Neoliberalismo, “posverdad”, impaciencia, intolerancia…
Los últimos acontecimientos, en México y otras partes del mundo, generan intensas discusiones para tratar de explicar lo que está sucediendo y poder influir en las decisiones que toman quienes afectan al resto (ya sea para obtener ventajas o para evitar algún daño). No recuerdo otra época con discusiones tan intensas, sobre tantos temas, y a la vez tan generalizadas entre la población “común”. Es cierto que las luchas por el poder han existido casi siempre, pero antes muy poca gente se enteraba de las que se daban en las altas esferas.
Umberto Eco en El Nombre de la Rosa, por ejemplo, narra magistralmente cómo en el medievo los libros de grandes maestros eran celosamente escondidos, en especial cuando contradecían las enseñanzas bíblicas, y se difundía todo tipo de historias de terror para atemorizar a quien se atreviera a investigar más allá de lo permitido. Al parecer, en cambio, en la mal llamada “sociedad del conocimiento”, llegamos al extremo opuesto: tenemos “libre acceso” a enormes cantidades de información; sin embargo, no necesariamente una mejor comprensión de la realidad ni de lo que nos toca hacer en ella.
Noticias desconcertantes y alarmantes; mensajes confusos y contradictorios —o abiertamente mentirosos— fluyen vertiginosamente… Procesar tanta información y distinguir qué es verdad y qué no… parece un reto insalvable. Hace al menos cien años los psicólogos sociales vienen estudiando cómo se relacionan: información, emociones y actitudes; motivados especialmente por intereses mercantiles: “¿Cómo hacer sentir imperiosos deseos de comprar un producto?”, o políticos: “¿Cómo lograr confianza hacia un candidato; y recelo, miedo y odio hacia su adversario?”.
La respuesta a estas preguntas implica sofisticadas estrategias para ganar la feroz competencia del “juego” empresarial o “democrático”. Estas exigen saber combinar lo verdadero con lo falso, la verdad con la mentira… o bien, saber ocultar o develar información según convenga al fin. Aunque esto se sabe desde hace mucho, se puso de moda últimamente el neologismo posverdad, para señalar que “los hechos importan menos que la apariencia de verdad”. Como suelen decir los abogados en esas películas gringas con juicios orales: “Lo que realmente haya sucedido no importa; lo que importa es lo que crea el jurado” (lo que importa es ganar el juicio).
Analistas críticos alegan que la ‘posverdad’ —estafa encubierta que distorsiona deliberadamente la realidad para generar fuertes emociones en el destinatario, modelar su opinión y sus decisiones— es sólo un eufemismo para encubrir lo que el Estado hace desde siembre: mentir (Fernando Buen Abad). Así, por ejemplo, Donald Trump, miente cínicamente apelando a profundas creencias personales; provocando miedo y odio, así como la percepción de que los migrantes centroamericanos son “delincuentes peligrosos”. Con ello justifica la construcción de su muro “de seguridad”.
Lo nuevo quizá sobre este tema, es que las recetas de los manipuladores —antes “secretas”— ahora se “democratizan”; es decir: se ponen “al alcance de todos” so pretexto de “libertad de expresión”; incluso se valoran como “habilidades necesarias para la defensa personal”. Así, en las redes, por ejemplo, circulan profusamente “tutoriales” (o manuales) con títulos como: “10 Trucos de manipulación mental”, “Aprende a manipular a quien tú quieras, como tú quieras, y a salirte con la suya…”, a “defenderte del engaño” o incluso “a hacer el bien” [sic.].
En este contexto, lo que antes era “formación del pensamiento crítico” se sustituye con la “contra-manipulación”. Si antes dominaba la sumisión por el miedo a lo desconocido, lo que ahora parece dominar es la falta de respeto a la norma, el escepticismo, la desconfianza y el desacato. Si en otro tiempo había un gran respeto por el saber y el rigor científico, ahora reina el relativismo y la banalización del estudio, la apología de la ignorancia y el desprecio por el esfuerzo, la concentración y la disciplina, que implica construir una buena argumentación. Y si hoy “todo se vale”, ¿“para qué hacerse bolas”, tratando de saber o explicar la verdad…?
Tanto enredo que impide distinguir entre lo real y la máscara, genera ansiedad y la necesidad de estar alertas todo el tiempo, tratando de evitar caer en alguna trampa (ya no sólo de quienes dirigen al país, sino de cualquiera que se acerque). Actualmente se imponen sobre todo: el recelo, la impaciencia y la intolerancia frente a cualquiera que considere que es posible construir un mundo (un país, una comunidad, un micro espacio…) mejor al que ahora tenemos, e intente seguir un camino distinto al acostumbrado.
En la disyuntiva que se abre frente a la situación actual, ¿a qué opción acompañan el sentido y la esperanza?: ¿Dejar todo como estaba?, o asumir el desafío de poner un alto a la barbarie e intentar un rumbo nuevo… aunque esto implique la posibilidad de equivocarnos. Al menos la segunda opción invita a madurar, a respirar profundo y a contenernos, antes de agredir a quienes piensan o actúan diferente.
metamorfosis-mepa@hotmail.com