Cliserio Gaeta Jara: una vida alzada en armas
Cliserio Gaeta Jara es hombre de armas tomar. Las tomó como soldado del Ejército Federal y las tomó como guerrillero en los años setenta del siglo pasado. Conoció la cárcel y la tortura, y experimentó el coraje y la impotencia en carne propia. A sus 74 años, mantiene viva su vieja esperanza: que la gente pobre se rebele, y su sueño es ver en Querétaro un comando popular armado, pues sigue pensando que las armas son la única vía para establecer en el país la justicia y la paz duradera.
Vive en San Pablo Tolimán y la gente lo conoce como Don Gaeta. Ejerce como mecánico y su taller es fácil identificarlo por tener a la entrada un enorme letrero: “Aquí vive Mao, el Viejo Tonto”, en alusión a una de las fábulas predilectas del líder comunista chino Mao Tse Tung, y que tiene que ver con la revolución a lo largo de las generaciones. Llaman la atención su sonrisa en el rostro, sus brazos fuertes y sus manos de trabajo, llenas de callos por todas partes. Es un hombre con un aire bondadoso, de ideas fijas, forjado en los golpes del camino.
¡Esta cara no se me va a olvidar nunca!
Todo empezó cuando tenía ocho años, el día que le tocó presenciar cómo “un patrón le dio unos cuartazos en la cara” a su padre. Desde entonces, dice, “le agarré odio a los malos patrones, a los ricos, a los caciques, a los que por su poder y su dinero se aprovechan de la gente humilde. ¡Hubiera querido tener más edad para bajar del caballo a ese hombre y matarlo con la pistola que él mismo traía! ¡Esta cara no se me va a olvidar y un día voy a crecer…, pero me ganó la muerte y se lo llevó primero!”
Cuando su padre dejó a la familia “para buscar el sueño americano”, Cliserio probó suerte en la delincuencia. “No teníamos qué comer y me vi obligado a delinquir; tuve que robar para comer”. Y robar para comer le costó año y medio de cárcel en su natal Jalisco. A los 16 años llegó a enfrentarse a sus propios patrones y a más de uno “les di su merecido”. Cuando trabajaba en la fragua, haciendo picos y machetes, supo que tenía un tío en el Ejército y se fue a buscarlo a Guanajuato. Incorporado como soldado raso, pronto se topó con el abuso entre soldados y, al enfrentarlos, se ganó el respeto de jefes y compañeros. En ese ambiente vivió cinco años.
Cuando conoció a la mujer que es hoy su esposa, abandonó el Ejército y se probó como comerciante y carpintero. En esas andaba cuando oyó hablar de las olimpiadas del 68 y, más en voz baja, de la matanza de Tlatelolco.
Su lucha inició a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, cuando los estudiantes llegaron a la Huasteca. “Yo tenía ganas de un pedazo de tierra y los estudiantes traían la misión de ayudar al campesinado”. La respuesta del Gobierno Federal y el Ejército fue la de persecución; estos grupos estuvieron acechados por los diferentes órganos de represión del Estado. Cliserio Gaeta recuerda que los estudiantes eran muy buenos para hablar y que él “sin saber hablar, sin estudios ni nada… En ese tiempo yo tenía como 30 años de edad y era el más viejo de todos.”
Un día aprehendieron al líder del grupo, Said López de Olmos, alias El Seco, y Cliserio se propuso sacarlo de la cárcel a mano armada. Mientras trabajaba el plan de fuga los abogados consiguieron la libertad por la vía legal. Hacia 1973, el grupo llegó a organizar en la Huasteca medio centenar de ejidos. No obstante, según Gaeta, López de Olmos “traicionó la causa” al caer en la seducción del dinero que dispuso el gobierno de Luis Echeverría para las comunidades campesinas. “Por tres motivos podía haber una sentencia, dice enfático: si traicionas, si te vendes o si te rajas. Y en una cueva de la Huasteca nos reunimos y ahí lo sentencié.”
El grupo al que pertenecía Gaeta se movía en la clandestinidad y formaba parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre, el mismo que en el norte secuestró al empresario Eugenio Garza Sada. Por esos días avanzaba en el sur del país otro movimiento armado, con Lucio Cabañas a la cabeza. “Yo estaba al tanto de todo lo que hacía y deseaba morirme junto con él”. Se acercó a su organización pero por esos días, tras el secuestro del senador Rubén Figueroa, el guerrillero fue abatido por el Ejército. Hizo contacto entonces con los hermanos de Lucio y “anduvimos juntos en el estado de Morelos”, donde se integró a una organización denominada Partido Proletario Unido de América (PPUA), que dirigía un célebre guerrillero, El Güero Medrano.
Recuerda que en la Huasteca se enfrentó a las fuerzas de seguridad militares y de la Policía Estatal. “Tuve que mandarle a Diosito a uno de ellos, era un policía judicial. Ésos son buenos para torturar, buenos para humillar a la gente que cae en sus manos y ya habían torturado gente de nosotros que tenían prisionera”. Un día, relata, desde la clandestinidad “pegaba propaganda en la Huasteca”, y un oficial intentó detenerlo. Tuvo entonces que defenderse, lo que lo llevó a la prisión durante tres años y medio. “Estuve preso en San Luis Potosí por la muerte del judicial, pero fui aprehendido en Morelos. Ahí fui torturado, ya me andaban matando en la tortura. Golpes y culatazos en todo el cuerpo, duré casi 40 días sin poder comer, me sostuve sólo con líquidos, y por los golpes en la barriga me provocaron una hernia…”
Recuperada su libertad, “me junté con los muchachos otra vez”, dice, en referencia a los militantes de Liga Comunista 23 de Septiembre, que entre los campesinos operaba con el “nombre disfrazado” de Tierra y Libertad y Columna Emiliano Zapata en la Huasteca. Mientras se mantuvo vinculado a esa organización clandestina, conoció a militantes de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), de Guadalajara, dirigidas por los hermanos Campaña López.
“Al pasar el tiempo los grandes rencores se van borrando, sólo se recuerda lo pasado”, dice en relación a las traiciones y a las conjuras que se fraguaron en contra de él de parte de sus adversarios y de sus propios compañeros. Recuerda que una vez que se desprendió por un tiempo del grupo lo juzgaron de traidor y la única manera de demostrarles que no lo era fue que se “juntara otra vez con ellos”. Esta fue su última etapa como guerrillero; estuvo un año y luego regresó con su familia.
Gaeta se movió como guerrillero entre 1972 y 1977, y por ello había dejado sola a su familia, que tras su detención se asentó en Querétaro. “Quería demostrarle a mis hijos que tenían padre y que les hacía falta. Los muchachos de la Huasteca querían que yo siguiera con ellos, pero nada más cuando necesitaban algo venían por mí, me iba con ellos y seguíamos luchando. Después se desbarató el grupo porque uno de ellos cayó preso y otro cayó muerto en Tampico. Eso limitó al grupo y a mí también; pensando en mi familia, tuve que venir a darle calor a mi gente.”
Su labor como “luchador social, como lo que era”, el haber pertenecido a la Liga Comunista 23 de Septiembre y después al PPUA, el haberse formado en la guerrilla “a lado de gente de Lucio Cabañas”, son cosas de las cuales Gaeta se siente orgulloso y que le dan mucho gusto, “pero también me da coraje que hayan desaparecido a compañeros, las torturas que sufrimos, ver cómo los mataban.”
Su sueño, ver en Querétaro un comando armado
Cliserio Gaeta Jara considera que los movimientos armados en México “han aportado mucho” y en parte les atribuye “las mejoras” sociales que promueve el gobierno, aunque teme que el pueblo haga otra revolución como la de Zapata y Villa. Por el EZLN y el EPR dice sentir admiración y respeto, igual que por los cerca de 40 “grupos guerrilleros” que, afirma, operan en el país, “unos formándose, otros refugiándose y otros creciendo”. Y es por este motivo, asegura, que el gobierno de Felipe Calderón se propuso militarizar al país. Las bases militares, que se han multiplicado por todo el territorio nacional, no son para enfrentar a la delincuencia, a la que el gobierno, asegura, “no le tiene miedo, le tiene más miedo a otra revolución”. Sin embargo, no descarta que haya algunos grupos guerrilleros vinculados a la llamada “delincuencia organizada”, pues “para organizar a la gente se requieren fondos.”
Sigue pensando lo mismo que hace 35 años, cuando decidió que la única solución para remediar los males del país eran las armas; sin embargo, explica que la “la única tristeza que tengo es que yo ya no puedo moverme mucho”, pero se siente seguro de que hay más gente que todavía anda pensando en “cómo quitarse el hambre, la gente está obligada a despertar porque las malas administraciones de los malos gobiernos que hemos tenido nos obligan a tomar las armas”, asegura además que “se espera una guerra”, pues sostiene que después de “la guerra podrá venir una paz más duradera”.
Este hombre que algún día pidió como “deseo” un libro de Mao en lugar de pedir una pistola nueva, dice sin reparos que nunca ha vivido una etapa feliz en su vida. “Todo el tiempo he vivido en un mundo lleno de miserias, de hambre y de injusticia. La felicidad para mí no existe… Los que viven bien son los cabrones, nosotros somos jodidos que nunca podemos vivir bien. Yo no he sentido ser feliz en algún momento porque todo el tiempo estoy pensando en la injusticia”. Y lo único que lo entusiasma en la vida es hacer algo para combatir “esta méndiga ignorancia en la que nos tiene el sistema”. Y si hoy pidiera de nuevo un deseo, exclama con vehemencia, sería “que la gente siga el ejemplo de nosotros” y se resuelva por las armas.
Que el PRI retorne al poder, dice el exguerrillero, “no me impacta”, pues durante 70 años se mantuvo gobernando gracias “a la fuerza” y al crimen. “Hoy vuelve al poder, pero ya con nuevas ideas para hacerle otra vez la barba al pueblo”. Más allá de la aparición del movimiento juvenil, “que fue lumbre para Enrique Peña Nieto”, lo que resulta triste es que la mayoría del pueblo siga dispuesta a “venderse” y “se deje cuentear por los discursos priistas” para acabar votando “por miedo y por interés”. Además, considera, PRI y PAN “son la misma gata” y aunque nunca en la vida ha votado ni lo hará jamás, confiesa que “sí tuve un poco de esperanza” en que la izquierda pudiera triunfar.
Sobre su labor en Querétaro, desliza, lamenta no haber hecho mayor cosa, pero no quita el dedo del renglón: si algo le emociona es imaginar que en Querétaro se forme un comando armado, “pero en Querétaro la gente está muy arraigada en el fanatismo de la religión”, sea bajo la forma “de catolicismo o de jehovaismo”. Precisa que no sólo hay “malos gobiernos, también hay gente engolosinada con el dinero y dispuesta a fregar a quien se deje.”
Relata que se vinculó hace años con la organización que lideró el expreso político Sergio Jerónimo Sánchez, encarcelado durante seis años luego de que fue apedreado en Querétaro el vehículo en que viajaba parte del gabinete presidencial el 5 de febrero de 1998. Y aunque lamenta que haya muchos “que se meten a luchar sin rumbo fijo”, el 2 de octubre de 2009 participó en la formación del Frente Estatal de Lucha, del que acabó distanciándose por “los diálogos” que sus líderes han entablado con el gobierno de José Calzada.
Este hombre que no muestra signos de fatiga y que en Tolimán encabeza un movimiento que lucha por la tierra, dice no arrepentirse de nada en la vida. “He querido ser ejemplo para los demás y he tratado de hacer las cosas lo mejor que he podido”, y espera sin pendiente la muerte. Lo hace dedicando todo su tiempo a trabajar y a pensar, a imaginar cómo sería el mundo sin pobres ni abusos. En la muerte ha llegado a pensar como quien sabe que tiene que hacer un trámite sencillo, sin lápidas ni funerales ni epitafios. “Siempre le digo a mi familia: cuando muera llévenme al monte donde nadie se dé cuenta, corten leña verde y lleven petróleo, échenle lumbre y que mis cenizas se las lleve el viento… así nadie sabrá que he muerto y pensarán que sigo vivo.”