Opinión

Verano intensivo

Por: Rafael Vázquez Díaz

¿Qué es la realidad? ¿Qué es lo que conocemos como “lo cotidiano”? A lo largo de la historia del hombr, estas preguntas han desatado una serie de respuestas que han partido desde lo filosófico hasta la Física y, en general, todas las ciencias que trabajan constantemente con sus variables; la Política, la Historia, la Antropología, la Sociología.

Es difícil externar la sensación de conocer una diferente realidad ¿se imagina usted qué sentiría si se perdiera a la mitad de Tokio? ¿los problemas relacionados con el lenguaje, las costumbres, los olores? ¿puede imaginarse el sentimiento de soledad, de incertidumbre, de miedo? y a la vez la fascinación, la curiosidad nata como ser humano, el cerebro revolucionado aprendiendo y adaptándose al nuevo entorno sin que nosotros mismos lo hagamos consciente. Es un torbellino de emociones.

Es fácil imaginarlo con alguna cultura al otro lado del mundo, sin embargo, la realidad es mucho más compleja de lo que imaginamos y la verdad es que no tenemos que irnos tan lejos para descubrir otros mundos y otras percepciones de la realidad. Entre estados de la república, entre municipios, entre ciudades e incluso entre los mismos barrios hay diferentes dinámicas cuyas características son únicas y sorprendentes.

Esa vorágine de emociones, de nuevos conocimientos, de conciencia social es la que pretende el programa de servicio social de Verano Intensivo ofrecido por la Dirección de Vinculación Social.

Como sociólogo, nunca olvidaré una de mis primeras prácticas universitarias en campo. Estábamos levantando datos en una comunidad y tras caminar varias horas bajo el sol, con el polvo impregnado en todo el cuerpo y el cansancio de haber caminado mucho, llegamos a la casa más retirada, abrió una señora mayor que pasaba con facilidad los 90 años. Contestó lenta pero amablemente todas las preguntas, cuando le preguntamos qué era lo que acostumbraba comer nos miró a los ojos y nos invitó a pasar dentro de su casa, un cuarto grande y muy humilde que hacía de cocina, comedor y recámara. A la mitad de la esquina destinada a ser cocina colgaba una red con una zanahoria y una cebolla. Nos miró, nos mostró las dos verduras que poseía y dijo: “eso es lo que tengo para hoy”. Es difícil describir las sensaciones que se arremolinan aún hoy -aunque hayan transcurrido varios años- y como esa tengo mil experiencias nuevas aprendidas en campo, algunas gratas y otras aún dolorosas.

Pero va más allá del cambio individual que le genera a cada estudiante que toma esta alternativa de servicio social comunitario, así como una pequeña hoja genera un campo expansivo al caer en un lago en calma, el estudiante, al llegar a la comunidad, crea tan sólo con su presencia una dinámica distinta en la comunidad. Los niños por primera vez se plantean que quizá migrar no es la única alternativa, los adultos recuperan un poco la confianza en las instituciones públicas que han perdido debido a las intervenciones asistencialistas que responden más a una lógica electoral y no a un compromiso con las zonas más abandonadas y con mayor grado de marginación en el estado.

“Uno se hace realmente de su profesión al estar trabajando en la comunidad” comentó un estudiante el año pasado tras concluir su participación en Verano Intensivo, y es que pareciera ser que la realidad de los que estudian, aún de los jóvenes con menos recursos, viven una situación mucho más afortunada que los más de cincuenta millones de pobres que viven en condiciones complicadísimas. Ahí es donde verdaderamente toma relevancia el compromiso de nuestros universitarios en ciencias sociales, pero también de aquellos ingenieros, contadores, veterinarios y doctores que realmente pueden llegar a ser la diferencia en la calidad de vida de las poblaciones más lejanas en el estado.

No es sino hasta que se descubre el inmenso corazón de nuestras comunidades cuando nace el compromiso social y el estudiante replantea la idea del profesionista exitoso. Es importante hacerles notar que la vida carece de objetivo si no está dedicada al servicio de los demás, conquistando así, casi sin quererlo, la felicidad propia.

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