Violencia simbólica, la base del machismo
La violencia simbólica es cualquier acto que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmita, reproduzca o incite la dominación, la desigualdad o la discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad.
Esa violencia que no es perceptible se convierte en la base de todos los tipos de violencia existentes, pues a través de la cultura, las tradiciones, las costumbres y las prácticas cotidianas se logran reforzar y reproducir relaciones basadas en el dominio. Este tipo de violencia viene ejercida gracias al consenso y debido a que esconde relaciones de poder, se configura de manera tácita. La violencia simbólica y las diversas maneras en las que se expresa se mantienen más tiempo en acción debido a su poca visibilización.
De acuerdo a María José Sáenz Rosales, politóloga por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y activista por los derechos de las mujeres, la violencia simbólica subyace y se reproduce sin que los individuos logren percatarse. “Es una violencia implícita que se produce y reproduce en la cultura, no nos damos cuenta pero tiene un impacto diferenciado en las relaciones de género”, señaló la activista.
Sáenz Rosales apuntó que debido a esto se asume que por el hecho de ser mujer el trato debe ser de una manera determinada. “Esta violencia se presenta en micromachismos con los que nos topamos en la cotidianidad y están implícitos en el lenguaje y en los roles desempeñados en la sociedad; son formas de violencia que no son notorias y fueron enseñadas con la práctica a partir de una construcción social”, explicó.
Los micromachismos incluyen comportamientos, actitudes y gestos cotidianos que son justificados como naturales pero que condicionan la vida diaria de las mujeres. A pesar de que esta violencia pareciera inofensiva, la activista advirtió que las múltiples formas de violencia desembocan en el feminicidio.
Por otro lado, Mayte Solís González, licenciada en sociología por la UAQ y activista feminista, destacó que la violencia simbólica se entrelaza con otros tipos de violencia como la psicológica, la física, la sexual, la comunitaria y la patrimonial: “La violencia está en muchos elementos, hay pequeñas conductas que nos segregan y ejercer la violencia simbólica y esa determinación que subordina y pone a las mujeres en un lugar en específico”. Compartió que existe un doble esfuerzo por parte de las mujeres para ser escuchadas y tomadas en cuenta: “En el ejercicio cotidiano hay que hacer un constante esfuerzo”.
María José Saénz argumentó que dentro de las relaciones de género existe una cuestión de poder que es coercitiva: “Las conductas manifestadas son sutiles pero dañinas; por ejemplo, cuando se evalúa dos veces nuestra opinión, cuando hacemos un comentario o no se nos ve como iguales en una conversación, son pequeñas formas de violencia. La cultura nos antecede y tenemos muchas maquinas de reproducción de verdad como el Estado, la religión y la familia”.
La académica especialista en género, Solís González, enfatizó la manera en la que se proyectan ciertos mensajes hacia las posiciones que ocupan las mujeres en el espacio de lo público: “Hay violencia simbólica en la construcción de mercadotecnia que se utiliza en los medios de comunicación para cosificar el cuerpo de las mujeres o en la forma cómo es tratado el feminicidio y cómo son mostrados los cuerpos de las víctimas en espacios públicos”.
A mediados de este año, la LVIII Legislatura aprobó reformas a la Ley Estatal de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, donde se define a la violencia simbólica como cualquier acto que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmita, reproduzca o incite la dominación, la desigualdad o la discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad.
Erradicar este tipo de violencia requiere una transformación estructural que depende en gran medida de reconocer la desigualdad y el impacto diferenciado en esta. “Una realidad que transitamos las mujeres, una realidad que está permeada de machismo y violencia”, reflexionó María José Sáenz.
Mayte Solís González concluyó que es necesario un ejercicio constante de reflexión de las conductas que se practican: “Tiene que ser tanto en hombres como en mujeres así como cuestionar la manera en la que nos relacionamos y, en nuestro caminar, darnos cuenta de cosas que usualmente no nos detenemos a observar”.