Cultura

Mosaico de piedras

Por: Juan José Lara Ovando

Corea del Sur, Austria, México, Noruega-Suecia e Inglaterra son un mosaico de cultura, pero también de problemas que reflejan la realidad que se vive en el mundo (aunque sólo sea en seis países); eso es lo que encontramos en las cinco películas de la Muestra Internacional de Cine 55, durante su segunda semana de exhibición.

Películas de mucha reflexión y de gran intensidad, pero -a la vez- de profundo goce, en historias que se ubican en los barrios más pobres de Seúl; en un campamento para obesos de la campiña austriaca; en una zona urbana mexicana; en la relación de pareja de uno de los más grandes genios del cine y una de las más extraordinarias actrices: Ingmar Bergman y Liv Ullmann, que vivieron en la isla de Faro, Suecia, y; a través de la vida del más famoso empresario de la pornografía en Londres. Las tres primeras se ubican en la actualidad, la cuarta es un relato en retrospectiva desde los años 60 y la última relata la vida del personaje desde fines de los años 50.

Se trata de las películas: Piedad del reconocido cineasta Kim Ki-duk; Paraíso: Esperanza, tercera entrega de la trilogía del sobrio y reconocido Ulrick Seidl; Los insólitos peces gato, brillante ópera prima de la tapatía Claudia Saint-Luce; Liv e Ingmar, documental del director hindú-británico Dheeraj Akolkar, y; El rey del erotismo del versátil y polifacético director inglés Michael Winterbottom. Cinco filmes de gran nivel, entre los que me emociona incluir a la película mexicana ganadora del Premio del público del Festival de Toronto y del Premio del Jurado del Festival de Locarno, entre otros, y a la altura de lo mejor del cine internacional, aun cuando es una producción de bajo presupuesto.

Piedad y Paraíso: Esperanza representan un punto muy alto de la Muestra. En la primera, Kim Ki-duk (de quién conocemos Las estaciones de la vida, 03, pero también Por amor o por deseo y Hierro 3, ambas de 04, además de El arco, 05) nos sitúa en una historia cruenta, de fuerte contenido visual, con un parsimonioso uso del diálogo, pero haciendo énfasis en elementos criminales e inadaptados de la sociedad. Piedad es una piedra dura, su primera escena es la de un ahorcamiento, a partir de ese momento empezamos a ver a un individuo golpear y mutilar a otros porque no le pagan las deudas a su patrón, al que todavía van a pagar con el dinero del seguro. Este individuo solitario que sólo encuentra relajación masturbándose, alborota su existencia cuando aparece una mujer que asegura ser su madre y que trata de convencerle que si se volvió un monstruo fue por el trauma que ella le provocó al abandonarlo al nacer. Masoquismo e incesto también se incluyen en esta historia que, si bien se inspira en el sufrimiento de la virgen María ante el castigo a su hijo, representado en la escultura de Miguel Ángel, aquí parece hacerle un homenaje a Freud y Lacan con esos ingredientes ardientes de la maternidad y el amor edípico. La perversidad de la historia es su presunción porque pocas se atreven a tanto. León de oro de Venecia, lo vale.

Paraíso; Esperanza muestra el excelente momento del más reconocido director austriaco, que en sus cintas anteriores (Paraíso: Fe y Paraíso: Amor) incluyó a la tía y a la madre de la chica que aparece en la que ahora comentamos. En la primera, una mujer se dedica a difundir la palabra de Dios, tratando de convencer a quién se deje que sólo de esa manera devolverán la unidad a su país; en la segunda, la hermana de la anterior viaja de vacaciones a Kenia para intentar encontrar o comprar el amor entre los pobladores que, bajo la máscara de vendedores de playa, ofrecen compañía a las solteras maduras europeas; aquí, en Esperanza, la hija de Teresa pasa sus vacaciones en un campamento para bajar de peso a través de ejercicio intenso, dietas e información nutricional, pero se enamora de su médico. Lo que tienen en común las tres historias es que las tres mujeres fracasan, el mundo que las rodea es más complejo de lo que esperan, su vida angustiosa y monótona no puede romperse. Una mirada cruda y desesperante, otra dura piedra. Muy buena.

Contraria a ellas están Los insólitos peces gato y Liv e Ingmar, que presentan un rostro de recuperación del amor, no exclusivamente el de pareja, sino el humano. La primera es una historia sobre la solidaridad de la familia, es tal vez sobre la capacidad del corazón humano de ser generoso, tierno y solidario. El relato incluye lo mismo a dos personas que a toda una familia. Las primeras son Claudia y Martha (estupendas Ximena Ayala y Lisa Owen), una chica solitaria, explotada en un supermercado y una seropositiva en un momento terminal, que se conocen en el hospital cuando la primera tiene una apendicitis, la segunda se la pasa ahí, pero coinciden al salir de la clínica e invita a Claudia a acompañarla a su casa. Se vuelven uno a través de la convivencia que incluye a las tres hijas y el niño de Martha; y no se trata de ningún cuento de hadas, pero se unen a través de los problemas que viven, básicamente la enfermedad de la mamá, y que a pesar de su muerte, se mantienen juntas. Muy bella, a pesar de lo triste. Liv e Ingmar es un relato de la vida en pareja de dos genios del cine, narrada desde el punto de vista de ella, que está con vida y que durará hasta que también se vaya. Verdaderamente intensa, se mete a las vivencias desde que filman Persona (66), Liv, de extracción teatral, es contratada para esa película y, al concluirla, deja a su esposo en Noruega para trasladarse a la casa de él en una isla sueca, después de cinco años se separan, pero siguen filmando toda la vida, en total 12 filmes, incluido el último, formalmente de ambos, Sarabanda (02). Una cinta verdaderamente bella por la forma en que perdura su relación y profunda por el entrañable cariño aun con los pleitos y celos de pareja. Ninguna de estas dos son piedras duras, pero si calan.

El rey del erotismo es opuesta a las anteriores, es como una fascinación de la vida burlesca, la de la Inglaterra alegre donde es bello el lenguaje pop de los 70, los punks, James Bond y Ringo Starr, además de todos los excesos: alcohol, drogas, rebeldía, sexo y, sobretodo, pornografía, es decir, lo que no es puritanismo. Todo ello es relatado de manera audaz a través de la historia de un empresario teatral y editorial, que derivó en inmobiliario y se volvió multimillonario, léase como el Chapo Guzmán, o sea, exitoso: Paul Raymond, un inteligente y pulcro innovador de negocios que convirtió el desnudismo en un supernegocio, que presentó siempre como arte: él no hacía pornografía, ni era un delincuente. Esta es su historia, más empresarial que de vida, pero deja ver de manera interesante su época, su negocio y su país. También interesante y reflexiva, pero menor ante las demás. Aunque es más ligera, el piedrazo se vuelve a sentir en el rompecabezas.

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