Abismo
Un cuento de Víctor Hugo Jiménez
El callejón parecía el fin del mundo. Tras la joroba, la pendiente cortaba de tajo, como si se acabara la matrix. La noche era oscura y el alumbrado escaso; el acantilado estaba cubierto de una espesa maleza que se tragaba la poca luz que quedaba.
La vagoneta dio vuelta en el callejón, por ambos lados corrían sin cesar las paredes. Al llegar a la cima de la joroba, Sofía pudo ver el extenso vacío que se abría frente a ella, redujo la velocidad del auto y continuó. Cajas de tráiler estacionadas en ambos lados la volvían angosta, poco a poco fue descubriendo el final.
Sofía pisó el pedal del freno y la camioneta se detuvo. Entrecerró los ojos, negó con la cabeza, prendió las luces altas y pudo ver con claridad la nada. El estómago se le contrajo y un escalofrío le recorrió los brazos. Por un momento se imaginó cayendo por el acantilado. Tomó la palanca de velocidad y la jaló hacia tras el volante, giró el embrague hasta llevar la ‘P’ al indicador, soltó el freno y la camioneta se balanceó hacia adelante. Bajó la mirada hacia la derecha, suspiró.
Sobre el asiento del copiloto distinguió su cartera rechoncha, una hoja con marcas de múltiples dobleces, el llavero-peluche repleto de llaves y la cajetilla de cigarros medio abierta que mostraba una serie de filtros y la sección metálica del encendedor que había metido en ella, parecía la sonrisa de un pirata, la sonrisa de Jorge.
Soltó la palanca y estiró el brazo hacia la cajetilla de cigarros, la sensación de vacío en el estómago le quitó las ganas de fumar.
–Puta madre ¿Era a la derecha o a la izquierda? ¿Antes o pasando la gasolinera?
Cerró la sonrisa de la cajetilla, tomó la hoja con las indicaciones, la estiró y miró; había seguido las indicaciones al pie de la letra.
– ¡No mames Jorge! –gritó -aquí no hay ni una puta fiesta.
Sofía pisó nuevamente el freno y metió reversa, miró el espejo retrovisor y pudo ver una silueta correr de una acera a otra en la oscuridad, giró el torso para ver a través del medallón, pero no distinguió nada.
Soltó el freno y pisó con cautela el acelerador; la camioneta se movió hacia atrás unos metros, pero la poca luz y el temblor en los brazos le impedían avanzar con seguridad. Frenó nuevamente, enderezó el cuerpo y buscó al frente algún espacio para poder dar vuelta a la camioneta. Del lado derecho, la caja de un tráiler ocupaba prácticamente toda la acera.
Al final un enorme árbol cubría con sus ramas el único foco que intentaba alumbrar la calle; en la acera de enfrente, tras otra caja, un destartalado auto se pudría. Más allá, a pocos metros de la caída, frente al árbol, vio un hueco donde podría clavar la trompa de la camioneta e intentar dar vuelta. Metió drive, soltó el freno y comenzó a avanzar hacia el frente. De reojo, por el espejo retrovisor volvió a ver pasar la silueta de nuevo, alzó la vista y no vio nada.
– ¿Qué chingados hago aquí? –
El vacío en el estómago se extendió por el tórax, soltó un poco más el freno y avanzó más rápido. Giró el volante, metió bruscamente la trompa de la camioneta hacia el hueco y frenó de golpe antes de estamparse contra una reja. Las luces iluminaron con intensidad un patio lleno de hiecrecidarba y restos de muros bajos, al fondo un montón de fierros se enganchaban a lo que quedaba del muro, lo que les impedía caer al vacío que se había tragado la casa.
De reojo vio el bulto que volaba directo a ella por su costado izquierdo, giró la cabeza y alcanzó a ver cómo se estampaba en el cristal de la puerta. Cerró los ojos al tiempo que agachaba la cabeza y la escondía detrás del brazo izquierdo que ya había alzado, el ladrillo quebró el cristal y le golpeó el brazo, algunos fragmentos fueron a parar detrás de la oreja izquierda haciéndole pequeños cortes.
El pie se le soltó del freno y la camioneta comenzó a avanzar. Sofía tardó un instante en reaccionar y cuando alzó la mirada la camioneta ya se recargaba en la reja doblándola, haciéndola crujir. Intentó sacar el pie derecho de atrás del pedal pero se le atoraba
–¡Iigrr-iigrr! –Gritaba la reja.
Volteó hacia la parte alta del callejón y pudo ver la silueta de un hombre que corría a toda velocidad hacia ella.
– ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Puta madre!
Entre temblores, saltos y un prolongado chillido, Sofía pudo por fin sacar el pie y pisó el freno, jaló la palanca de velocidades, giró el embrague con fuerza hacia la izquierda llevándolo hasta parking y aceleró.
La camioneta bufó pero no se movió, el hombre cada vez estaba más cerca, Sofía respiró profundo e hizo un esfuerzo por controlarse. Giró despacio el embrague y puso reversa, a su lado la playera blanca cubierta por una chamarra de cuero café la hizo gritar aterrada, pisó con fuerza el acelerador y la camioneta salió disparada hacia atrás estampándose contra el árbol.
La cabeza de Sofía latigueó, su rostro desapareció entre una maraña de pelo pintado de rubio, chocó contra el respaldo y rebotó hacia adelante obligando a sacar de su escondite la cara, estrellándola con fuerza contra el volante.
El hombre corrió a la camioneta, se acercó a la puerta y con mano temblorosa levantó el seguro, abrió la puerta y pisó el freno de emergencia que estaba abajo, a un lado de las bisagras de la puerta. Sofía se cubrió el rostro con las manos, se había golpeado el entrecejo y le escurría sangre por la nariz, el hombre la empujó hacia el asiento del copiloto haciendo volar la cartera y la cajetilla de cigarros hacia el suelo, se trepó a la camioneta y cerró la puerta, quitó la velocidad y apagó la máquina.
Sofía soltó manotazos y patadas contra el hombre, pero la mayoría se perdieron en el aire o golpearon torpemente el volante y el tablero.
El hombre se bajó los pants de un sólo movimiento, se giró hacia ella, le sujetó las rodillas, le abrió las piernas de un jalón y se le tiró encima, las llaves se clavaron en la espalda a Sofía que empezó a gritar soltando golpes y arañazos contra el rostro del hombre, agitando las piernas en un intento por defenderse. Él le sujetó los brazos y los estiró hasta chocarlos contra la puerta del copiloto, se los aseguró con una mano y con la otra fue recorriendo el cuerpo.
Sofía sintió algunos vidrios clavarse en la nuca, intentó abrir los ojos pero el dolor del golpe se los cerraba, sintió bajar la mano del hombre por un brazo y empezó a chillar de impotencia, llegó al cuello y ella giró la cara hacia el lado contrario ¿por qué había aceptado ir a la maldita fiesta sola?
La mano se detuvo un instante en un seno y ella se agitó lo más que pudo, nuevamente las llaves se clavaron en su espalda, la mano se deslizó por la cintura.
– ¿Qué se sentirá ser violada? A veces me excita la idea –le había dicho a Jorge no hacía mucho, ahora se arrepentía de sus palabras, la mano se aferró a las nalgas de Sofía y ella soltó un chillido fuerte
–No me hagas daño por favor, por favor, por favor –suplicó
El hombre metió la mano por debajo de la minifalda y jaló el calzón hacia las rodillas, Sofía lanzó un potente grito que fue a caer al fondo del abismo, ya solo podía encajarle las uñas en la mano y agitarse para dificultar la tarea, apretó con fuerza los ojos y sintió en la pierna el pene erecto de su agresor, soltó un chillido largo y agudo, intentó moverse con más fuerza pero estaba exhausta.
–Tranquila –escuchó decir al hombre y reconoció la voz, puso atención a los detalles, el olor de la loción combinado con tabaco y cuero le resultaba demasiado familiar, el aliento, el peso y las formas de aquel cuerpo la hicieron dejar de resistirse, el hombre le soltó las manos.
Sofía hizo un esfuerzo por abrir los ojos y alcanzó a distinguir los dientes de pirata, abrazó el cuello de Jorge y lloró sintiendo una mezcla de alivio y rabia mientras aquél la penetraba.