Preguntas y pistas para elegir al “mejor” candidato
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
Es muy difícil creer en la honorabilidad de los candidatos de elección popular, si no responden con un sí a las siguientes preguntas y obran en consecuencia: ¿Estaría usted dispuesto a enviar a sus hijos a escuelas públicas?; ¿a trasladarse todos los días prioritariamente en bicicleta o en autobús público?; ¿a acudir al IMSS o al ISSSTE para cuidar de su salud?; ¿a recibir un sueldo no mayor de 50 mil pesos mensuales (incluidas todas las prebendas de ley)? ¿a mudarse a una casa de interés social en un barrio popular de la ciudad, tipo Nueva Realidad o calle Libertad de Carrillo Puerto? ¿Aceptaría usted que Hacienda llevara una fiscalización sistemática de todos sus ingresos, y que investigara cuidadosamente el origen de sus bienes, adquiridos antes o durante su mandato? ¿aceptaría cumplir a cabalidad su cargo, sin renunciar a él, antes de tiempo, ni atenderlo a medias, por andar buscando otro? ¿Es usted capaz de escuchar (en serio) la voz de los “nadies”?
No se preocupe, señor candidato, el plazo de esta disposición, no es para toda la vida; únicamente mientras dure su cargo… ¿Estaría dispuesto? Si no lo está, comprenda que su ofrecimiento de firmar sus compromisos ante notario o someterse a pruebas de polígrafo, resultan francamente risibles, por no decir, ofensivos a la inteligencia.
Si usted no está dispuesto a practicar (durante al menos tres años) esto que propongo, no logrará adquirir “las competencias” (neoliberalismo dixit) que hacen falta para gobernar. Reprobará el examen ciudadano, antes de iniciar. No merece usted, pues, ningún puesto pagado con el sudor de nuestra frente.
Tanto la buena pedagogía de antaño, como el neoliberal enfoque de competencias exigen que los estudiantes vivan la experiencia, se enfrenten a desafíos específicos, para adquirir los conceptos, habilidades y actitudes que requiere el buen desempeño de una tarea compleja. Nadie gobierna bien, si no ha experimentado en carne propia el dolor de las mayorías. No puede, porque padece un “obstáculo epistemológico”, según Bachelard (“cabeza dura” en el lenguaje coloquial).
Cualquier mal político que se enfrente a estas preguntas, tejerá diversas racionalizaciones laberínticas, para justificar su no “políticamente correcto”: “No, por la seguridad de mi familia”, “No, porque la ley me permite tener tales y cuales privilegios, debido a la enorme envergadura de mi cargo”, “No, porque es necesario emplear los medios más avanzados, para servir mejor a la ciudadanía” y bla, bla, bla.
En mi convicción, los candidatos que no estén dispuestos a emprender tales hazañas, no merecen nuestro respeto. Cuando hablan de “gobernar con valores”, ¿a qué se refieren exactamente? Parece que ignoran los grandes ideales de la historia milenaria, entre los que relucen, precisamente, el de la templanza y la sobriedad. Si presumen de “cristianos”, desconocen el Nuevo Testamento (“es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico comprenda el sentido profundo de la existencia humana”); si presumen de “patriotas”, desconocen los “Sentimientos de la Nación” de Morelos, que exigen moderar la opulencia. Si presumen de “republicanos”, ignoran del todo la propuesta de Juárez sobre la “honrada medianía”. El peor candidato es un ignorante, prepotente y con dinero.
Cuando esos candidatos, indispuestos a asumir el reto que propongo, hablan de “democracia”, ¿a qué se refieren? ¿Puede haber democracia, cuando las reglas del juego legalizan tan escandalosa inequidad en la contienda?; ¿cuando el dinero, con frecuencia mal habido o ilegal, (según dicen Buscaglia y los propios candidatos a sus adversarios), es el que determina quién puede llevar su mensaje a todos los rincones y quién no?, ¿cuando los partidos más pequeños se alían con el poderoso, y renuncian a sus idearios políticos (si los tienen), con tal de no perder su registro (quién cree sus demás justificaciones)?, o ¿cuando el verde se da el lujo de violar todas las reglas, sin perder nunca su registro?; ¿cuando los pobres se sienten obligados a votar por el partido en el poder, para no perder el apoyo de “Prospera”?
¿A quién se le ocurrió que el trabajo de un político es mucho más importante y valioso, que el de un obrero; o el de un campesino, que hace la tierra produzca sus frutos; o el de amamantar a un niño; o el de cuidar a los enfermos; o el de compartir a un grupo de chiquillos inquietos los conocimientos básicos para desenvolverse en la vida?
¿Por qué un jornalero de San Quintín gana sólo 150 pesos al día y, en cambio el político “de carrera” merece un salario mil veces mayor?, ¿por qué los “políticos de carrera” cuentan con todo el tiempo del mundo para dedicarse a la política, mientras que el ciudadano común, no logra siquiera denunciar el malestar de su comunidad, por estar atrapado en la avasalladora lucha por la supervivencia? ¿Por qué hay “políticos de carrera”? No debería haberlos en una auténtica democracia. Cualquier ciudadano debiera “estar a la altura de las circunstancias”, para ir ocupando los puestos de gobierno, rotativamente.
¿Quiénes de los candidatos están tan preparados como para plantearse existencialmente estas preguntas, para merecer nuestro voto?
Frente a estos cuestionamientos, es muy fácil responder: “respeto su opinión, pero no la comparto”, cuando uno tiene el poder, cuando no es capaz de ver ni escuchar y, mucho menos, de renunciar a sus prebendas.