Opinión

Yo tampoco soy Charlie

Tigres de papel

Por: José Luis Alvarez Hidalgo

Ahora que han pasado algunos días de la terrible masacre en contra de los periodistas de Charlie Hebdo, condenable a todas luces, hoy, mañana y siempre; y ya con el ánimo un poco más reposado luego de la euforia democrática y libertaria de la expresión y el derecho a la información, bien vale la pena entrarle al debate acerca de la libertad de expresión y sus límites, si acaso ponderamos que esa clase de libertad debe tenerte algún límite o no. En mi carrera periodística siempre me he ufanado y afanado por ser un aguerrido defensor de la libertad de expresión, pero me perece que la defensa a ultranza de un derecho o de una libertad, sea cual fuere ésta, no puede realizarse en abstracto, no como una especie de doctrina fundamentalista que defiende a sangre y fuego esta clase de libertades.

Tampoco me gusta la palabra “límite”, pues su sola mención ya implica una restricción, un reduccionismo muy severo que choca de frente con la idea sublime que tenemos del concepto de libertad; una libertad acotada no se escucha muy bien que digamos. De allí que me parezca más pertinente plantear que un derecho o una libertad tiene una contraparte ética y moral que debe tenerse en cuenta necesariamente para expresarnos acerca del otro con respeto y ética profesional. Así que ya salió la palabrita tan buscada: ética, en efecto, se trata de una libertad ética que se debe ejercer con responsabilidad social y plena conciencia profesional del modo de ejercer el noble oficio del periodismo.

En toda esta marea incesante de declaraciones y apostolados acerca del derecho a la libertad de expresión, me ha sido chocante escuchar un argumento que se pretende justificatorio y que, desde mi punto de vista, no lo es: suponer que el hecho de que se trate de una publicación de tipo “satírico” implica el derecho a la permisibilidad total; es como decir que, a fin de cuentas, se trata sólo de una broma, de un buen chiste y que esos pesados fundamentalistas musulmanes no tienen ningún sentido del humor y no se lo deberían tomar tan en serio. No, me parece que ese enfoque no es el correcto, el humor negro, blanco o del color que sea no lo justifica todo; el humor también debe ponderar a la ética como un basamento que no se puede abolir a punta de risotadas. El humor ético también existe.

Me voy de espaldas cuando leo el artículo de Santiago Mayor publicado en el semanario Ketzalkoatl, en donde refiere lo que Charlie Hebdo publicó en su número 1099, en la cual se mofa de la masacre de más de mil de egipcios con la venia de E.U. y Francia, y que en la portada se lee: “ Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas”. Si estas “libertades” puede tener un periódico satírico, que no tiene recato alguno para tachar de “mierda” al texto más sagrado que poseen los musulmanes, que me perdonen, pero en esa clase de periodismo no creo, y que además asuman la bandera de la libertad de expresión a costa de lo que sea, me parece un despropósito.

Justamente, ese es el problema con la comicidad imperante en la radio y en la pantalla televisiva que al no tener en cuenta este concepto ético, creen tontamente que en el humor todo se vale y por ello abundan los programas cómicos donde la misoginia, la homofobia, la mujer como objeto sexual y demás actos discriminatorios pueden tener espacio en los medios de comunicación y darse el lujo de todo tipo de excesos en aras de la tan mentada libertad.

Coincido con el cuestionamiento del periodista Santiago Mayor, cuando señala que el eje central del debate debe ser: ¿quiénes ejercen la libertad de expresión? Y más importante aún: ¿sobre quiénes la ejercen? Amparándonos en el código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO, en el rubro del derecho a la información y la responsabilidad social del periodismo y de los periodistas, se señala: “El verdadero periodista defiende (…) el valor y la dignidad de cada cultura, así como el derecho de cada pueblo a escoger libremente y desarrollar sus sistemas político, social, económico o cultural”. Un periodista debe promover la diferencia y no estigmatizarla, satanizarla o parodiarla de formas tan lamentables.

También me parece muy acertada la reflexión que plantea el periodista Marcos Roitman en su artículo publicado en La Jornada, el 18 de enero, al indicar que “la libertad de expresión, se quiera o no, presupone la capacidad de escuchar, seleccionar y determinar la relevancia de lo dicho. No todo lo dicho por alguien debe concitar y ser digno de atención. Los ciudadanos pueden reivindicar su derecho al silencio, la indiferencia y la crítica”.

Con este artículo, hago uso de ese derecho que me concede la libertad de expresión: hago uso de mi derecho a criticar a los fundamentalistas de la libertad de expresión y del movimiento internacional que se ha generado para respaldar esta clase de periodismo a costa de lo que sea. No estoy de acuerdo y, por lo mismo, renuncio a ser Charlie Hebdo. Espero ser perdonado.

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