Del crepúsculo al amanecer
Por: Juan José Lara Ovando
En 1996, Robert Rodríguez, director norteamericano de origen mexicano, de la mano de uno de los niños genios del cine actual, Quentin Tarantino, presentó una película de vampiros de relativo éxito en su momento, pero que con el tiempo se ha vuelto más interesante y atractiva, al grado de poder ser considerada de culto (se vuelve mítica por sí misma o algunas de sus escenas que se consideran de admiración y son citadas permanentemente).
Lo que da magia a Del crepúsculo al amanecer es la forma en que atrae de inmediato la atención del espectador para inesperadamente dar un giro total, de un posible thriller de maleantes asesinos se vuelve una sangrienta historia de violencia sin límite pero jugosa, es decir, saboreable. Todo es común: asaltos, asesinatos, disparos, vampiros sedientos de sangre, estacas, colmillos, agua bendita, murciélagos y una vampiresa hermosísima y sensual (Salma Hayek), tan perfectamente presentados que logran a momentos hacernos reír, como en otros hartarnos de tanta locura y estupidez, pero con un final consecuente con el inicio tranquilo que le da un tono decadente, todo ello con actuaciones excelentes de Harvey Keitel, Juliette Lewis y George Clooney.
Desde luego los vampiros son repulsivos aun cuando son bellos (imagínese a Salmita y Jorgito en su mejor momento físico), es decir, son sanguinarios y atractivos, lo cual es al parecer lo común. Sin embargo su importancia también ha crecido dado que mantiene esa imagen que las series televisivas, apoyadas tanto en la literatura como en el cine, daban ya de los vampiros como encarnación de la belleza y la sensualidad, pero que fueron matizando al suavizar su maldad e incrementar su erotismo que desde siempre se mostraba en estos personajes pero que aumentaron artificialmente en esos años hasta convertirlos en una especie de galanes inmemoriales.
Con ese tipo de títulos y con ese antecedente se creó la serie denominada comúnmente Crepúsculo, primero en el best seller literario y posteriormente en el cine, con cuatro historias convertidas en cinco películas, cuyos títulos son: Crepúsculo (Hardwicke, 08), Luna Nueva (Weitz, 09), Eclipse (Slade, 10), Amanecer, parte 1 (Condon, 11) y Amanecer, parte 2 (Condon, 12). Escritas todas por Stephenie Meyer a partir de la idea de cómo puede una mujer enamorarse de un vampiro y mantener una historia de amor duradera con él; construye un nuevo tipo de vampiro, totalmente diferente al clásico, con el que logra sostener la historia, hasta en un quinto título, cuyo relato no ha concluido, llamado Sol de medianoche, además de una historia anexa ya concluida, La segunda vida de Bree Tanner.
El vampiro de Meyer es un muchacho (las historias están dirigidas a los adolescentes), no tiene colmillos, soporta el brillo del sol y vive de día (qué extraño), no se convierte en murciélago, tampoco vuela, aunque si corre a velocidad desproporcionada y salta casi como si volara, puede saltar sobre los ríos, acampar en lagos y caminar en la playa (cosas que los vampiros clásicos no pueden hacer, Nosferatu cuando llega a la ciudad lo hace dentro de un sarcófago, rodeado de tierra y ratas, en el interior de un barco) pero lo más peculiar, no se alimenta de la sangre de los demás, eso sí, son galanes y bellas (los y las vampiras), no huelen de manera putrefacta porque no consumen sangre (supongo que también tienen buen aliento), son caballerosos y amables, y por supuesto son lo suficientemente ricos, de maneras elegantes y tienen muy buenos guardarropas.
Por si fuera poco son muy civilizados, están educados y se comportan como superhéroes (pueden leer el pensamiento, ver el futuro y crear escudos invisibles, vaya, ni Los increíbles (Bird, 04) que hacen el bien, son extremadamente fuertes, rápidos y no se cansan y, superan etapas de desarrollo como llegar a acuerdos para mantener su sobrevivencia, lo que hacen con los lobos.
La última parte, Amanecer 2, es la que nos ocupa, es la historia de Bella convertida en vampira para evitar que fallezca (aunque sea ahora una muerta viviente), tras dar a luz a su hija, que va a ser protegida por toda la familia como incluso por los lobos, que la adoptan casi como suya ante el enfrentamiento con otra familia de vampiros que acusa a los Cullen de quebrantar la ley al transformar a una niña (por mordida, no creen que haya nacido media vampira), lo que está prohibido porque son incontrolables y provocan matanzas (vaya, lo que no pueden hacer los grandes).
No crea que nada más parece, sí es un disparate, aderezado de una barbaridad de diálogos que pueden hacer historia como de los más insulsos del cine, como cuando muestran la casa: Este es el dormitorio/ Pero los vampiros no duermen/ No es para dormir (ni las telenovelas).
Incluye actuaciones pésimas y efectos visuales que todavía pueden mejorarse, aunque eso sí, la fotografía del mexicano Guillermo Navarro es lo mejor, junto con la batalla en la nieve que es la escena de acción fuerte y en la que brilla lo clásico de los vampiros, la violencia, aquí sí vuelan avezados y se parten cuellos, lo que en serio sí se ve impresionante, eso porque los puñetazos subdivididos en varias escenas restan mucho ritmo.
Si bien Bill Condon me parece el director más formado de los que estuvieron a cargo de la serie, dista de ser un buen director de películas de acción, además de que no logra desenredar un guión (todos son de Melissa Rosenberg) que carece de lo más mínimo (no lo mayor): una gramática legible. Claro para fans, que por supuesto van a estar en total desacuerdo conmigo. Totalmente predecible y perfectamente eludible.
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