Opinión

Sacar la vuelta

Punto y seguido

Ricardo Rivón Lazcano

Tantos y tan buenos análisis se han hecho del turbulento -¿en apariencia?- inicio de año, que he optado por sacarle la vuelta al tema y poner aquí recortes y elucubraciones recientemente adquiridas.

Poniente queretano

Ella –Emily- le preguntó que por qué no escribía lo que pensaba. Para qué, le preguntó él, con cuidado desdén ¿Para competir con fraseólogos incapaces de pensar consecutivamente por sesenta segundos? ¿Para someterse a la crítica de una burguesía obtusa, que confiaba su moral a la policía y sus bellas artes a un empresario?

El señor Duffy se enteró de la muerte, trágica, de la señora Emily Sinico. Apresuró su comida de la cual no fue consciente. Se levantó de la mesa. Caminó rápido en el crepúsculo de noviembre. (James Joyce, Un triste caso).

Conecté con el crepúsculo de Borges: “vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala”.

Fui a la Wikipedia por una rosa de Bengala. Me llevó a la prueba más utilizada para detectar brucelosis debido a su rapidez y sensibilidad. Tiene un color rosa violáceo.

Mi equivocación: rosa “en” Bengala, rosa “de” Bengala. Laberintos, callejones sin salida, espejos, cuchillos y cuchilladas.

He escuchado que el crepúsculo queretano en ‘El Aleph’ tiene que ver con el color rosa de sus canteras, el “rosa” de la iglesia de santa “Rosa” de Viterbo, más aun por ser el apellido de Beatriz, la de imperiosa agonía sin sentimentalismo ni miedo.

Conseguí un mapamundi, un espejo y un rayo láser. Ciertamente, lo que vemos en la ciudad de Querétaro, al caer la tarde, es reflejo de una rosa en la parte más al este de la mal llamada India.

 

El jardín de los senderos que se bifurcan

Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Párrafo 7.  (José Emilio Pacheco pasó como flotando).

Tradicional costumbre

Me pregunté entonces si se podía generalizar, si no habíamos conservado todavía, en el siglo XIX y comienzos del XX –y XXI-, la costumbre de atribuir orígenes lejanos a fenómenos colectivos y mentales en realidad muy nuevos, cosa que equivaldría a reconocer la capacidad de crear mitos en ésta época de conocimientos científicos. (Morir en occidente Pilippe Ariés p. 9)

La universidad

Si Sam Fathers había sido su mentor y los conejos y ardillas del patio trasero del hogar, su jardín de infancia, la inmensidad salvaje por la que vagaba el viejo oso era su facultad universitaria, y el propio viejo oso macho, ya tanto tiempo viudo y sin hijos como para haberse convertido en su propio progenitor no engendrado, era su alma mater. Pero no lograba verlo nunca. (El oso, William Faulkner).

Alivio

“Hay muchas personas que se pasan el tiempo ayudando a los necesitados o uniéndose a movimientos para mejorar la sociedad. Eso no está mal. Pero muchas veces sus actos se basan en la ansiedad surgida de una falsa visión, tanto propia como del inverso, que al no tener alivio les corroe les corroe el corazón y les priva de una vida rica y feliz. Aquellos que patrocinan y se involucran en actividades de mejoramiento social se consideran, de manera consciente o inconsciente, superiores moralmente, de modo que nunca se ocupan por purgar su mente de la codicia, la ira y el pensamiento engañoso. Pero llega el momento en que se cansan de esta actividad, y ya no pueden aliviar sus ansiedades básicas sobre la vida y la muerte. Entonces se preguntan seriamente por qué la vida no tiene mayor significado y por qué no le encuentran mayor gusto. Así, por primera vez se preguntan si en lugar de salvar a otros no debían primero salvarse ellos mismos. (Los tres pilares del zen, Philip Kapleau).

El tiempo

El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

 

Leyenda japonesa

Ono, un habitante de Mino, pasaba las estaciones buscando su ideal de belleza femenina. Una tarde la conoció en un vasto páramo y se casó con ella. Simultáneamente con el nacimiento de su hijo, Ono adquirió un cachorro de perro y a medida que crecía se volvía más y más hostil con la mujer del páramo. Ella suplicó a su esposo a que lo matara, pero él se negó. Un día el perro la atacó con tanta furia que ella perdió el coraje –o se llenó de-, se convirtió en un zorro, saltó el cerco y huyó.

«Tú puedes ser un zorro», Ono le decía, «pero eres la madre de mi hijo y yo te amo. Regresa cuando puedas; tú siempre serás bienvenida».

Así cada tarde ella se escabulliría a la casa y dormía en sus brazos.

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