Opinión

¿Quién era él?

Por: Edmundo González Llaca

Varias veces me habló por teléfono e insistió en que nos viéramos. Yo opuse una resistencia digna de Fidel Castro pero al final cedí. No eran muy gratos los recuerdos que tenía de nuestra convivencia en la preparatoria. Parece que lo veo sentado en la primera fila de adelante, ubicación geográfica en un salón de adolescentes relajientos, verdaderamente sospechosa. Siempre bien peinado y puntual, recogía la lista en la dirección y la llevaba al maestro. Al entrar a la clase los de atrás gritábamos a coro ¡miauuu! Él se vengaba poniéndonos faltas o retardos según su grado de rencor. Después de su criminal tarea nos mostraba la lista de nuestros pecados y satisfecho se alisaba la grotesca corbata, que al parecer consideraba un escudo contra nuestra insolencia. Airados y despechados, repetíamos más fuerte: ¡Miauuu!

Me citó en un café de Coyoacán. Llegué temprano, no por mi estilo personal de convivir, sino porque la lluvia me obligó a correr varias cuadras antes. El lugar estaba hasta el tope de jugadores de ajedrez, filósofos, artistas, vagos y otros más del sector económico informal. Por el aspecto desenfadado de los parroquianos y ese olor penetrante, producto no de la pobreza sino de una convicción personal en contra del aseo, mi querida y clasista abuela hubiera dicho al llegar: «No se trata propiamente de un lugar con gente decente».

Aunque nadie había reparado en mi presencia, en un acto de falsa solidaridad con quienes ahí estaban, me desabotoné la camisa y me quité ridículamente la corbata. Pensé en los antecedentes severos y precozmente adultos de mi amigo, observé a sus compañeros de ocios y no pude menos que recordar la frase del filósofo tropical del siglo XVI: «Sorpresas que da la vida».

Lo vi aparecer en la puerta del café. Mientras se sacudía las gotas de lluvia, minuciosamente recorrí su figura. Traía en las manos un gran portafolios de algo que un día tal vez fue cuero. Periódicos, papeles y libros bajo el brazo. Pantalón, suéter y saco, todo parecía quedarle grande o chico. En el cuello llevaba enredado algo de color indefinido, que pensando con optimismo era una bufanda o tal vez un trapo de cocina. En fin, no se había convertido propiamente en Pierre Cardín.

De la puerta del lugar a mi mesa hizo un tiempo infinito, caminó lentamente en medio de saludos y manotazos en la espalda de los parroquianos.

-Saludas a otra persona más –le dije en tono de broma cuando llegó– y te puedes lanzar de diputado por este Distrito.

-De ese tema, me dijo con seriedad, es del que quiero hablar.

Sentí terror e infinito aburrimiento de ponerme a discutir con él de política y le comenté rápidamente, tratando de desviar la plática.

-Cálmate, vamos primero a comentar lo galán que nos vemos o ya de perdida los matrimonios que llevamos.

Me clavó una mirada fría y con tono determinante dijo:

-¡Por favor!, nada de convencionalismos, que tengo prisa.

El mesero, sin preguntarle nada, ya había puesto un café.

-Mira, Edmundo, yo he leído varios libros tuyos, ahora te leo en el blog de Querétaro (una sonrisa plena apareció en mi rostro, para mis adentros pensé, después de todo no está tan raro, yo pagaré la cuenta), pero creo que voy a dejar de hacerlo (cuentas separadas y a la próxima agresión me paro y que él pague). Estás insufrible y les vas a hacer un daño a tus lectores. Te leí hace tiempo en tu cruzada por democratizar al PRI y ahora en tu lucha por transparentar al gobierno de tu Estado. ¡Sólo a ti se te ocurre! Obviamente no te admitirán otra vez en ese Partido y no podrás trabajar en tu Estado ni aunque compren otro equipo de futbol (me dieron ganas de llorar). Todas tus definiciones políticas, todas tus cruzadas, hasta el blog en el que estás, son puras pen… (en la televisión se escucha un sonidito en lugar de palabrotas, yo pondré puntos suspensivos) …. Y no pierdo mi tiempo agregando más sinónimos de fracaso. Es humana tu actual reacción. Pero te has vuelto, escribiendo, más grave, frío, solemne, apocalíptico y marmóreo que Cuauhtémoc Cárdenas hablando.

-Momento -lo interrumpí en tono de broma y en serio-, eso sí ya cala. A la próxima yo te digo hijo de Hugo Sánchez.

-Bueno, bueno, habló en forma conciliadora, no es para tanto… Lo cierto es que pronto ya voy a preferir ver por la… televisión el noticiero para sordos que leerte (¡Maldito!).

-Lo que tú no te das cuenta… Güerejo (con el puñal dentro de mí no me consoló su familiaridad), es que la política del país, salvo lo que hace el Presidente, es trivial. Son triviales los Secretarios de Estado, los gobernadores, los medios de comunicación. ¡Por supuesto!, los diputados, los senadores y los asambleístas. Lo único trascendente, para bien o para mal, que le sucede al país, es lo que hace el Presidente. ¿Tantos años leyendo, escribiendo mamadas y haciendo grilla y todavía no te das cuenta? Claro, tu ignorancia te lleva a hacer propuestas verdaderamente… [puntos suspensivos y silencio] y lo peor, antihistóricas y antipatrióticas.

-¿Cuál? -lo interrogué tímidamente.

-Pues la última, ¿ya no te acuerdas? Esa en la que le pides a los políticos, desde que son candidatos, la difusión pública de su patrimonio personal, antes de su campaña, durante su cargo y después de que dejan el servicio público. ¿Acaso estás loco, Edmundito? (Obviamente el diminutivo no era de cariño). Todo es trivial y tú quieres que al pueblo le quiten los encendedores, los llaveros, los tortilleros, los dedales, los delantales y que le regalen ideología. ¡Es el colmo!

-Yo -dijo- ya no voy a votar. Pero sólo lo haría por alguien que como diputado, senador o gobernador se quitara las máscaras y que reconociera que su… triunfo o derrota depende de la labor de Peña Nieto y propusiera la fundación de una asociación de trivialistas. Te convoco a que pruebes esta propuesta, que reconoce la inutilidad profesional de la política y lo vano de la participación de todos, incluso, por supuesto, de la sociedad civil, en el quehacer político. A ver, dime ¿tú sabes cuál es la diferencia ideológicas entre los partidos políticos? Ya nadie lo sabe. Todos somos piezas de una maquinaria más grande que son los poderes fácticos. Te propongo que tú seas fundador de esta asociación en México.

-¿Una asociación de qué?, -le pregunté. Sin contestarme abrió su portafolios. Más bien, destrabó las escasas partes donde el zíper todavía realizaba su función. Sacó una copia fotostática y habló:

-Denis Grozdanovitch escribe esto que te voy a regalar y que ahorita te voy a leer. Diputado, senador, gobernador ‘u’ lo que sea, que proponga esta asociación, tiene mi… voto y me hace hasta su discípulo, ¡por honrado! Escucha con atención.

La creación bastante reciente de una Asociación Metropolitana de Trivialistas reúne ya algunas centenas de adherentes en todo el país. Los miembros de esta institución muy respetable se encuentran a horas convenidas en cualquier lugar, –paradas de autobús, fondas de estaciones ferroviarias, etcétera– pero, y este es el aspecto más apasionante del asunto, sin tener ningún motivo preciso para encontrarse ni nada especial que decirse; siendo esta última condición, según lo que he podido comprender, totalmente deseable.

Tampoco es obligatorio asistir efectivamente a la cita, aunque esta última cláusula sea uno de los únicos motivos de litigio en las raras discusiones que se generan a veces entre los triviales, cuando tienen oportunidad de encontrarse. De todas maneras, la condición de trivialista no implica ninguna regla definida: como lo declara con firmeza y entusiasmo su presidente y fundador: «Se es trivialista o no se es; ¡y se acabó!»

El gran congreso, que reúne teóricamente a todos los miembros en el mismo lugar durante algunos días, es el punto culminante del año trivialístico. Los congresos de estos últimos años tuvieron grandes logros. Según una pareja de trivialistas que yo conozco, la principal actividad de los participantes consiste en ir a recibir a los que llegan a la estación lo más cordialmente posible y acompañarlos luego a su hotel profiriendo gran cantidad de interjecciones entusiastas a fin de salir al paso de toda veleidad de información sobre el orden del día, por temor de ciertos nuevos miembros todavía no compenetrados del espíritu institucional.

En el congreso mismo, no está previsto naturalmente ningún tema en particular, y cada uno está requerido de intervenir exclusivamente cuando a él le plazca, y de preferencia cortando la palabra a aquellos cuyo discurso comience a apartarse peligrosamente de la más estricta trivialidad. Después, por lo general, luego de algunos días de discusiones desordenadas donde cada uno participa activamente de la algarabía general sin estar por tanto obligados a escuchar realmente a su interlocutor, los congresistas se separan dándose citas particulares para el año en curso, la mayor parte de las cuales no se cumple porque casi todos los trivialistas anotan las direcciones en pedazos de papel sueltos que rápidamente se extravían.

Como lo declara también su presidente: «La Asociación de Trivialistas no quiere distinguirse en nada de la vida en general, salvo, justamente, por la voluntad de sus miembros de tener una conciencia aguda de su trivialidad, y por su deseo de tranquilizarse mutuamente –y lo más posible– a este respecto».

Terminó de leer. Me vio complacido y me dio la copia. Recogió los papeles de la mesa, más bien los acarreó con el brazo, como quien jala las ganancias de una mesa de juego, y los echó a su portafolios. Inició la penosa operación de cerrar la cosa esa que traía. Los papeles que se resistían los metía poco comedidamente con el puño.

-¿Ya terminaste -le dije con una mal disimulada tranquilidad- tu homilía sobre la trivialidad? Ahora yo voy a hablar… » (puntos suspensivos míos).

Vio de inmediato su reloj y respondió:

-Lo siento Edmundo, pero no llego a la Cineteca y hay una película buenísima. Luego nos hablamos.

Sin darme la mano, se retiró apresurado. A mitad del café se detuvo y me gritó:

-Por cierto, me acuerdo bien, en la escuela tú eras quien más fuerte me gritaba ¡miauuu!. Sin esperar respuesta me dio la espalda.

Me quedé pensando ¿Quién era él? ¿Un provocador? ¿Un profundo analista político? ¿Un humorista? ¿Un vengador tardío? Sigo sin saberlo.

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