Braceros y carrancismo
Agustín Escobar Ledesma
PARA DESTACAR: El periódico oficial informaba sobre la ayuda que el gobierno constitucionalista otorgaba a la repatriación de migrantes connacionales, principalmente por el peligro de ser obligados por los yanquis a tomar las armas para ir a pelear por ellos a la “Guerra europea”.
Jorge Durand y Douglas S. Massey, investigadores del fenómeno migratorio, refieren que en 1884, salieron los primeros migrantes queretanos a trabajar a la Unión Americana, principalmente en el ‘traque’ (vías del ferrocarril), cuando nuestro vecino del norte iniciaba su fase expansionista.
Y es que históricamente, los braceros mexicanos que salen en busca del sueño americano a Estados Unidos han estado presentes en las diferentes etapas de la vida nacional y han ocupado y preocupado a los gobiernos de la República, tal y como le ocurriera al constitucionalista de Venustiano Carranza.
El 8 de diciembre de 1917, el periódico oficial del gobierno de Querétaro, ‘La Sombra de Arteaga’, publicó información oficial contradictoria sobre los migrantes mexicanos; primero señaló las grandes dificultades que los braceros tenían para entrar a la Unión Americana y después informaba sobre la ayuda que el gobierno constitucionalista otorgaba a la repatriación de migrantes connacionales, principalmente por el peligro de ser obligados por los yanquis a tomar las armas para ir a pelear por ellos a la “Guerra europea”.
En la circular número 32, también publicada en ‘La Sombra de Arteaga’, el Servicio de Inmigración del gobierno de Venustiano Carranza señalaba que, “Con motivo de la guerra germano-americana, considerable número de agricultores mexicanos que residían en Estados Unidos están regresando al país trayendo consigo implementos de labranza y animales de trabajo y, como es de suponerse, también bastantes conocimientos y práctica de agricultura”, por lo que recomendaba a los gobiernos locales “se sirvan proporcionar todo género de facilidades a los inmigrantes agrícolas que radiquen en ese estado, con objeto de que éstos fijen su residencia, definitivamente, en nuestro territorio y pueda la Nación aprovechar los beneficios tan necesarios para el bienestar general, de la repatriación de las referidas personas”.
Sin embargo, mientras algunos mexicanos eran repatriados por el gobierno constitucionalista de Carranza para no ser carne de cañón del ejército estadounidense en la “Guerra europea” (que después sería identificada como la Primera Guerra Mundial), al mismo tiempo, se quejaba que otros braceros iban en pos del sueño americano:
“Todavía hay muchos trabajadores mexicanos que creen que yendo a los Estados Unidos pueden mejorar su condición; están en un error muy grande del cual creemos prestarles un servicio sacándolos; los Estados Unidos han puesto últimamente muchas dificultades para que los obreros mexicanos entren a su territorio. Y de aquello resulta que en las poblaciones fronterizas los trabajadores nacionales se ven detenidos en su viaje, sin poder entrar a los Estados Unidos y sin recursos para regresar”.
Con tal de evitar las oleadas de campesinos miserables que arrastraban tras de sí una secular pobreza, el gobierno carrancista, a través de ‘La Sombra de Arteaga’, compartió un informe del presidente municipal de Ciudad Juárez, en el que intentaba demostrar que los mexicanos que trataban de buscar trabajo en la Unión Americana no tenían la seguridad de encontrarlo y que se exponían a “una aventura que les ocasiona graves trastornos, dejándolos aislados y en un estado de lamentable miseria”.
El informe del presidente municipal de Ciudad Juárez está dirigido al C. General Arnulfo González, gobernador provisional del estado de Chihuahua. Uno de los párrafos señala:
“Constantemente están llegando a esta ciudad, procedentes del sur de la República individuos que ignoran por completo las dificultades que existen en la actualidad para cruzar al lado americano, vienen a encontrarse con que les fue imposible hacerlo, tanto por falta de pago de inmigración, como por no saber leer y escribir y a la mejor quedan aquí desamparados de todo auxilio, sin trabajo, pues en el viaje han consumido sus escasos recursos y a diario se presentan en esta oficina solicitando el beneficio del pase de regreso a sus hogares. Estos individuos, C. Secretario, quedan en peores condiciones que los mismos individuos que regresan del extranjero y causa verdadera pena verlos mendigar con sus familiares, el pan de cada día, sin expectativa ninguna de trabajo, pues en esta plaza hay épocas en que no hay demanda ninguna de braceros, como sucede en la actualidad.
Resumiendo mi consulta, sírvase usted decirme si cree usted de justicia y me autoriza para anotar en las listas de solicitantes de pasajes gratuitos a individuos procedentes del sur del país han llegado a esta ciudad, con intención de pasarse a la República vecina, lo justifiquen debidamente que se encuentran carentes por completo de recursos”.
Y es que, de acuerdo a la entrada en vigor, en mayo de 1917, de la nueva Ley Americana de Inmigración, quienes pretendieran ingresar a Estados Unidos deberían de saber leer y escribir, además de cubrir el importe de una cuota de ocho dólares. Como la mayoría de los campesinos que iban huyendo de la miseria del campo mexicano, eran analfabetas y miserables, no cumplían con los requisitos y se convertían en parias que se quedaban a vagar en la frontera norte de nuestro país.