catalogado por la OCDE como el país con gente que trabaja más, gana menos, descansa menos y es más feliz (¡sic!). ¡Qué dato tan conveniente para organizar la explotación! En México, 23 personas al día mueren de hambre y 48 millones son obesos-desnutridos; en un año 90 mil niños fueron deportados desde Estados Unidos, 25 mil de los cuales viajaban solos; tenemos el tercer lugar en Latinoamérica con niños esclavos y la mayoría de los chicos pasa, en promedio, cuatro horas diarias frente al televisor, tragando al menos 63 mil comerciales al año. (En premio, a Televisa le condonan tres mil millones de pesos de impuestos). Los ancianos, por su parte, se vuelven aún más vulnerables, cuando “se pierden” (¡sic!) 80 mil millones de pesos de sus fondos de ahorro para el retiro.
Somos humanos en condiciones extraordinariamente distintas y, sin embargo, como masa, nos alimentamos de “verdades” hegemónicas que nos impone el sistema dominante. Por eso conviene preguntar, ¿eso a lo que llamo “mis” ideas o “mis” deseos son realmente míos o son meras internalizaciones de los valores que el mercado me impuso imperceptiblemente?
¿Qué somos los seres humanos?, ¿meros espectadores?, ¿objetos desechables?, ¿herramientas útiles?; ¿valemos sólo en nuestra calidad de maquiladores, consumidores o votantes?; ¿cuál es el sentido de nuestro hacer cotidiano? Las máquinas a las que nos enchufamos, ¿actúan como buenas prótesis y potencian nuestra capacidad comprensiva y transformadora o nos hemos reducido a ser sólo sus apéndices? Eso que somos, ¿es lo que queremos ser?
Cuando Feuerbach afirma que “los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada”, Marx lo cuestiona, alegando (en su tercera tesis) que “esta afirmación olvida que SON LOS HOMBRES, PRECISAMENTE, LOS QUE HACEN QUE CAMBIEN LAS CIRCUNSTANCIAS y que el propio educador necesita ser educado…” (Las mayúsculas son mías).
¿Qué estamos haciendo para modificar nuestras circunstancias y las de las nuevas generaciones?
Ante las duras condiciones que vivimos, muchos optan por dejar de pensar, para “no conflictuarse”.
El narrador de la novela futurista “Farenheit 451” de Ray Bradbury aclara esta situación: Es que “leer hace pensar y pensar hace infeliz a la gente”.
Ante las condiciones que nos abruman, ¿la otra opción que tenemos será migrar a “Un mundo Feliz” (de Huxley)?
metamorfosis-mepa@hotmail.com
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