PERPLEJIDAD

“Son alumnos de mis alumnos”, le contestó la maestra Guillermina Bravo a las curiosas escolares de secundaria que vencieron su timidez para acercarse a la ancianita sentada en la tercera fila de la butaquería de la sala de proyecciones del Cine-Teatro ‘Rosalío Solano’, con la pregunta pretexto para abordarla: “¿Son sus alumnos maestra?”.

Hoy esos y esas alumnos tienen, y han tenido, alumnos, alumnas y alumnes. Es el caso, primero ellas, las damas —ni modo soy anticuado; orden memorístico, ni alfabético ni generacional— Daniela Camacho Trejo-Luna, Teresa Ruíz Martínez, Claudia Izquierdo Pérez, Ámbar Luna Quintanar, Ana Aboytes, Citlali Zamudio Niño, Claudia Herrera, Harumi Santana, Daniela Garza, Tania Almazán, contadas al vuelo y nada más en Querétaro, Qro. Ellos, Alejandro Chávez Zavala, Juan Olvera Cordero, Osvaldo Colín Ibarra, John Martín Cordero Peralta, José Juan López Palacios.


He visitado el CENADAC desde dos o tres años después de su fundación, tres experiencias me han dejado perplejo y muy admirado. Tras una función en el Salón ‘Martha Graham’ felicité al papá de un alumno, notable con la técnica y la interpretación, pero negado para los libros. Lo identifiqué por el indudable parecido. El moreno señor se sonrojó cual fresa, su gesto exculpatorio me dijo claramente que aquel tahonero ¡estaba avergonzado de su hijo bailarín, en mayas como mujer! Por cierto, el chico fue autor de una coreografía bandera del CENADAC en actuaciones interescolares. Tras la maravillada aceptación de sus primeras actuaciones para público general, el apocamiento por su fealdad —que no dejaba atrás ninguna otra— pasó a su anecdotario.

A otro papá, importante funcionario administrativo universitario, lo felicité por la razón anterior, con la diferencia de que este estudiante de danza se jactaba de la riqueza de su ilustración, que no era poca ni vana. Lo topé en el vestíbulo del Teatro del Seguro Social, similar reacción con una forzada y falsa sonrisa exculpatoria. La muy notable actuación de su hijo resultaba una nueva delación de homosexualidad. Fue protagonista de la obtención de un premio nacional. El destacado artista salió del país… y del closet.

Un papá más, éste salió del actual Foro Escénico del Museo de la Ciudad de Querétaro, literalmente bañado en lágrimas. Hacía diez años que no había querido saber nada de su hijo, tras optar por la danza contemporánea como ocupación vocacional. Aquel abrazo paterno tuvo dimensiones de enorme y definitiva reconciliación familiar. Con penosas jornadas de fin de semana, ese empeñoso estudiante egresó como coreógrafo, sin dejar de lado la interpretación. La función de temporada preparada por el egresado del CENADAC fue muy plausible… y más redituable.

Un ejemplo de la cortedad de miras, de la rusticidad cultural de un gobernante estatal, que acudió a una función de Ballet Nacional de México en el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez. Lo supe por una maestra de ballet clásico que ocupó una butaca en la fila inmediata posterior a la del mandatario, de quien escuchó: «No vuelvo a una función de esta señora (Guillermina Bravo), donde los hombres aparecen semidesnudos, con faldas de mujer». “Alabanza”, de Luis Arreguín, coreógrafo titular de la compañía, conjuntamente con Jaime Blanc y Federico Castro. Fueron varias las temporadas, en diferentes escenarios del país, en las que esta danza fue la de apertura en los programas. La escena culminante, de la que el bailarín y maestro Miguel Ángel Añorve dijo: «Sin ese final, esa pin*** danza valdría ma***s», fue portada o presentación del BNM en la red. (El disparo de la primera vez que la vi, nunca lo pude repetir.) El autor negó firmemente toda ritualidad animada por ninguna religión. (Alguna vez me dijo: «Me gusta que tú me entrevistes». Todo lo contrario con el maestro Federico Castro. Primer intento: «¿Te gustó, no te gustó? Eso pon». Segundo intento, en esa mesa que fue el eterno escritorio de la maestra Guillermina, al sacar la grabadora: «Óscar, yo soy tu amigo. Guarda eso».)

Todos los egresados y estudiantes que he conocido del CENADAC han sido de una integridad y una cabalidad humana a toda prueba. Viéndolos y escuchándolos uno recarga la pila de que no todo está perdido para nuestra sociedad y nuestro país, a pesar de las premuras por atizarle estupideces… en siguientes niveles laberínticos muy intransitables de transformaciones retóricas inconclusas. Durante el periodo pandémico de confinamiento, aporté al bazar de la Sociedad de Alumnos unas playeras serigrafiadas, solicité una participación inferior al 30%, me entregaron una superior al 50%.

La instrucción en la danza es secundaria, pero lejos de estupideces en la red, sintomáticas de nuestra descomposición social, como: «Si quieren bailar, que paguen». Es invaluable para la nación fortificar el ánimo y el espíritu de jóvenes convencidos auténtica y sinceramente de una vocación muy ilusionada y alentadora, ¿qué ésta apunta al arte, a la danza? Tan bueno que si fuera a la mecánica o la medicina, siendo personas satisfechas consigo mismas, brindándose a otras para lo mismo. Si esto no cabe en los textos empresariales, ¡quémenlos!, como los de caballería andante del Quijote, para abandonar la demencia utilitaria de la escolarización.
