Todos somos Aristegui
Por: Agustín Escobar Ledesma
El acoso, la represión y la censura que sufre Carmen Aristegui por parte del gobierno federal me llevó al ensayo “Mujeres periodistas en México: nombres y colaboraciones”, de Elvira Hernández Carballido, doctora en Ciencias de la Comunicación de la UNAM, en donde hace un recuento de algunas precursoras de la Revolución de 1910, quienes por sus críticas, valentía y compromiso con las causas sociales, fueron encarceladas por el gobierno del feroz autócrata.
Hernández Carballido pone ante nuestros ojos a Juana Belem Gutiérrez, fundadora de la publicación Vésper, oriunda de San Juan del Río, Durango, quien se caracterizó por sus críticas a la dictadura, la iglesia católica y el Estado; por supuesto que la periodista no recibió un premio por su labor informativa, al contrario, fue encarcelada junto a Camilo Arriaga, los hermanos Flores Magón y Juan Sarabia y luego desterrada a Laredo, Texas.
Juana Belem Gutiérrez es autora de un texto en el que describe el miedo del tirano oaxaqueño, que ya se encontraba en su etapa terminal, ante la pluma y que, guardadas las proporciones y la distancia histórica, es la misma lucha que Aristegui y los mexicanos libramos contra el partido que cumplió 86 años de dictadura, al que los panistas le dieran respiración boca a boca durante doce años, para que regresara tan autoritario como siempre, imponiendo a Enrique Peña Nieto, primer presidente mexicano con analfabetismo funcional.
Juana Belem Gutiérrez escribió: “Porfirio Díaz será el primer hombre que tiene miedo a las mujeres y en su espanto se olvida hasta de ocultarlo como hasta aquí había ocultado su cobardía de inicuos alardes de fuerza. Qué ¿se pensará el caudillo que Elisa Acuña y Rosete (profesora y periodista, también precursora de la Revolución mexicana) ocupará la silla presidencial? Qué ¿se figurará Porfirio Díaz que su muy humillante servidora quiere arrebatarle la matona? ¡Pobre hombre! ¡Cómo delira! No tenemos derechos, pero si los tuviéramos renunciaríamos a ocupar el puesto de Porfirio Díaz. ¡Es tan triste ser como él!”
Estado fallido
Por supuesto que el Estado mexicano es el directamente responsable de la desaparición de Carmen Aristegui del espectro radioeléctrico, al permitir que Grupo MVS vulnerara sus derechos consagrados en nuestra Carta Magna, cuyo Artículo 7 señala a la letra:
“Es inviolable la libertad de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio. No se puede restringir este derecho por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares, de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios y tecnologías de la información y comunicación encaminados a impedir la transmisión y circulación de ideas y opiniones”.
Y es que, aunque Grupo MVS canceló el contrato del equipo de Carmen Aristegui “por faltas al código de ética”, es del dominio público que la empresa de la familia Vargas Guajardo recibió fuertes presiones de Los Pinos para que dejara fuera del aire a la segunda mujer más poderosa de México, de acuerdo a la información publicada por la revista Forbes en agosto de 2014.
Cuando la unidad de investigaciones especiales del equipo de Aristegui, descubrió la red de prostitución del PRI capitalino, la Casa Blanca de la primera dama, la casa del Secretario de Hacienda y dio puntual seguimiento a los casos de Tlatlaya y al de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, el ancien régime vio en la periodista a uno enemigo al que había que acallar, parafraseando a Jorge Castañeda Gutman, como sea, cuando sea y del modo que sea.
Periodismo y poderes fácticos
Las periodistas que a lo largo de nuestra historia nacional han denunciado las injusticias y los abusos de gobernantes y magnates de la industria, han sufrido censura y fuertes presiones, tal y como nos lo recuerda la doctora en Ciencias de la Comunicación, Elvira Hernández Carballido, quien en su ensayo arriba citado, relata el caso de otra periodista que, antes de la nacionalización de la industria petrolera por el presidente Lázaro Cárdenas, enfrentó el embate de las poderosas empresas petroleras.
Durante el gobierno cardenista —escribe Hernández Carballido—, la respetada periodista Elvira Vargas Rivera, fue la primera reportera que describió la precaria situación de los trabajadores mexicanos de los pozos petroleros y la riqueza de los empresarios extranjeros, en el diario El Universal, situación que molestó a los capitanes de la industria.
La periodista dejó constancia de las presiones a las que fue sometida en el folleto de su autoría “Lo que vi en la tierra del petróleo”, publicado en 1938, del que se destacan las siguientes líneas, en donde un petrolero, identificado como el señor Long, intentó que Elvira Vargas se retractara y arrodillara a sus pies:
“—Bueno, le dije, ¿qué es en concreto lo que quiere usted?
—Pues que rectifique en el acto. Allí está el teléfono, puede usarlo.
—No para eso, señor Long. Ni una sola palabra rectifico. ¿Cree usted que yo estoy jugando?
—Es que, interrumpió, si usted escribiera de otro modo, la compañía se daría por bien servida.
—Pues, dije levantándome, diga a su compañía que puede darse por mal servida”.
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