Opinión

Qué significa una calle tomada

Por: Daniel Muñoz Vega

La calle cerrada puede tener muchos significantes, puede ir desde una protesta social de cualquier índole hasta por eventos deportivos, sociales o culturales. Una calle cerrada puede ser un símbolo de poder ciudadano; podría entenderse como una forma de transgredir, legítimamente, al orden y a la ley; o también, una forma de agresión a quienes se les coarta su derecho al libre tránsito.

¿Por qué cerrar una calle? Me resulta increíble que la festividad de cualquier comunidad se congregue en torno a una calle cerrada. La celebración de cualquier santo es motivo suficiente para llenar una calle de puestos de comida y para montar un castillo pirotécnico. La tradición es un pretexto legítimo para hacer de una avenida un andador.

Se piensa que una causa legítima es un motivo suficiente para cerrar una calle; y sí lo es. En días pasados hemos visto impresionantes movilizaciones de estudiantes por el actual conflicto dentro del Instituto Politécnico Nacional. Ver a miles de estudiantes marchando por la calle es una de las manifestaciones más románticas de la lucha política, las consignas a coro se vuelven energía. La marcha de miles se vuelve un solo ente. Más cuando una marcha está, como las del Poli, protagonizada por jóvenes que con legítimas excusas presionan al gobierno.

Una de las principales formas de combustible del movimiento de Andrés Manuel López Obrador fueron las marchas por la Ciudad de México. El Zócalo, el corazón de lo que fue la Gran Tenochtitlan, fue el nervio político de las movilizaciones «pejistas». La primera gran marcha que catapultó a AMLO en la esfera política nacional para las elecciones presidenciales del 2006 fue la marcha contra su desafuero político. Un millón de personas marchando un domingo hicieron que Vicente Fox metiera reversa, tres días después, en torno al desafuero y se comprometiera a respetar los derechos políticos del tabasqueño. La toma de las calles dobló al Estado.

Pero AMLO abusó de las calles como foro político. La decisión de tomar Paseo de la Reforma por tiempo indefinido fue una acción mal medida por López Obrador, que terminó por lapidar su capital político. La radicalidad de la medida no parecía ser un acto civil natural sino un capricho del tabasqueño. La imagen de Reforma cerrada atentaba directamente contra la cotidianidad del habitante del Distrito Federal.

La característica que tiene que tener el motivo para cerrar una calle es la espontaneidad. Cerrar un calle debe ser una especie de big bang urbano; debe ser un acto de autenticidad que legitime transgredir el libre paso ciudadano. No todo es política. En nuestra, ciudad cientos o miles de ciclistas toman las calles los miércoles. El hecho de que las bicicletas detengan a los automovilistas, más en una ciudad hecha para los carros, es una bellísima imagen que muestra que los cambios son posibles, es una postal para dejar de pensar como siempre y procurar los cambios.

Así como los ciclistas tienen el poder para cerrar las calles, los corredores logran tomar las arterias de la ciudad. En Querétaro, correr es una auténtica manifestación cívica; para algunos políticos, corres es una forma de ejercer poder, la organización del maratón ha sido uno de los resultados positivos de la administración calzadista, el actual gobernador hizo del correr una manifestación de poder; con el mismo ímpetu hubiera impulsado una política de movilidad en torno al transporte público, pero no fue así.

Correr en masa empodera a la sociedad; todos convergen en torno a las ya comunes carreras de fines de semana. Los aficionados a correr no magnifican el poder que tiene la capacidad de organización. Si una carrera es capaz de cerrar las grandes avenidas de la ciudad para que pasen mil o 2 mil personas, correr se convierte en una acto para empoderar a la sociedad.

Las calles tomadas son de las pocas herramientas políticas que le quedan al pueblo; son un foro de expresión, un símbolo de libertad y una manera abstracta de conceptualizar la democracia. Las calles tomadas empoderan a la sociedad; mientras los funcionarios se sientan frente a su escritorio, la sociedad marcha. Un político que se asoma por la ventana de su despacho para ver la marcha es un político que se esconde, y eso es un símbolo de debilidad política.

La actual crisis institucional del país podría traer el empoderamiento de las masas, y si la democracia no se refleja en las instituciones políticas, es necesario conceptualizar la democracia en las calles, por eso es legítimo que la gente marche. Si la cultura no tiene foros, es necesario que los artistas tomen las calles. Si existe una aparente dictadura automovilística ante la falta de infraestructura ciclista y peatonal, es necesario que tanto ciclistas como corredores paren el tráfico. Tomar una calle espanta a muchos, pero no es más que un elemento accesible de empoderamiento civil. Hasta son bienvenidas las medidas de los gobiernos de cerrar las calles los fines de semana para el esparcimiento de la gente.

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