Crónica

Desde las entrañas de este pueblo digno y rebelde

El viernes por la noche la mamá y hermana de Viviana llegaron de vender chicles, paletas, cigarros y juguetes. Cenaron, arreglaron las cobijas y ropa que llevarían para la Asamblea. Viviana se quedó en su teléfono y se durmió hasta las tres de la mañana. Despertaron a las cinco.

A diferencia de su hermana Anselma, quien se vistió con su camisa guinda y falda blanca, representativas de la comunidad indígena Otomí, Viviana se puso un pantalón de mezclilla y una playera negra con estampado, que conmemora dos años de aquél 12 de octubre del 2020, cuando tomaron el INPI (Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas).

Minutos después de las cinco de la mañana, Viviana y su familia fueron hasta la Casa de los Pueblos y las Comunidades Indígenas “Samir Flores Soberanes” (antes INPI), en la Avenida México-Coyoacán 343, de Ciudad de México. Allí les esperaban dos camiones de turismo, color blanco, con capacidad para cuarenta personas; sobraron sólo cuatro lugares de los 80 disponibles.

Aguardaron a que todos los compañeros y compañeras subieran, metieran sus cosas. A las seis empezó el viaje que duraría cinco horas.

Al llegar a la primera caseta, se pararon para que bajaran al baño y compraran algo de comer. Viviana se quedó dentro del transporte, porque aún se sentía el frío de la mañana. Mientras esperaba Viviana quizá pensó en que pronto será su examen de admisión en la UNAM, para entrar a Derecho, este año termina la prepa.

—¿Por qué Derecho? —aclara Viviana—. En Coyoacán vendemos y no nos dejan, y a mí me gustaría poder luchar para que otras personas no sufran lo que yo o mi mamá está sufriendo, que en las calles a cada rato nos corren o que violan nuestros derechos.

Normalmente, de Ciudad de México para Amealco, Querétaro, son tres horas o tres horas y media de camino. Viviana lo recuerda porque, aunque ella nació en la capital del país hace 17 años, su papá y mamá son de la comunidad Otomí de Santiago Mexquititlán, donde hoy 18 de febrero iniciará la Segunda Asamblea Nacional por el Agua y la Vida. Su papá y mamá tuvieron que emigrar para buscar empleo, se conocieron allá y se enamoraron.

Viviana, al ver por la ventana que por fin llegaron a Barrio Quinto de Santiago Mexquititlán, dice para sí misma: “ah, ya hemos venido aquí, la otra vez fue igual a echarnos unas consignas acá en el patio”.

Roberta Flores

Roberta Flores, desde la primera hora del viernes, echó en su maleta su acta, credencial, CURP y los documentos que la avalan como Concejala de la Asamblea del Pueblo Chontal, en Oaxaca. “Van a ser como seis días afuera de mi casa”, auguró Roberta.

Se despidió de su compañero Concejal, del Comité Regional de Mujeres, Delegados, autoridades de la Comisaria y agentes municipales (en Oaxaca el pueblo Chontal tiene su propio gobierno, su organización). La Asamblea Chontal pertenece al Consejo Nacional Indígena, ellos fueron quienes les invitaron a esta Asamblea Nacional, y como para Roberta ser Concejala es una responsabilidad muy importante

Por la tarde del viernes llegaron a Ciudad de México, descansaron. Se dice en plural porque a Roberta la acompañó la antigua Concejala, quien le cedió el cargo que dura un año. Se podría extender el plural, porque Roberta es de las personas que, desde 18 estados de México y seis países distintos, acudirán a esta Asamblea.

A las cuatro de la mañana del sábado, tomaron rumbo a Santiago Mexquititlán. Roberta, la madrugada de este sábado usa falda larga y camisa negras, con detalles de flores en amarillo y naranja; es que así la ocupan en su pueblo, en las fiestas patronales o algún evento: vestir todas así, llevar canastas con frutas, bailar.

Platica con sus acompañantes de viaje, Roberta nunca le ha tenido pena a la gente, y también de tanto tiempo de luchar por su comunidad, ya hasta se le quitaron los nervios. Aunque quitar es un decir, porque desde chiquita ya le gustaba estar en bailables, declamar poesía: “me gustaba el juego, de todo le entraba y no, de los miedos casi no, así ya venía”.

A las ocho de la mañana, Roberta de apellido Flores, se baja de su transporte, inhala el aire fresco que sopla fuerte, suspira mientras observa la escuela, el campo de futbol, al fondo el panteón, a su espalda la iglesia, frente a ella este espacio de tierra donde ya colocan una carpa amarilla.

—Hasta que por fin llegué a un destino —piensa Roberta—. ¿Cómo fue que llegué hasta aquí? Por medio del cargo, por mis autoridades y la demás gente que me tuvo la confianza y me nombró. También tenía ganas de venir; si no vengo, pues no conozco, no aprendo. Ellos van a conocer un poquito de mí, yo un poquito de ellos y así, esto es una enseñanza, nos enseñamos y aprendemos.

La Asamblea

Paloma se instaló, le dijeron que dentro de la iglesia podía dejar sus cosas. Ese edificio que más bien tiene estructura de bodega, con gente adentro, la mayoría de Puebla, se quedaron a dormir allí donde comúnmente estarían los santos y vírgenes.

Son las 8:50 am del sábado 17 de febrero, Paloma desayuna tamales y café, espera a que llegue la gente. Conforme arriban, se ven más carros, más lonas y telas con demandas de cada comunidad.

El programa de hoy, recuerda Paloma, será:

  • 7 am, Desayuno y registro;
  • 10 am, Ceremonia y ofrenda;
  • 11 am, inauguración y síntesis;
  • 12 pm, Ponencias resistencia de los pueblos;
  • 12:45 pm, Denuncias y compartición de experiencias;
  • 3 pm, Comida;
  • 4 pm, Mesas de trabajo;
  • 5:30 pm, Receso Cultural;
  • 6 pm, Continuación de mesas de trabajo;
  • 7:30 pm, Cena y evento cultural.

Paloma pasea por el lugar, la tierra en los zapatos, el aire helado en las orejas y nariz. Se encuentra con Don Panchito, lo observa: gente le toma fotos y posan junto a él. Usa huaraches, sombrero con el lema “Tierra y libertad”, carrillera con mazorcas, en una mano un arma de madera y en la otra la bandera de México.

“Hola”. Don Panchito y Paloma platican, es de Puebla y tiene 71 años, le platica cómo saquean agua y las tierras, él lucha para evitarlo. Hablan sobre aquella vez que soñó con Goyo: Don Panchito le decía que tenía mucha sed, Goyo respondía que a él sí le iba a regalar agua porque peleaba para defenderlo.

“Es como uno cuando le pega la calor, le da sed, siente hasta que se le pegan los labios. Ya están dejando secar los volcanes y por eso echan lumbre, tienen sed, son como uno”, describe Don Panchito a Paloma, quien nunca se ha podido explicar cómo en un sueño se pueden entender tantas cosas.

Son ya las 10 de la mañana y aún no comienza el evento, anuncian por el micrófono que sólo esperan a los compas de Ciudad de México que vienen en camiones. “Todo el programa se atrasará al menos una hora”, dice entre dientes Paloma, mientras cuenta 228 sillas y 13 tablones puestos bajo la lona amarilla.

Ahora Paloma camina más, al fondo, a la cocina hecha de tablas y lonas. Allí Estela es la jefa, manda sobre qué deben hacer las demás personas, que alguien vaya a la tienda por detergente y unos tubos para la manguera, vacía el agua de las papas hervidas, sentencia que ya son muchas zanahorias, limpia el pollo para la comida.

No será fácil alimentar a tanta gente, imagina Paloma. Durante esta Asamblea, si algo habrá es comida. Estela preparó junto a demás compañeras un menú para el desayuno, comida y cena del sábado, y desayuno y comida del domingo. Lo que más recordará Paloma de estas comidas será el atole de ceniza.

Por fin, Paloma se atreve a molestar a Estela entre todo su trabajo, como quien espera el momento preciso para preguntar a su madre:

—Gracias por los tamales y el café, ¿para cuántas personas prepararon tamales?

—Para 400 personas —responde Estela.

Para no interrumpir más, Paloma hace la pregunta que dio tantas vueltas en su cabeza, tantos minutos mientras veía a Estela ir y venir por toda la cocina, que tiene que ver con la lucha que convoca hoy.

—Sabemos que cocinar es un acto de amor, ¿es también un acto de rebeldía?

—Tiene que ser —dice Estela, como quien dice “come, hija”—. Si no, ¿cómo? No sólo alimentas el cuerpo, alimentas el alma.

La frase de Estela retumba en la cabeza de Paloma, voltea a ver el camión que llega desde Ciudad de México.

Comienza la Asamblea que albergará a 525 personas entre hoy y mañana. Estela deja un momento su trabajo en la cocina, se planta junto a sus compañeras del Concejo Indígena de Gobierno de Santiago Mexquititlán, orgullosa porta su camisa roja y falda negra, al micrófono hablan las voceras otomíes.

“Llegar a esta Segunda Asamblea Nacional por el Agua y la Vida nos hace recordar que el 31 de marzo del 2021 nuestro pueblo Hñähñu de Santiago Mexquititlán, decidieron tomar el poso de agua radicado en Barrio Cuarto. Esto representó para a clase política, para la iniciativa privada, para el gobierno panista y para la cuarta transformación, un desafío a sus políticas de despojo y muerte. Ratificamos que estamos resueltos a desafiar al sistema capitalista y patriarcal. No nos dejaremos apagar la lucecita que nuestras hermanas zapatistas nos entregaron en el encuentro de mujeres y textualmente nos dijeron ‘llévala y conviértela en rabia, en coraje, en decisión; llévala y júntala con otras luces’. Eso estamos haciendo aquí, hermanas y hermanos, estamos juntando nuestras rabias, nuestros dolores, nuestras resistencias y nuestras rebeldías”.

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