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QUE ARDA LA DESIGUALDAD

La causalidad y no la casualidad explicaría un acontecimiento inesperado, imprevisible, fortuito y/o no intencionado, me dijo alguna vez una terapeuta. Este ‘porque’ racional de las cosas y los sucesos vino a mi recordación al presenciar el domingo 27 de agosto, en el Foro Escénico del Museo de la Ciudad de Querétaro, “Que arda el fuego”, del y por Barón Negro, cuando está en la cúspide de la nota periodística el besucón asalto público padecido por la futbolista española Jennifer Hermoso, de parte del número uno en la respectiva federación, y el encendido reclamo popular, en un amplísimo segmento social, por una sanción al abuso físico y jerárquico. La euforia victoriosa no ha valido como justificación o explicación, menos como excusa. En México, de más está apuntar, cuánto en el interés de una generalidad está puesto en la actuación política y las exigencias sociales por parte de la población femenina, cuando el más elemental sentido común y de cordura debería obviar tales situaciones. En términos balompédicos: No son suplentes ni reservistas.


El colectivo integrado en esta ocasión por las actrices María Fernanda Monroy Gómez, Quetzallin Torres Noguez, Mariela León y Harlem Tapia trabajó, y trabaja, con los textos del comediógrafo ateniense Aristófanes: “La asamblea de las mujeres” y “Lisístrata”. En una síntesis rudimentaria, tenemos en el foro escénico una sugerencia lumínica de un espacio subterráneo, quizá una cueva. Aquí han sido subrepticiamente convocadas mujeres dispuestas a la sublevación, para planear el asalto de la Asamblea, reservada para la exclusiva participación masculina.
Los nombres de las personajes, por orden de aparición: Praxágora, (M.F. Monroy), Cleonice (Q. Torres N.), Mirrina (M. León) y Lisístrata (H. Tapia) nos ubicarían en la Grecia, una centuria posterior en la época sobrenombrada ‘Siglo de Pericles’, padeciendo la Guerra del Peloponeso.
La ubicación geográfica es hipotética, porque el inicio sonoro-bailable es de un zapateado con guaraches. A continuación, aparecen cuatro mujeres zapateando con dicho calzado y haciendo volar sus faldas al estilo de ciertos bailes folclóricos mexicanos, siendo el “Jarabe Tapatío” el más descriptivo. Tienen por centro un montículo, cuya sima la ocupa un árbol sin fronda, que deviene el material ígneo alusivo al título de la obra teatral. Con dos posibles remisiones: en el ámbito helénico a Prometeo, procurador del fuego para el género humano y sus implicaciones de sobrevivencia en climas gélidos, en condiciones carentes de iluminación, y gastronómicos con la posibilidad de la cocción. En el ámbito religioso y/o espiritual implica una posibilidad de purificación y renovación o reinicio. Al igual que “La asamblea de mujeres”, “Qué arda el fuego” subraya la conveniencia de la actuación conjunta y concertada, aunque no escape al simplismo de señalar este proceder como el de un ‘Club de Tobi al revés’. Apenas su aparición, Cleonice remite a un personaje femenino de “Animal farm”, de George Orwell, no muy puesta a rebelarse si tal rebelión implica la privación de azucarillos y meticulosos acicalamientos. En síntesis, Cleonice está
muy satisfecha y tiene en alta estima su vida conyugal y en la cama, cuyo sacrificio promete poca o despreciable compensación. Mirrina no le ve mucho caso al asalto de la Asamblea: las cosas son como son, y el remedio posible no vale el emprendimiento en orquestación.


Con Lisístrata, en “Qué arda el fuego”, viene un planteamiento particular en el levítico Querétaro: en esta convocatoria para tomar o asaltar la Asamblea califican como mujeres quienes apuntamos generalmente como ‘amas de casa’ o más exactamente, ‘señoras que viven con señor’. Aquí, Lisístrata, antes que mujer, es niña, condición para la exclusión, pero además de aportar una bravura inamedrentable, también propuestas prácticas.
Esta actitud Praxágora la incorpora a su arenga como aversión o desechamiento del miedo. La incitación fue proyectada hacia una mediana concurrencia, con inapreciable reacción, menos respuesta.
Queda para la especulación, la interpretación y/o amplia significación que el asalto a la Asamblea, sea instrumentado a través de la figura masculina, a través de la simulación, mediante la falsedad.

Al embriagar a Blepiro (Alfredo Domínguez), ¡cuánto se sugiere la desubicación mental con que legislan los hombres!, además de la ridiculización legislativa que hace de ellos Mirrina.
¿Cuál es el desempeño de la Asamblea? En “Qué arda el fuego” se vislumbra el mismo sainete vociferante que contemplamos en pantallas, de nuestros legisladores y legisladoras en las cámaras alta y baja, aprobados, aprobadas y aprobades en desfiguros; donde Cantinflas sería tribuno y el Profesor Chunga los eximiría de examinación.

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