PASEO POR LA NUEVA ESPERANZA

Mis recuerdos de aquella época son muy lindos, Yo era todavía una niña. Alguien del barrio nos invitaba, por la tarde, a su casa, para hacer tamales y atole; mientras se ponía su delantal y tomaba su rebozo, mi mamá nos apuraba; en cuanto salíamos, pegábamos la carrera, para ayudar a preparar la masa, las hojas para los tamales y atizarle al fuego. Desde luego, a los chamacos -como yo, en aquel entonces- también nos interesaba encontrarnos con los hijos de los demás, para salir, siquiera un rato, a volar nuestros papalotes, a montar el burro o a compartir gustos. Los adultos se la pasaban contándose las novedades del barrio y, entre risotadas, íbamos terminando la labor. Echo de menos ese ambiente.
Por eso, cuando la semana pasada nos invitaron a un encuentro con otras organizaciones, en Amazcala, se me llenó el corazón con aquellos recuerdos. Quedamos de vernos en un punto para, de allí salir todos juntos y, así, llegar como “la banda del barrio”.
A la entrada, pidieron que cada quien llenara una hoja con sus datos. Me sorprendió ver a tanta gente. Aunque iban una o dos personas en nombre de algunas organizaciones, en representación de otras íbamos entre cinco y diez. El caso es que éramos como 17 ó 18 grupos. Los anfitriones pusieron dos ollas al frente, para que nos sirviéramos café o atole y tomáramos pan de la charola.
Enseguida, nos reunimos bajo la sombra de un árbol gigante. A corta distancia se oía el relincho de algunos caballos; al lado de ellos, como acordes polifónicos, las vacas mugían y se oía muy el llamado de los borregos. En la copa del árbol, por encima de nosotros, el trinar de los pájaros nos acompañaban cuando nos presentábamos y explicábamos por qué habíamos ido a la reunión. Me sentí como la chamaca de otros tiempos, en el barrio, cuando la cabeza me revoloteaba y, desde las alturas, veía a gente que, como antiguos amigos, platicaban y reían. ¡Qué lindo es disfrutar de la confianza y el afecto de los demás!
Enseguida, frente a huacales de madera, con tierra cernida, nos explicaron que es necesaria una buena composta para favorecer a la naturaleza: con eso se puede apreciar su generosidad y, también, cuidar a la humanidad; pero se requiere de conocimiento y buenas prácticas. Mostraron gran diversidad de plantas y nos pidieron que habláramos de los huertos de traspatio que promovemos en los lugares donde trabajamos. También, tuvimos que hablar de los vínculos sociales que fomentamos con ese tipo de agricultura urbana y de cómo valoran tales prácticas las familias modernas.
Compartimos conocimientos y experiencias de nuestros espacios; discutimos puntos de vista; invitamos a los demás para que nos visiten; intercambiamos direcciones, números telefónicos y correos electrónicos. El apoyo mutuo y las promesas de visitas fue parte del encuentro, junto con bromas y anécdotas. Finalmente, llegó la comida que nos obsequió la comunidad del lugar.
En la tarde de ese día, después de hablar de las conclusiones de cada grupo de trabajo que armamos en el encuentro, fuimos hablando de los principales problemas de nuestras localidades y los esfuerzos que hacemos para resolverlos.
Fue un encuentro maravilloso, que nos devolvió esperanzas en la humanidad.
Tres días después, ya de regreso en el barrio, al informar a los que no pudieron ir, les hablamos del trabajo y las conclusiones a que llegamos, y se quedó flotando una pregunta en el ambiente, que todavía no podemos responder: ¿por qué hay guerras y agresiones entre los seres humanos, si podemos colaborar unos con otros para que cada quien viva a gusto y construya su felicidad?