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Tribunales

Estos absurdos son el riguroso trazo de nuestra época, marcada por la desmesura de los desastres, las voluptuosidades del desbordamiento demográfico y la adoración narcisista de la juventud

En estos días leí que un individuo de 27 años anunció que llevará a sus padres ante los tribunales para que respondan por haberlo traído al mundo, pues es producto de “un error que nunca debieron cometer”. Este militante del movimiento antinatalista expuso ante el juez que la procreación es un “acto supremo del mal”, una valoración que, por cierto, comparte con particular vehemencia el escritor colombiano-mexicano Fernando Vallejo.

Esto me recordó dos casos delirantes, ocurridos en 2007. Un prisionero rumano presentó formalmente una demanda en contra de Dios. Sí, en contra de Dios. Lo acusó de incumplimiento de contrato, fraude y abandono; argumentó que al no protegerlo quedó a merced del diablo y eso lo llevó a cometer un asesinato. Cuidadoso de las formas jurídicas, el promovente acreditó la existencia del “contrato” mediante su acta de bautizo. El juez, con toda propiedad, explicó que Dios carecía de domicilio para recibir notificaciones y recomendó que el reo recibiera atención médica.

El otro caso ocurrió en Estados Unidos, un país donde el presidente jura ante la Biblia y el nombre de Dios está inscrito en su moneda. Un senador se presentó ante una corte local y acusó a Dios de causar, de manera directa o a través de terceros, injustos sufrimientos a los seres humanos al no impedir catástrofes naturales y sociales como guerras, sequías y hambrunas. Tanto el juez local como la Corte Suprema desecharon la demanda y le negaron al demandante la medida cautelar solicitada, consistente en una orden de alejamiento contra el Creador. En realidad, el legislador pretendía ridiculizar al sistema judicial y exhibir la farsa de la ley.

Un último caso ilustrativo se registró a finales de 2018. Bajo el argumento de que hoy es posible cambiar de nombre y de género, un hombre inició una batalla legal para que un juez ordene la modificación de su acta de nacimiento y le sea asentada la edad que desea tener. Tiene 69 años pero dice sentirse de 49. Al asunto le dio entrada un juez y, con ese aire solemne que mantienen los jueces aun cuando se están riendo de ellos, ofreció analizar la procedencia de la demanda.

En tiempos en que los tribunales ha perdido el respeto, estos cuadros acentúan la desgracia de los aparatos de justicia, que sólo sus favorecidos bendicen, pues domina una percepción terrible: en los tribunales impera la sintaxis del dinero, el fondo musical a cuyo ritmo bailan fiscales, jueces, abogados y traficantes de influencias. Por lo demás, estos absurdos son el riguroso trazo de nuestra época, marcada por la desmesura de los desastres, las voluptuosidades del desbordamiento demográfico y la adoración narcisista de la juventud.

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