Opinión

¡Volvamos a la violencia!

Por Fernando R. Lanuza

Escribir sobre los hechos violentos que atestiguamos directa o indirectamente en nuestro país conlleva una doble responsabilidad. Por una parte, presentar algo más que una descripción del hecho violento tal cual es denunciado por la corriente moral a la que uno se adscribe; por otro lado, permitir al lector una reflexión sobre su propio lugar en el entramado de la violencia, es decir, un cuestionamiento sobre su sensibilidad ética desde el instante mismo de entrar en contacto con el tema.

 

Lo anterior dicho porque con lo acontecido en nuestro país en los últimos años no sorprende para nada que florezcan publicaciones o suplementos dedicados al ambiente de guerra escenificado en nuestro territorio nacional. Lo que sí sorprende es que muchas de las publicaciones parezcan estar destinadas a explotar la atracción que ciertos acontecimientos despiertan en la población lectora.

 

Me refiero no solamente a las publicaciones conocidas como amarillistas sino a artículos de publicaciones de divulgación cultural o científica y, aclaro de paso, mi interés no es en absoluto intentar una crítica a dichas publicaciones, más bien al contrario, quisiera proponer unos comentarios sobre lo que podría estar detrás de esa atracción: la violencia como entretenimiento.

 

Evidentemente, el discurso principal se encamina a analizar los hechos violentos, responsabilizando ya al crimen organizado, ya al Estado desorganizado; sin embargo, podríamos reflexionar sobre otro discurso subyacente a ese discurso de condena a los hechos violentos, debajo de ese discurso que tiene que retomar fuerzas porque está paralizado. Es decir, aunque debamos analizar, discutir, quejarnos, emprender iniciativas en contra del hecho violento, es necesario tomar noticia de ese otro discurso silencioso el cual cuestiona sobre las ventajas del hecho violento.

 

Tendríamos que indagar sobre lo que se juega de los participantes y de los testigos directos o indirectos del hecho violento, destacar la necesidad de utilizar, con lo horrible que pueda resultar a algunos de los lectores esa palabra, la serie de hechos violentos que azotan al país para repensar las formulaciones existentes de la agresión como parte constitutiva de los seres humanos.

 

Esa pregunta sobre la agresión que nos ha acompañado por siglos, y que nos encamina a pensar el por qué no se han logrado formas de impedir que esa agresión termine en hecho violento, pese a las buenas voluntades que se le han opuesto. Debemos encontrar formas de proponer nuevas interpretaciones de esos discursos subyacentes que se movilizan a través de los hechos violentos para intentar un más allá del discurso superficial o socialmente aceptado y poder proponer intervenciones alternativas a la monocromía gubernamental.

 

Recordemos que una de las funciones de las ciencias sociales y las humanidades consiste en penetrar y reformular desde dentro los discursos humanos, no aislándolos en aulas para su disección como haría el biólogo marino en el laboratorio con el cadáver de un delfín. El reto real contemporáneo en el país para estas disciplinas consiste en encontrar estrategias útiles para recombinar los discursos y presentarlos en términos de fantasías realizables a los individuos.

 

Desde mi disciplina, la psicología, se pueden intentar muchas preguntas que como ya dije no son fácilmente tomadas como hipótesis gentiles pero que deben ser formuladas: ¿Qué es realmente lo que hacemos cuando hablamos de violencia? ¿En qué consiste el atractivo del hecho violento? La violencia como entretenimiento tendría la característica de analizar la violencia como una forma de tramitar quizá ciertas experiencias infigurables de la existencia; la violencia no daría respuesta a estas incógnitas pero daría círculos alrededor de ellas, se les acercaría mucho más que otras prácticas humanas.

 

¿Qué se encuentra realmente representado por la violencia? ¿Permite la violencia un lazo social entre los afectados por un tal hecho violento que tiene una intensidad difícilmente superable? Todo esto intentaría dar luz sobre el por qué funciona el hecho violento aun contra todo un entramado discursivo que sostendría primariamente la vida pacífica en comunidad y la reciprocidad del trato al semejante.

 

De igual manera, el hecho violento permite reflexiones sobre el necesario cierre de la comunidad en sí misma, algo analizado por Freud y otros como el otro extranjero que permite la cohesión de la comunidad. Finalmente, el otro es siempre la incógnita, el distractor, la posibilidad de encontrarse o… de perderse.

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