Se dice en el barrio

Nada puede curar a Matías

Rigo le pide al cielo que tape un poco el sol con las nubes. Está haciendo muchísimo calor. Como sea, él no tiene de otra más que andar en la joda: no importa si el astro brilla en todo su esplendor o si llueve, tiene que cargar sacos de yeso o bultos de cemento hasta el tercer piso, que es donde ahorita va la obra, y tiene que subir por tablones con tiras atravesadas, como escalones. Es muy peligroso: si se hiciera tantito de lado, caería al vacío; pero no se puede detener, porque otros vienen detrás de él, también subiendo, con herramientas, agua o varios materiales.

Ya lleva algunos años en el oficio, y se siente contento porque gana un sueldo; no tanto como quisiera, pero se compra lo que necesita. Y ahora, más que nunca, debe llevar algo a su casa. Cuando Rigo salió del Ocotal rumbo al barrio, su hermano se quedó en el rancho; era todavía un niño. Pero las cosas han ido allá ‘de mal en peor’. Por eso lo invitó a que también él se viniera. Le rogó mucho y, al fin, lo consiguió. Tiene dos cuartitos: uno para la cocina; el otro para su cama y su ropero; allí le hizo un espacio a Matías: “Hermano, aquí te puedes quedar todo el tiempo que quieras… Ésta es tu casa. Ya ves que vivo solo con el Prieto, ese niño hermoso que hicimos Aura y yo, antes de que ella muriera”.

Al principio, el joven se impresionó con lo que vio, diferente a lo que hay en el rancho; pero se ha ido adaptando. Pronto, Rigo le consiguió chamba de ‘bueno pa’ todo’, en una cremería. Al fin, lo que aprendió en la casa materna le es útil para ganarse la vida: se acomide a todo, recibe a los proveedores, cuenta los productos que le entregan, los acomoda en anaqueles y, cuando los patrones se lo permiten, despacha a clientes (aunque siempre cobra el dueño). No sabe si le pagan o no lo justo, pero acepta el sueldo que le dan, de lo cual está orgulloso. Es feliz con las dos experiencias: está con su hermano mayor y gana su propio dinero para lo que necesita. A los pocos días, sin embargo, cayó en cama.

Rigo le pidió al Prieto que cuide a su tío en los ratos en que no está en la escuela. A la vez, le pidió al jefeque le de chance de salir una hora más temprano de la obra, para atender a su hermano. Sin embargo, Matías no mejora; casi todo el tiempo se la pasa acostado y no se le antoja nada para comer. Atenderlo y cuidar de su salud rebasa las posibilidades de padre e hijo. Entonces decidieron llevarlo a un experto.

A dos cuadras tiene su establecimiento un curandero. En la entrada, además de que ofrece yerbas para todo tipo de males, también vende cuadros, velas y amuletos contra el mal de ojo, inquina, envidia y maleficios, además de que ofrece levantamuertos, oraciones, imágenes santas y mieles naturales. Ese hombre le recuerda a Rigo a otro curandero que conoció allá, en el Ocotal; tenía muy buena mano, y la gente hacía fila para atenderse con él.

Padre e hijo prepararon a Matías para llevarlo a ver a ese hombre, que podría devolverle la salud. Con un trapo húmedo le alisaron el pelo (y después lo peinaron), le limpiaron la cara, las manos, y le pusieron pantalones y chanclas, para sacarlo y que estuviera presentable. Salieron de su vivienda para dirigirse al curandero. Deben pasar ante otras viviendas que están a lo largo del callejón, para llegar a la calle.

Rigo se da cuenta de que su hermano tiene grandes dificultades para levantarse y salir. Su esfuerzo es inaudito al dar algunos pasos. Aunque su hermano y su sobrino lo levantan casi en vilo, Matías se mueve con dolores y penas. Lo que, al final, le sorprende a Rigo es que, al intentar pasar frente a la vivienda de Joaquín, Matías se resiste, manotea con desesperación y, por sí mismo, retrocede. Por más que insisten el albañil y su hijo, no logran que el hombre avance hacia la calle. Se le nota un terror infinito. Como los esfuerzos por hacerlo avanzar son inútiles, deciden llamar al curandero. Éste, al entrar a la casa de los hermanos, da su dictamen: “Matías es el bien del mundo, que choca con su contraparte, la maldad de otros. Tienen que ir a ver al Señor de Chalma y, de regreso, pasar a saludar a Nuestra Señora de Soriano. Sólo después de esto, y de una donación a mi organización, podrán alcanzar la paz”.

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