El último arrebato

Justicia apoltronada

La ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ganó una ovación unánime de medios y actores políticos detractores del presidente de la República. Su gran acción no fue el combate al nepotismo o el abatimiento de la corrupción en el Poder Judicial, que encabeza. La ovación tampoco fue por haber bajado el índice de impunidad en el país. En el exceso del espectáculo mediático, su acto heroico fue haber permanecido sentada en una ceremonia rutinaria. Al hacerlo, ofreció una imagen que condensa lo que sucede con la justicia en México. Por mí, que los protocolos se vayan por el resumidero, pues son un resabio de una puesta en escena que suele ocultar las zonas oscuras del poder público. Sin embargo, son parte del ceremonial del Estado, que también vive de símbolos. Mediante sus protocolos, el Estado ejerce comunicación no verbal con los ciudadanos y transmite mensajes significativos. Una de las ceremonias supremas del ritual cívico es, precisamente, la que se realiza cada 5 de febrero en el Teatro de la República, en Querétaro.

El protocolo ceremonial deriva del conjunto normativo y por eso llama la atención que la persona que encarna a la Suprema Corte, ente jurídico por antonomasia y guardiana de la constitucionalidad, haya elegido realizar un acto de posicionamiento mediático que acabó dejándola en evidencia. Cuando en la liturgia religiosa la feligresía se arrodilla no se rinde ante el individuo celebrante, lo hace ante lo que representa. Cuando la bandera es inclinada ante el presidente y cuando el presidium se pone de pie a su llegada, lo hace no ante el “naco de Macuspana” o ante el amado “cabecita de algodón”, lo hace ante la investidura del Jefe del Estado mexicano.

La guardiana de la constitucionalidad decidió, cínicamente, dejar claro que ella hace política, que lo suyo no es el derecho sino la grilla pendenciera. Se vio penosamente empequeñecida, más aún, al encontrarse al lado de Santiago Creel, que no sólo es político sino que es político opositor; Creel, siendo un abierto detractor del presidente, se comportó como el constitucionalista que es y, al sujetarse al protocolo, supo distinguir y honró su cargo como presidente de la Cámara de Diputados. Más allá de que su imagen de señora sentada sacó a la superficie las tensiones de la política real, ofreció una poderosa metáfora de la justicia. Así está la justicia mexicana: apoltronada, perezosa, ociosa; así está la justicia mexicana, contrahecha, echadota como paquidermo reumático y mañoso. El Poder Judicial es una de las vergüenzas del Estado mexicano. Sólo dos datos: en 2021, el índice de impunidad en el país, reportado por México Evalúa y admitido por la propia Corte, era de 94.8 por ciento, esto es, que casi 95 de cada 100 delitos denunciados no reciben castigo. Y la más reciente medición de Latinobarómetro evidenció que desconfían del Poder Judicial 72 de cada 100 mexicanos, lo que ha convertido a la justicia en “uno de los puntos más débiles” de nuestra democracia.

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