Y después del grito, ¿qué?
Por:María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
PARA DESTACAR: Esos recortes tienen su contraparte en el pago puntual de intereses de la deuda externa. No importa que hayamos celebrado la Independencia, cada vez somos menos independientes de los Estados Unidos, del Banco Mundial, del FMI, de la OCDE y de otros organismos más.
El vómito es una forma de defensa del cuerpo para librarse de algún alimento que le hizo daño. Después del vómito, el cuerpo siente un gran alivio y reúne fuerzas para ir sanando.
Hay algo de saludable en el vómito social contra el presidente Peña Nieto. La convocatoria a identificar todas esas acciones con las que ha dañado a México, para gritar “¡Renuncia!” y opacar al grito oficial de Independencia, hace bien (como la Sal de uvas), pero ¿qué sigue después?
Según cuentan las redes sociales, el grito oficial reunió a una gran masa de acarreados, identificados con un paño verde y una torta. Aquellos que dieron el grito disidente, pidiendo la renuncia de Peña Nieto, quedaron ocultos tras el grueso cerco de uniformados. No importa. Gritaron todo lo que quisieron.
Después del alboroto viene la calma; la vida sigue igual (o peor):
Peña Nieto recibe en Nueva York el Premio al Estadista 2016; Tomás Zerón, quien había renunciado a su cargo (creímos que por exigencia de los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa), consiguió un cargo mejor; la CNTE se repliega y Nuño Mayer sigue aferrado a su bastardo proyecto de “calidad educativa”.
No importa que se anuncien tremendos recortes presupuestales a la educación, a la cultura y a la investigación científica: También se recorta el financiamiento a la salud, a la agricultura y a todo lo que necesita la población para no sucumbir.
Esos recortes tienen su contraparte en el pago puntual de intereses de la deuda externa.
No importa que hayamos celebrado la Independencia, cada vez somos menos independientes de los Estados Unidos, del Banco Mundial, del FMI, de la OCDE y de otros organismos más.
Los gritos disidentes no son suficientes para cambiar el rumbo que sigue nuestro país, impuesto por quienes deciden por nosotros, ni Peña Nieto es tan poderoso enemigo, contra el que valga la pena hacer que retiemble en sus centros la tierra. Se trata de un simple peón, “mequetrefe, producto del analfabetismo político de la gente” (diría Bertolt Brecht). Nuestras leyes no permiten destituirlo, menos acusarlo de traidor, ni meterlo a la cárcel ni expulsarlo del país. Habremos de seguirlo sufriendo los años que le faltan.
Gritar “¡Peña Nieto, renuncia”!, podría servir de algo, si debilitara al verdadero enemigo que sostiene al presidente, al resto de nuestra clase política, a los exmandatarios (con sus pensiones millonarias que incluyen a sus familias) y a los dueños de las grandes trasnacionales. Sin embargo, ese adversario es tan poderoso, inteligente, intangible, omnipresente y omnisciente, que se ha integrado como cáncer a la médula espinal del pueblo; se alimenta de su fuerza de trabajo y cual vampiro, rejuvenece con su sangre, su sudor y sus lágrimas.
Ese enemigo, el capitalismo voraz, es el que provoca que mientras más crisis se desaten, los bancos y los grandes consorcios aumenten sus ganancias; que nuestros mandatarios se olviden de servir al pueblo y busquen ser los favoritos del Gran Poder; que los países desarrollados y ciudadanos pudientes busquen protegerse con muros excluyentes (físicos o ideológicos) de quienes reaccionan ante la devastación sufrida; que las áreas naturales protegidas, los bienes y servicios públicos sean vistos como oportunidades de jugosos negocios; que se naturalice (es decir, que veamos como natural o inevitable) el etnocidio (el asesinato de individuos y pueblos) el ecocidio (asesinato de la sana relación entre el ser humano y la Naturaleza) y el epistemicidio (asesinato de los saberes populares, distintos al saber oficial, impuesto por Occidente).
Para librarnos de ese enemigo no basta con gritar. Podrá servir un poco para descansar en nuestra lucha y ganar nuevos ánimos. Será contraproducente, en cambio, si sus efectos no trascienden la catarsis y sirven solo para tranquilizarla. Eso desmoviliza.
Librarnos de ese enemigo requiere un trabajo mucho más concreto y sistemático; requiere de un tejido mucho más fino, que llegue más allá de la protesta, y logre construir “espacios liberados” (no importa qué tan pequeños sean).
Gustavo Esteva, fundador de la Universidad de la Tierra en Oaxaca, comparte con otros autores nuevos caminos hacia la liberación, en “Rebelarse desde el nosotros” (en la red electrónica): “En medio del horror, cayendo aún por el abismo insondable, al que nos han empujado, ha estado naciendo la nueva sociedad… Ante la caída del régimen dominante por sus propias contradicciones y por nuestras luchas, se está intentando poner en su lugar otro aún peor. La única opción es abrir bien nuestros ojos y miradas, limpiar a fondo nuestras orejas, para poder ver-nos y reconocer-nos, en el empeño de transformación que ha empezado a crear el mundo nuevo.”