El equinoccio en Ezequiel Montes: cosechar palabras, para sembrar acciones

La mañana era helada, con nubes y viento frío, creí que estábamos en el invierno de diciembre y no en el equinoccio de primavera. Sin embargo, el sol apareció lentamente mientras esperaba a que el taxi colectivo se llenara de los tres pasajeros que hacían falta y que así, al fin, el chofer pusiera en marcha su Tsuru naranja con cuadritos negros.
Ya rumbo al pueblo, casi al llegar, fue cuando vi lo que me esperaba subir: era el Cerro Grande, reconocido por tener la Cruz del Perdón en la cúspide. Un cerro con 2 mil 283 metros sobre el nivel del mar, demasiado para mis piernas flacas sin ejercitarse en meses. Al llegar al jardín principal, caminé hacía el parque La Canoa y me reuní con la gente que subiría el cerro.
En una banqueta, donde estaban reunidos nuestros guías y el chamán, dejaron en fila los Panhuehuetls, un instrumento parecido al tambor con un marco de madera circular o decagonal cubierta de piel de chivo y en la parte del hueco, lleno de cuerdas enredadas entre sí para sostenerlo. Para tocar el instrumento, usas una especie de baqueta, pero en la punta tiene muchas capas de piel amarradas entre sí, las cuales forman una semiesfera.

Nos dijeron que nos lleváramos uno y uno para que lo fuéramos tocando en el camino, no obstante, teníamos que elegir aquel que conectara con nuestra vibración y con nosotros mismos. El mío fue uno mediano. Fue entonces que comenzaron los preparativos, en un Razer subieron otros instrumentos importantes, los Huehuetls, que son un tipo de tambor grande con una base de madera, marco circular y cubierto también de piel. Igual éste se puede tocar con las manos o la especie de baqueta que mencioné anteriormente.
El chamán, al ver que todo estaba listo, desde las personas con su Panhuehuetl hasta los copales encendidos y el olor de su humo rodeándonos, fue hasta entonces que dio las instrucciones y comenzamos a subir para conectar con la Pachamama, nuestra madre tierra.
Fue muy pintoresco escuchar como cada quien tocaba su Panhuehuetl de la forma que quería, múltiples sonidos llegaban a mis oídos; agudos, graves, medios; algunos lejos y otros cerca; golpes fuertes, suaves y regulares, todo sonaba en armonía. Las dos mujeres que acompañaban al chamán, en ciertos lugares tocaban sus caracolas que rodeaban en altas vibraciones graves todo alrededor de nosotros, las personas en sus casas salían a ver qué pasaba y otras cuántas se unían a la caminata.
Llegamos al inicio del Cerro y el chamán nos dijo: «tengan mucho respeto a la Pachamama, ya vamos a subir, pero siempre con respeto a nuestra madre tierra». Así que el camino fue siempre cuidando la naturaleza y los unos a los otros. En un momento, dos personas se quedaron atrás
– ¡Órale Migue! ¡Te estamos esperando! – gritaban unos amigos del señor que se había quedado atrás por apoyar a una señora con su bebé.
En ese momento, todos se pusieron ordenados en dos filas y empezaron a tocar de manera síncrona en repetidas ocasiones –TUM, Tum, Tum, Tum, TUM, Tum, Tum, Tum, TUM, Tum, Tum, Tum – como una forma de hacer que las vibraciones llegaran a las dos personas, para que sintieran fuerza en su caminar. Nos alcanzaron y seguimos con nuestra subida.
Al conseguir estar lo más arriba, se te presentaba una vista hermosa, un panorama increíble de la naturaleza y de La Cruz del Perdón. Los vientos fríos y el calor del sol, hacían que mi piel se erizara junto con los sonidos que generaban las caracolas, del ruido del movimiento de los árboles y ramas, de los silbidos de pájaros y de una flauta que acompañaba al ritual para la Pachamama.


El chamán, comenzó a colocar los Huehuetls y la ofrenda que consistía en poner piel de venado, vaca y coyote en el suelo. Pieles de animales que viven en Querétaro. Arriba de ello, fruta como plátanos, naranjas y otros objetos como las caracolas, joyas y el copal.
Con todo esto, fue que inició su ritual hincado hacía la ofrenda. A continuación, en cuclillas, caminaba hacia cada uno de los Huehuetls, se hincaba, ponía una mano como si los acariciara en círculos, luego empezaba a golpearlo en repetidas ocasiones para escuchar el sonido y finalmente, usaba ambas manos para tocar el instrumento.
Mientras él hacía esto, las dos mujeres agarraron los copales, las personas formaron filas y empezaron a pasarlo en el cuerpo de aquellos que querían hacer el rito. Un ritual que simboliza los siete rumbos. Estos siete consisten en norte, sur, este, oeste, arriba, abajo y finalmente, en el corazón.
Te sahumaban de frente para representar el norte, de espaldas para el sur, por los extremos de tus manos para el este y oeste, encima de tu cabeza para el arriba, en los pies para el abajo y en tu corazón, para aquello que significa nuestra individualidad como un todo y la integración que nos ha hecho llegar a un círculo de corazones; en otras palabras, la conexión que tenemos con todas las personas al convivir como una sociedad.
Después de esto, iniciaron con el ritual de la “Apertura de los rumbos”, el cual consistía en poner en círculo los Panhuehuetls junto con los Huehuetls, así como también a las personas del lugar. Tenías que extender tus manos y girar hacía los primeros cuatro rumbos en un orden; al oriente, norte, este y sur; luego, manos al cielo para el arriba y en cuclillas con las manos tocando a la Pachamama para el abajo; al final, te paras, colocas tu mano izquierda en el corazón y tu mano derecha al universo.
Todo esto se hacía, mientras las mujeres se encontraban dentro del círculo al igual que el chamán, quién explicaba el porqué estábamos en cada rumbo y cuando el finalizaba de decir los detalles, comenzaba a tocar el Panhuehuetl. Luego, los tres gritaban Ometéotl, las mujeres con su copal apuntaban a uno de los rumbos y tocaban la caracola, volvían a decir Ometéotl, y se agachaban para hacer lo mismo, se repetía esto con cada rumbo.
Al terminar el rito, el chamán nos dijo
– Tenemos que cosechar palabras, para sembrar acciones
Nos pasó la baqueta a cada uno de los que estábamos en el círculo y comentábamos en voz alta aquello que deseábamos para el mundo, la Pachamama, para nosotros mismos. Nos dijo, que la cosecha sería entregada por el universo a las personas, nuestros deseos se potencializarían junto con el sonido de la caracola.
En un momento, el chamán nos pidió que reflexionáramos y meditáramos, viviéramos el presente, deseáramos cosas buenas, y él, a través de un Panhuehuetl, nos rodearía de la vibración tocando el instrumento sobre nuestros cuerpos, oídos y mente, fue muy relajante conectar las vibraciones de mi corazón con las del tambor.


Esto era con el fin de que nuestros deseos fueran multiplicados a través de las vibraciones de nosotros y el Panhuehuetl, así como también que el universo llevará cada deseo a esparcirse por el mundo. Para finalizar, todos tomamos un tambor prehispánico, tocamos como se nos antojó por unos minutos, pues los golpes que dábamos eran al ritmo que nos identificaba.
Y luego, el chamán dijo que teníamos que tocar al ritmo del corazón de forma síncrona, lo hicimos, conectamos y todo terminó. Dio las gracias y finalizó el evento. Fue ahí, donde me di cuenta de lo poco que vivimos en nuestro presente, de lo largo que puede ser nuestro día, pero lo pronto que puede terminar para nosotros.
El universo, nuestra vida, la Pachamama, acciones, experiencias, emociones, sentidos, todo se encontraba conectado en un todo ¿Para qué? Ni idea, solo Ometéotl lo sabe ¿Por qué? Creo que es para que conectemos con nuestro presente ¿Qué tiene que vivamos el presente? Logramos la conciencia de uno mismo en relación con la vida y muerte ¿De qué sirve esto? Creo, para lograr la unión ¿De quién? De nosotros mismos con nuestros siete rumbos.