Vivimos entre hijos de puta
Ricardo Rivón Lazcano
Marcelino Cereijido (Buenos Aires, 1933) en su libro: Hacia una teoría general sobre los hijos de puta intenta esclarecer los orígenes de la maldad en el ser humano. Nos invita a hacer una reflexión de la realidad en la que estamos inmersos, donde nos rodea la maldad representada en “la hijoputez.”
La hora de la mujer
Durante largos periodos, sea porque la mujer eligió como compañero a un forzudo astuto, o bien porque este macho fortachón mató a sus competidores a garrotazos para disputarle las hembras, el humano fue acentuando el dimorfismo sexual que nos caracteriza. Dado que el varón tiene un cuerpo muscularmente más poderoso que el de ella, no ha dejado de recurrir a su fuerza bruta, de la cual se ha valido para vedar el acceso de la mujer a la educación académica, a una participación eclesiástica igualitaria y a un ejercicio parlamentario, incluso cuando se legisla sobre ella. El machismo también ha dificultado que la mujer acceda al saber, y con harta frecuencia la obliga a prostituirse y aportar dinero. Aún hoy los arqueólogos y antropólogos modernos siguen con su acendrada costumbre de ocultar la verdad y atribuir todo adelanto civilizador exclusivamente al hombre, como si la evolución de la mujer hubiera sido ajena al desarrollo de la agricultura, la domesticación de animales o la producción de cacharros que se fueron integrando a las culturas. Cuando dicen que son logros del hombre, no se están refiriendo al Homo Sapiens sino lisa y llanamente a los varones.
Hasta cierto punto, la ciencia no es una aventura de la razón
Un investigador genial y otro mediocre no se diferencian por su habilidad para debatir ni para usar equipos avanzados o esquemas conceptuales elevados, sino sólo por lo siguiente: mientras el inconsciente del primero genera ideas originales, al del segundo sólo se le ocurren trivialidades que le permitan publicar un artículo más, en el que predomina la información, no el conocimiento. Por ahora, no tenemos idea de cómo hace el inconsciente para combinar procesos (metafóricos, metonímicos, desplazamientos, olvidos, énfasis, entusiasmos…) y generar nuevas ideas. A lo sumo brota media concurrencia, acaso como chiste o burda analogía, pero si no prospera para que la razón la tome y haga de ella un concepto, se vuelve a escurrir hacia el arcano nudo de víboras de las corazonadas olvidadas. En las últimas etapas de una investigación podemos argumentar racionalmente, traer a colación teorías en boga, consultar datos bibliográficos, formular ecuaciones, diseñar experimentos y, por último, escribir un artículo que presente nuestro trabajo como si se hubiera tratado de un proceso exclusivamente racional, al punto que el editor de una revista científica no nos permite siquiera mencionarlos.
Es obvio que el desarrollo de formas de gobierno y sistemas económicos brindó la posibilidad de hacer cosas que, ante el crecimiento de la humanidad, implicaron a grandes masas humanas (por ejemplo, políticas de salud pública, seguridad social o empleo), así como grandes cantidades de recursos (para hacer caminos, puentes, construcciones, aeropuertos y todo tipo de infraestructuras, inventos y todo tipo de descubrimientos científicos), y maneras de difundir el conocimiento (organizar sistemas educativos, museos, cadenas de radio y televisión…), lo cual implicó a su vez una gran organización. Todas ellas son obras que a una escala realmente individual y sin organismos centrales para coordinarlas hubieran sido impensables; requirieron de la fuerza de muchos y el liderazgo de pocos para emprenderlas en el largo camino que ha tenido la humanidad; pero los hijos de puta, en su acepción más perversa, las transformó en pechinas en tanto comenzó a usarlas como una forma de poder para causar injusticias, guerras, usura, analfabetismo científico, pobreza y otros flagelos.
Cuando se afirma que la prostitución es el oficio más viejo del mundo se comete un error obvio. Si tomo las dos enseñanzas de Adriana Balaguer que mencioné en el capítulo ocho (“ninguna mujer nace para puta”) debo aseverar que la profesión más antigua del mundo es la del proxeneta. El novelista Samuel Butler (1835-1902) ha señalado que “la gallina es la manera que tiene un huevo de hacer otro huevo”, lo que para nuestro caso equivale a decir que la prostituta no es más que la manera que tiene un hijo de puta para hacer otro hijo de puta.
Y si bien las circunstancias configuraron la “gran pauta” que arrancó a partir de la revolución agraria, hay razones para sospechar que se aproxima un nuevo cambio.
¿Qué le queda por hacer a la víctima de la hijoputez?
Las teorías de Malthus, Darwin, Wallace y otros sociólogos y biólogos, generadas para dar cuenta de ciertos fenómenos de la evolución, han sido manipuladas abusiva y erróneamente por sociólogos, politólogos y publicistas para justificar teóricamente las desigualdades sociales y el laissez-faire, movimiento que pasó a ser reconocido como darwinismo social. El darwinismo social se basaba en enfatizar la competencia, sin tener en cuenta que la agresividad es sólo un aspecto de la conducta de los animales. Por eso luego, tal vez a partir de J.B.S. Haldane, autor del libro The causes of Evolution (1932), se acentuó el interés en conductas animales “benignas”.
Pensemos en las aves adultas que quedan exhaustas por salir a buscar comida para sus pichones, o por defenderlos, o por pelearse contra el mundo para que sus descendientes sobrevivan; o en los pingüinos que se quedan soportando fríos despiadados para incubar un huevo. Esas conductas llevan a hablar incluso de altruismo.
Se trata de bichos que hacen de centinelas para detectar si se acerca algún depredador que pueda poner en peligro a sus hermanos que mientras tanto están comiendo. Dado que los delfines no son peces, sino mamíferos, deben salir a la superficie de vez en cuando para respirar. Así como se ven muchachos que se arrojan al agua para rescatar al nadador extenuado, se ven delfines que tratan de reflotar al compañero que está herido o que por cualquier otra causa no han salido hacia la superficie y corre el riesgo de perecer. También esas conductas son seleccionadas y perfeccionadas cuando resultan convenientes para la especie.
Se han puesto monos en dos jaulas diferentes; uno de ellos tiene acceso a una palanca que, tras ser accionada, hace dos cosas: proporcionarle comida a él y darle un choque eléctrico al mono de la otra jaula. El experimento está dispuesto de tal modo, que el mono tenga muy claro que no sólo recibirá comida si opera la palanca, lo que inevitablemente hará sufrir al compañero. El resultado es que el mono de la palanca llega a padecer hambre extrema, con tal de no perjudicar a su compañero. Es notable que hasta las ratas tengan un equivalente de esa actitud altruista.
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