Opinión

“Todo va bien”, ¿aunque a la gente le vaya mal?

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

metamorfosis-mepa@hotmail.com

Peña Nieto no deja de alardear que la economía del país va “por buen camino” y que “todos los indicadores van a la alza”. En recientes declaraciones refutó incluso el reporte de recesión del INEGI, afirmando que “el empleo también se recupera” (La Jornada 13/05/2014).

¿Qué mundo verá Peña Nieto, que el resto de la población no ve? Si todo va bien, ¿por qué tantos estudios que muestran lo contrario, tanta rabia, tanta violencia fuera de control, tantas autodefensas, tanta desconfianza, tantas manifestaciones y desplegados de protesta, tantas preguntas desafiantes?

Por lo visto, Peña sigue sin enterarse del desastre nacional que estamos sufriendo. Algo similar podríamos decir de nuestros gobernantes queretanos y su extraño “Foro energético” del pasado 12 de mayo (con poesía y todo), celebrado después de que ya se tomaron las principales decisiones a espaldas de la población, y que más que generar una reflexión profunda, a partir de una intensa confrontación de ideas realmente opuestas, se dedicó a remachar las supuestas ventajas que dicha reforma traerá para los mexicanos.

Esto me recuerda la advertencia de Albert Einstein: “El mundo está en peligro, no por las malas personas, sino por aquellas que permiten el mal”. Este señalamiento no sólo concierne a las “buenas y eficientes personas” que nos gobiernan, sino a todos nosotros, pues de una u otra manera, frente a las circunstancias actuales, nos vemos ignorantes, impotentes, inexpertos o incapaces de detener la maldad.

Algo similar señaló también Hanna Arendt, reconocida filósofa judía-alemana, en su polémico libro sobre “la banalidad del mal”, en torno al juicio de Eichmann, un nazi acusado de participar en el Holocausto judío. Según Arendt, él no era “el monstruo diabólico, infectado de odio” que pretendían sus detractores, sino un hombre, disciplinado y eficiente; un burócrata mediocre que estaba en paz consigo mismo, pues no sólo hacía su trabajo siguiendo órdenes superiores, sino que, congruente con la ideología dominante, se había comprometido a practicarla “hasta el fin”. En síntesis, Eichmann “era un hombre terrible -y temiblemente normal-, producto de su tiempo y del régimen que le tocó vivir”.

La conclusión de Arendt pone de manifiesto que muchos malhechores son individuos normales, (podríamos decir, incluso, encantadores y hasta “buenas personas” en su fuero interno), que hacen simplemente lo que (según ellos) “se debe hacer”, renunciando a pensar sobre las consecuencias y, sobre todo, negándose a dar cabida a planteamientos que los contradigan. No tienen visión de totalidad y sólo actúan a partir de la información fragmentada y superficial que reciben.

Según Hanna Arendt, si regímenes autoritarios (como el nazismo) han sido tan dramáticamente destructivos, ha sido porque los ciudadanos “comunes” ignoraron lo que estaba sucediendo o no lo consideraron relevante, no opusieron resistencia y lo dejaron avanzar. Ha sido también por la pusilanimidad y complicidad de ciertos líderes populares que, para salvar su propio pellejo, colaboraron de múltiples formas oscuras con los déspotas.

¿En qué se parece la época que vivió Arendt a la nuestra?; ¿en qué consiste la maldad actualmente?

La idea de que “somos producto de nuestro tiempo y del régimen que nos toca vivir” resulta relevante cuando nos preguntamos ¿qué clase de ser humano está siendo formado por las condiciones del régimen dominante?, ¿cómo ocupa sus días el ciudadano común?, ¿qué ideas desarrolla sobre la realidad y qué hace a partir de ellas? Eso que creemos, pensamos y hacemos ¿contribuye a detener el mal o a fortalecerlo?

Estas preguntas son de difícil respuesta “en general”, si consideramos la gran diversidad de tendencias ideológicas, personalidades individuales, expresiones culturales y enormes desigualdades sociales que existen entre la población. Sin embargo, una clave fundamental para responderlas es el señalamiento arendtiano: “el mal surge cuando las personas renuncian a pensar”. Por eso hay que sopesar en qué medida las circunstancias actuales nos posibilitan o impiden ser sujetos, actores conscientes y responsables de las decisiones que tomamos.

Las condiciones que vivimos ¿nos ayudan a comprender el papel que jugamos en el mejoramiento o destrucción del mundo, o nos cosifican y anulan como seres pensantes?

El problema del sistema económico-político por el que han optado quienes dicen representarnos es que la mayoría de la población ha sido sistemáticamente excluida de la reflexión sobre los asuntos públicos, así como de la toma de decisiones que afectan profundamente su vida (atrapados entre los afanes de supervivencia y la televisión).

En contraparte, se observa el creciente poder de los mercados, que son en realidad quienes controlan al Estado, al ejercer fuertes presiones y chantajes sobre la clase gobernante. Por otro lado, la toma de decisiones se justifica alegando criterios pretendidamente “técnicos”, expresados en una jerga ininteligible, donde la voluntad popular no tiene cabida.

Todo esto hace inviable la democracia y la participación ciudadana, por más foros que organicen nuestros políticos, o por más bellos discursos que pronuncien, cacareando que “todo va bien”.

En este contexto, “detener el mal” implica romper con el fatalismo y la inercia acrítica imperante, generando micro y macro espacios de intensa reflexión y debate, como ya lo hacen miles de colectivos alternativos en toda la República.

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