Opinión

Tiempos de Odio y Violencia

Perspectiva 2014

Por: Sergio Centeno García

El Gran filósofo dice con acierto que hay en la especie humana cuatro emociones básicas: amor, odio, alegría y tristeza. De ellas se derivan todas las demás emociones que experimenta el humano, las cuales son origen de la construcción o destrucción, de la guerra o la paz, o de la armonía y el desasosiego.

Muchos se han preguntado si la violencia en el ente humano es natural o aprendida, pero pocos han podido comprender que en realidad la raza humana realiza tanto la una como la otra. Así, hubo violencia natural en las sociedades primitivas cuando en grupo tenían que arrancar la vida a algunos animales que le servirían de alimento. En este caso, no es que nuestros ancestros sintieran odio o rechazo contra el mamut que mataban, sino que la necesidad natural de comer para mantenerse vivos los hacía ejercer violencia contra la presa o incluso, podían matar a otros humanos para arrebatarles la comida y entonces comer, pero nunca porque sintieran odio contra ellos.

Hoy mismo se ejerce violencia natural contra un semejante cuando está de por medio la propia vida. Es decir, cuando alguien ante el peligro o amenaza material de ser asesinado ejerce violencia para defenderse y sobrevivir. Siempre que se trate de luchar para preservar la vida y se ejerza violencia contra el otro se trata de violencia natural, ya que no está de por medio el odio o el rencor contra el semejante como origen de la agresión.

Ahora bien, se podría decir: ¿Pero es que acaso un ladrón que asesina, o un gatillero que dispara contra otro no están luchando también para mantenerse vivos? Sin embargo, no es el caso, pues existen demasiadas maneras socialmente aceptadas de conseguir comida, las cuales no implican agresión mortal a otro humano.

¿Entonces, cuándo existe la violencia no-natural o social? Cuando el que mata siente tanto odio contra la sociedad y contra sí mismo, que no le queda otra alternativa que desalojar ese odio a través de la agresión contra el semejante.

Tal odio social tiene su origen en la educación que el niño recibe tanto en la familia como en las instituciones educativas, pues se educa al niño bajo un régimen que le impide expresar sus emociones, sobre todo el odio que siente cuando es regido por una mamá, papá o profesor castrante, que le impide hacer todo aquello a que por su gusto natural tiende. Al reprimir su odio, el niño y el adolescente lo van guardando hasta que ya tienen edad y fuerza física suficiente para agredir a los demás. De ahí el acoso y el abuso contra aquél que siente más débil, lo cual va generando más odio, más en quien es acosado. Queda claro que el odio al semejante es un producto prioritariamente social.

Este odio contra la sociedad, contra la autoridad y contra sí mismo, que normalmente se traduce en neurosis o inadaptación social, es la causa de que por ejemplo, dos personas que jamás se han visto puedan liarse a golpes o hasta matarse entre ellos, por un simple incidente de tránsito, o simplemente porque, en un momento determinado, el uno miró fijamente al otro.

Por otro lado, en el caso de los narco-gatilleros, soldados, policías, vándalos, pandilleros o gente “común” que asesina a otros, no cabe duda que su falta de amor al semejante y su exceso de odio son el motor que los impulsa a actuar. Tal odio es siempre odio hacia la sociedad y hacia sí mismo.

He visto en videos y documentales cómo este tipo de odio hace que soldados, policías, granaderos, narco-gatilleros o gente común golpeen, torturen y asesinen a otras personas, sin compasión alguna, peor que si mataran a una bestia. Es más, se podría decir que hasta disfrutan masacrando al otro. Esto es ya socialmente anómalo.

He visto también cómo algunos manifestantes —en marchas o plantones— apedrean a los policías, los golpean o los lastiman por alguna parte que no es cubierta por sus cascos o escudos. Puro odio reprimido. Por y con ese mismo odio, cuando alguno de esos manifestantes cae en poder de los granaderos, es golpeado sin misericordia alguna. (Continuará).

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