Una bala perdida en el estadio (¡Pégame, mátame, pero no me quites el futbol!)
Por José Luis Álvarez Hidalgo
Una ola mediática se ha desatado en torno a la balacera que se suscitó en las afueras del estadio de futbol de la ciudad de Torreón, Coahuila, durante el partido entre Santos y los Monarcas del Morelia. Los hechos son conocidos por todos, lo que vale la pena analizar es la desmedida reacción de las partes involucradas y la cobertura informativa exhaustiva y atolondrada que se dio del suceso.
En primer lugar, me parece inverosímil la “sorpresa” que causó dicha balacera. Tal parece que los medios, las autoridades políticas y futboleras y la misma afición, creyesen con fe ciega que el deporte de las patadas y las multitudes iba a permanecer encerrado en la burbuja blindada que se le ha creado en el imaginario social. ¿De qué privilegios suponen gozar? ¿Acaso no se han percatado de que el narco y quienes los combaten en la fallida y criminal guerra contra el narcotráfico de Calderón, han invadido todos los espacios habidos y por haber, aún los considerados cuasi sagrados e intocables?
La susodicha guerra ha invadido la privacidad de miles de hogares mexicanos, escuelas, universidades, centros de rehabilitación para adictos, parques recreativos, hospitales, reclusorios, oficinas de gobierno, iglesias, etc. ¿Porqué todo mundo parece suponer que los estadios de futbol iban a permanecer intocables? ¿A qué se debe esa alharaca insensata?
Además, la balacera no ocurrió dentro del estadio, de ser así no puedo imaginarme la reacción en el hipotético caso de que se hubiese llevado a cabo una ejecución a un prominente político o a un capo poderoso mientras disfrutaba del partido de futbol. Mucho más grave fue el caso de la balacera en las afueras de un jardín de niños en Monterrey en donde la heroica maestra les pidió se tendieran al piso mientras les entonaba una canción infantil. O, peor aún, el cobarde asesinato de la activista Marisela Escobedo acaecido justo enfrente del palacio de gobierno de Chihuahua (¡en las mismísimas narices del gobernador!) y que también registró una cámara de seguridad. O, la reciente balacera en una escuela de Ciudad Juárez en la que hirieron de gravedad a cinco mujeres inocentes y dieron muerte al perseguido. ¿Quién se rasgó las vestiduras por estos sí lamentables hechos? ¿Quiénes se pararon de pestañas y exigieron una entrevista con el Secretario de Gobernación, Blake Mora, para encontrar una solución a la inseguridad? Nadie, fueron flores de un día.
Ahí les va la respuesta: se hizo semejante escándalo mediático porque se trataba de un espectáculo que se transmitía en vivo y a todo color a través de la televisión en red nacional, y que al ser captado por las cámaras el momento exacto en que el portero del Morelia se echa a correr desesperado y atraviesa el campo seguido de los demás futbolistas y enseguida de los aficionados que descendían de las tribunas, el espectáculo inesperado y mórbido resulta inaudito e incontrolable, al grado de que TV Azteca suspende la emisión, a diferencia de ESPN que lo transmite en su totalidad.
En el caso de TV Azteca se habla de censura y la televisora del Ajusco se pone de a pechito al decir que no querían hacer apología de la violencia y que se mantenían fieles al pacto firmado en esa aberración denominada Iniciativa México. Los de ESPN, con el emblemático José Ramón Fernández a la cabeza, argüían que ellos sí practican la libertad de expresión y que por eso cubrieron el suceso de principio a fin. ¿A quién le cree estimado lector? ¿A melón o a sandía? De tin marín de do pingüe, títere, mácara yo no fui… ¡Por supuesto que a nadie!
La reacción de los medios de comunicación nacionales, en especial de la televisión, y de los ofendidísimos directivos del futbol nacional, así como los debates posteriores orquestados por ambas partes, significaron una farsa bien montada para que el respetable público se indignará aun más y exclamase a los cuatro vientos que esto no se le puede hacer al deporte más amado, al espectáculo que congrega a las familias mexicanas domingo a domingo a convivir en armonía y a ser la catarsis de toda una semana plagada de problemas económicos, sociales, existenciales… ¡Al futbol no, por favor! ¡Pégame, mátame, pero no me quites el futbol!
Así, en medio de toda esta maraña mediática, el único que sale perdiendo es el doliente aficionado y asiduo consumidor de todo tipo de chatarra fabricada por la televisión; y digo que sale perdiendo porque le han arrebatado el último sueño al que se aferraba: la seguridad del cielo protector de un estadio de futbol. Ya nadie está a salvo.