Mucha agua, poco ánimo…
San Juan del Río, Qro.– Miércoles 29 de septiembre, a una semana del sismo que sacudió mis entrañas. Luego de un largo día y un camino acompañado por algunas gotas de lluvia, llegamos a casa mi mamá y yo a las 10:45 de la noche. Entre dormida y despierta logro preparar café para luego repasar un poco para el examen que me esperaba mañana, y después simplemente a dormir.
A las 11:50, a punto de dormir, se escuchaba una lluvia tranquila, que hasta cierto punto lograba arrullar a nuestros cuerpos cansados. El reloj no se detuvo y el agua tampoco. 1:40 AM, entre sueños escuchaba insistentes golpes en la puerta, llegué a creer que era parte de un sueño sacado de la realidad y llevado a mi subconsciente para acompañarme por lo que restaba de la noche, así que como de costumbre, mis sentidos estaban apagados, al igual que los de mi mamá.
Nuestra reacción no fue inmediata, pues si alguien toca a tales horas con tanta insistencia a mi puerta no es por otro motivo que para arreglar un problema con algún vecino en estado de ebriedad o algún visitante que se encontraba en el mismo estado y terminó con la noche tranquila de más de uno en el fraccionamiento. Ojalá así hubiera sido.
Mi sueño de cuento de hadas no podría continuar si no me levantaba y me aseguraba de que se trataba de un asunto común y posible de solucionar a la mañana siguiente y sin necesidad de que mi mamá perdiera los estribos por un asunto sin mayor relevancia. Tomé mi teléfono que había olvidado conectar y me asomé por la ventana del baño: mi fraccionamiento estaba convertido en una alberca gigante, corrí a despertar a mi mamá diciendo “se inundó el fraccionamiento, estamos llenos de agua”.
Pegó un salto y salió de la cama, abrió la puerta del balcón, vio que el agua cubría las llantas del carro, tomó una chamarra y bajó rápidamente las escaleras, mientras que yo la seguía calzada con mis botas impermeables y una extraña sensación de miedo y nostalgia que me recorría de pies a cabeza.
II
Abrimos la puerta y aún el agua no llegaba. Había oportunidad de mover el carro a un punto en un nivel alto en el que seguramente no alcanzaría a sufrir mayor daño. Le entregamos las llaves al vecino que casi tira la puerta.
No teníamos idea de qué hacer, no puedo adivinar qué pasaba por su cabeza, pero la mía estaba llena de preguntas que para ser sincera no puedo recordar, escuchaba sin atención el murmullo de todos afuera de sus casas, mientras yo divagaba en la posibilidad de salir nadando, morir ahogada, quedarme en el segundo piso y el examen que tenía a las 10. Hasta que regresé a mí con el llamado que me hizo mi mamá y subí rápidamente las escaleras mientras conectaba mi teléfono y me ponía una chamarra: 10 por ciento y mi teléfono a punto de morir, llamé a mi papá esperando que siguiera en estado financiero y por consiguiente despierto, no fue así pero igual respondió.
Cuando le dije lo que estaba pasando no podía creerlo, supongo que era porque seguía dormido, me pidió fotos y hablar con mi mamá. Luego de terminar la llamada, me dirigí a conectarlo nuevamente y empecé a hacer una lista en mi cabeza de todas las personas que estaban cerca de mi fraccionamiento y cerca del río.
Empecé a hacer llamadas y a mandar mensajes preguntando por la situación en sus casas, primero a la mamá de mi mejor amiga, luego a la de una vieja amiga, después a mis amigos y a leer el grupo de WhatsApp de mi salón, por último, a Facebook. Entraban mensajes y llamadas y contestaba como me era posible, a algunos los desperté, otros ya lo estaban.
Me aseguré de que todos estuvieran bien y alerta, unos aún no tenían agua, pero estaban conscientes de que llegaría en algún momento de la noche. Bajé con mi celular y cargador en mano, y tomé fotos. Mis datos móviles no funcionaban desde hace unos días, sin embargo, aún había electricidad y red inalámbrica.
Pensé en mis peludos amigos, Chuleta y Toby. Corrí al jardín trasero en donde todo seguía intacto. Vi la hora: 2:22, el nivel seguía subiendo y el punto de referencia era una bicicleta recargada en la barda del fraccionamiento.
Mi mamá más intranquila, los vecinos hablando de balcón a balcón y yo matando a todo insecto que se atreviera a salir de la coladera fuera de mi casa en donde aún no se cubría de agua. Mi mamá hablaba con mi papá para luego proseguir a mover los muebles de la sala como pudiéramos al comedor y la cocina, desconectando todo (menos el módem), y esperando noticias.
III
Seguía sonando mi celular, mis compañeros reportaban su situación y compartieron algunas fotos de la misma, mientras veía mi cuenta en Facebook y me enteraba de que desafortunadamente había escenarios más trágicos. Lo cierto es que no sabía qué hacer ni qué pensar, ni a quién llamar, la calma no llegaba a mí y tampoco la oportunidad de desahogar todo lo que en ese momento estaba atravesando sin apoyo moral, sólo quería escuchar una voz tranquila y el típico “todo va a estar bien” que hace mucho no necesitaba con tanta urgencia, pero no llegó.
Las 3:00 AM y yo estaba con mi mamá cerrando la puerta de la casa esperando a que el agua empezara a entrar por las hendiduras de la puerta, sin poder hacer más que contemplar tan horrible momento. Primero la entrada, le siguió el baño, el pasillo, la sala, el comedor, el piso comenzaba a tornarse turbio y con distintas texturas.
Salí al jardín y tomé a mis perros, yendo tras de mi mamá por la escalera para dejarlos en el baño de arriba y salir al balcón a ver cómo empeoraba todo, y cómo todos empezaban a perder los estribos viendo la bicicleta que teníamos como punto de referencia para medir el nivel del agua. Media hora más, los vecinos preguntándose qué habían logrado salvar y quiénes estaban dentro de sus casas. Mis ojos estaban puestos en un Mazda 6 negro que estaba estacionado sin dueños que pudiesen rescatarlo y mi mente divagaba en las escenas del Titanic; siendo yo Rose sin mi amado Jack.
IV
Minutos antes de las 4 AM me dediqué a tomar fotos desde mi balcón para luego enviarlas cualquiera que me preguntara por mi estado. Bajé y el agua ya tenía 5 centímetros, así que antes de que siguiera subiendo abrimos la puerta del jardín para que toda esa agua se filtrara en el pasto. Al principio la brillante idea tuvo éxito, pero al poco tiempo mi jardín era una extensión de la alberca, las sillas flotando, los platos de los perros junto a ellas y cerramos la puerta.
Pronto el nivel del agua alcanzó los 7 centímetros y yo regresé arriba. Desde mi cuarto envié fotos de lo sucedido a mi profesor de las 8 a.m., a mi papá y al grupo familiar, aunque sin considerar que la única persona despierta a esa hora y en miércoles era o mi papá o alguien que estuviera en las mismas que yo, o aún peor.
De regreso a Facebook vi el video de un rescate en lancha en La Rueda, muebles flotando en Bosques de San Juan, bomberos en acción cerca del Puente de la Historia, albergues esperando a ser ocupados y personas esperando a ser rescatadas de una de las peores noches de sus vidas.
Minutos después me tiré en la cama y me perdí con el sonido del agua corriendo detrás de mi casa, afuera de ella, hasta las 5:30 que regresé al balcón; el agua había cubierto todo al nivel del zoclo, subí al balcón y la bicicleta había desaparecido, la defensa del Mazda cubierta y mi mente de nuevo intranquila.
Las 6:00 AM y el nivel no subía, pero tampoco bajaba. Los mensajes seguían llegando; unos sobre la escuela y las clases, sobre el examen, preguntando qué había pasado, pidiendo el estado de mi mamá y el mío, suponiendo las pérdidas materiales entre muchas otras cosas.
Desperté a mi mamá, llamé a mi papá y volví a preguntar a todos los afectados, luego a mi cama, pensando en lo difícil que ha sido este año para mí y mi familia, y en cómo saldríamos de esto, mientras mis ojos se llenaron sin nada que pudiera hacer para detenerlo y cubría mi boca con mi brazo.
V
No había mucho que pudiéramos hacer con tanta agua dentro y fuera de mi casa, luego sonó el timbre. Era la vigilante avisando que posiblemente a las 8:00 el nivel empezaría a descender. Así fue, para las 11 ya no existía la alberca en que se había convertido mi fraccionamiento, bajamos a abrir la puerta y a empezar a sacar el agua, mover los muebles, limpiar el lodo, barrer las hojas y todo cuanto había arrastrado el agua consigo al interior de mi casa.
Mi ánimo estaba por los suelos, aún más abajo que el piso, salí de la casa y la bicicleta reapareció junto con mis vecinos, el murmullo y la luz del jueves 28 de septiembre en sus primeras horas.