Opinión

Universidad sin cangrejos

Agustín Escobar Ledesma

 

Soy muy afortunado. Es un honor para mí conocer a muchos universitarios trabajadores, responsables, comprometidos en serio con la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y con nuestra sociedad. Por supuesto que por ellos metería las manos al fuego (si es que de algo les pudiera servir) por su honestidad y dedicación.

He de confesar que en mi agenda no figura ningún analista (¿alguien pensó que Ana no era lista?), la mayoría son académicos por honorarios, de los que perciben 50 pesos por hora y que no cuentan con ninguna prestación social; para ellos aguinaldo, vacaciones, seguro social, antigüedad, pensión, etcétera, representan la utopía, ese maravilloso No lugar que Tomás Moro sembró en el imaginario de la humanidad.

El agua y el aceite

En las aulas universitarias, además de El Capital de Marx, se enseña lo que la Ley Federal del Trabajo define como salario, es decir, el conjunto de beneficios recibidos por el trabajador. Según el articulo 84: “El salario se integra con los pagos hechos en efectivo por cuota diaria, gratificaciones, percepciones, habitación, primas, comisiones, prestaciones en especie y cualquiera otra cantidad o prestación que se entregue al trabajador por su trabajo”. Paradójicamente, el contenido de este artículo es letra muerta para muchos profesores de la UAQ que imparten tan valioso conocimiento. (En otro artículo abordaré el caso de los afortunados trabajadores que con seis mil pesos mensuales les alcanza para pagar renta en El Campanario y tienen un BMW, según Mister Bean Cordero ¡Ah, cuánto lo amo! sus películas me provocan una descontrolada hilaridad).

 

Eduardo Galeano desentraña docta y sencillamente la contradictoria situación que la globalización (léase imperialismo gringo) nos ha impuesto: “El mundo al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia dicen, es ley natural”.

Educar ¿para qué?

Dentro de este marco de inequidad en el que encontramos trabajadores de segunda, al interior de la UAQ se está desarrollando el proceso electoral universitario en el que los doctores César García, Marco Carrillo, Gilberto Herrera y Fernando Valencia se disputan la Rectoría de nuestra máxima casa de estudios. Por supuesto que en esta lucha los candidatos han aportado lo mejor de sí mismos e, incluso, algunos de ellos han acudido reiteradamente al lema vasconceliano de la UAQ “Educo en la verdad y en el honor” para definir el rumbo de su proyecto de Universidad.

 

Sin embargo, aunque nada de lo humano me es extraño, con tal de hacerse del poder, los candidatos también han recurrido a prácticas poco ortodoxas, seguramente debido a la desesperación y la impotencia, porque sienten que no les alcanzan las ideas para llegar a la máxima silla del Cerro de las Campanas; enseguida uno se pregunta dubitativamente a lo Sherlock Holmes (con la clásica parafernalia de lupa, pipa y humo incluida), ¿a quién beneficia la guerra sucia?, ¿a César García?, ¿a Gilberto Herrera?, ¿a Fernando Valencia?, ¿al Rector?, ¿al delfín? Que cada quien siga las huellas de los sospechosos que, al parecer, se pierden en la entrada del edificio de Rectoría.

 

Por lo pronto, ante esta situación de pena ajena, el 26 de octubre el doctor Gilberto Herrera Ruiz presentó una queja ante la Comisión Electoral y al mismo tiempo una demanda penal ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ) del estado de Querétaro por imputación de hechos falsos en contra de quien resulte responsable, por las injurias levantadas en su contra durante el actual proceso electoral. El director de la Facultad de Ingeniería, anunció que el propósito de la demanda es evidenciar la guerra sucia de la que ha sido objeto desde el inicio de la contienda electoral.

 

Llaman la atención las palabras que el doctor Herrera ha pronunciado al respecto en el clímax de la guerra sucia en el proceso electoral universitario: “Que ellos (las autoridades universitarias y judiciales) definan si he robado a la Universidad Autónoma de Querétaro; si he robado patentes; si he actuado en complicidad con proveedores o si he maltratado a alguien. Y si es así, les ofrezco la renuncia a mi candidatura”. También afirmó “Necesitamos castigar la demagogia. Paremos las comidas y fiestas para obtener votos, o no las paremos, pero que sean todo el año, no nada más durante los procesos electorales. Digamos ‘no’ a las difamaciones y calumnias. Paremos esta política de la telenovela mexicana, que se basa sólo en la difamación, la intriga que vemos en la televisión todas las noches».

 

Finalmente, ojalá que en los últimos capítulos que faltan del proceso electoral, la intervención de las autoridades universitarias y las judiciales propicien la desaparición de injurias, calumnias y difamaciones y que los universitarios elijan sin presiones y sin ser cooptados al candidato que represente la mejor opción, para que la UAQ, una vez más, salga fortalecida de esta lucha cíclica en la que cada tres años mis amigos universitarios se enfrascan.

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