Caos y orden
Punto y seguido
Por: Ricardo Rivón Lazcano
Es absurdo confundir economía política con teología dogmática.
Pero sigue sucediendo.
Antonio Escohotado escribió Caos y Orden en un lapso de 20 años. El libro fue publicado en 1999. Ganó el premio de ensayo Espasa con un jurado formado, entre otros, por Victoria Camps, Vicente Verdú y Fernando Savater. Los párrafos finales son parte de una entrevista publicada por el diario español El Estado Mental, de marzo del presente año.
-“Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento”, dijo Blaise Pascal. La frase, al parecer, contiene una sabiduría hermética.
-Nuestras vidas están hechas y condicionadas por un proceso de civilización-fábrica, civilización que, a su vez, está instalada dentro de un universo-reloj. Así vivimos y morimos, limitados y sujetados a la duda profunda.
-Sin embargo, el avasallante progreso tecnológico va empujando a las nuevas generaciones hacia un escenario de perfiles todavía borrosos aunque muy distinto al nuestro, donde las viejas representaciones de lo que llamamos orden, se van adaptando a situaciones de pluralidad e inestabilidad.
-Hubo un tiempo, en el sistema “humanidad”, en que la tasa de nacimientos era muy parecida a la de muertes, dicha situación estaba acompañada por la estabilidad de suministros, por tanto se tenía un relativo equilibrio, nada de qué preocuparse; en todo caso, las preocupaciones eran de otra índole.
-Pero: auméntese al doble los nacimientos manteniendo la tasa de mortalidad y el sistema “humanidad” se alejará del equilibrio. El sistema es impulsado a optar por desintegrarse o reorganizarse; si se reorganiza aumenta la dependencia de suministros.
-Auméntese al cubo los nacimientos, redúzcase de modo drástico la tasa de mortalidad, y el sistema será lanzado al desequilibrio radical.
-Y es que el sistema es el sistema del deseo inagotable que se expresa en la vorágine del consumo. El problema no está en la dependencia de suministros –escasos-, sino en el deseo indomable mismo. El capitalismo es el reino del deseo insaciable que agota todo lo que está a su alrededor, incluida la propia humanidad.
-Una mirada dice que el corazón querría intervenir con algún programa concreto de acción, mientras que la cabeza le recuerda “la imposibilidad de que el proceso social pueda ser previsto y dominado desde arriba”.
-Creyéndose noble, justo e inmaculado, el corazón lleva hasta las últimas consecuencias su programa concreto de acción, también llamado utopía.
-Unos confían en las bondades de privatizar todo, y otros combinan libertad con instituciones como la seguridad social o los bancos centrales. Puedes optar por Keynes y por Hayek. Ambos son hombres sabios y pragmáticos, en las antípodas del demagogo analfabeto que sigue hablando de una teoría económica marxista.
-Hasta leer detenidamente El Capital no me di cuenta de que es lo contrario de una investigación: acumula miles de páginas al servicio de una idea fija, que finalmente es Monsieur Le Capital como forma atea de Satán.
-La economía política no admite voluntarismos. ¡El mundo es más duro que una nuez! La glorificación de victimismo ya está en el Sermón de la Montaña –con aquello de poner primeros a los últimos– y es un discurso de resentimiento y guerra civil.
-Añádase la bobada de que el que es rico lo es porque roba al pobre, cuando en una sociedad industrial son los ricos quienes dan de comer a los pobres. ¿A quién roban Bill Gates o Henry Ford? Crean ingentes cantidades de empleo, ponen más barato lo que antes era más caro y esa utilidad que ofrecen la premia el cuerpo social comprando sus productos y haciéndoles ricos.
-El mal de la sociedad no es la falta de entusiasmo, más bien es el mal de los intelectuales, que finalmente representan a gentuza como inquisidores o comisarios del pueblo, da igual que sean leninistas o nazis, velando por la pureza ideológica de grupos y personas…
-La sociedad que dejó de creer en los obispos comenzó a creer en los intelectuales que aún tenían cierta talla, como Sartre. Pero hoy hemos llegado a intelectuales tipo Baudrillard, por ejemplo, y los que seguirán, de pensamiento débil, que protestan y protestan básicamente porque les hacen menos caso cada vez.
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