Más allá del asalto a Madera
El verdadero objetivo de este movimiento era, sin rubor alguno, el establecimiento del modelo socialista en México.
A 55 años del intento de asalto al cuartel militar de ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965, aún siguen latentes diversas interrogantes.
Más allá de la figura arquetípica que reviste ese hecho histórico para con el movimiento armado socialista en México, el balance más común que se ha hecho es el de otorgarle un significado (como concepto o representación ideal) que se interpreta como un triunfo político, a pesar de la derrota, por así decirlo, de carácter militar. Sin embargo, esta es la forma más simplista -y cuando no, romántica- de valorar los resultados. De hecho, esta forma de valoración constituye uno de los principales errores que se cometen en los procesos de construcción historiográfica, tal y como se puede evidenciar en varios pasajes de nuestra historia oficial, pero que no está exenta en la narrativa de los movimientos guerrilleros de nuestro país (para no ir más lejos, por lo pronto).
Sin lugar a dudas, el asalto a Madera representa un referente de gran valor histórico, un parteaguas en la gestación de los movimientos armados que estaban por venir. Lo que todavía está a discusión es la necesidad del sacrificio en el que perecieron Arturo Gámiz y sus otros siete compañeros. Hasta ahora, la respuesta a modo de explicación ha sido: Ellos sabían por qué.
Para dimensionar el hecho tenemos que abrir la perspectiva de los antecedentes; es decir, que su valoración no puede hacerse como si se tratara de un acontecimiento aislado. Existe una gran riqueza testimonial previa al asalto cuyos antecedentes nos refieren a un amplio y considerable movimiento social entre el campesinado de la región a través de distintas fases que inician su proceso de gestación a partir de la década anterior. Desde su apego inicial a las formas institucionalizadas al interior de la Unión General de Obreros y Campesinos de México -vinculada al Partido Popular- y su conducción por los medios legales existentes; hasta su radicalización expresada por medio de movilizaciones e invasiones de tierra y transformadas en un plazo muy corto en una alternativa de autodefensa que derivó rápidamente en grupo guerrillero cuando se constató que las vías pacíficas y legales se habían agotado.
Sabemos que el movimiento encabezado por Arturo Gámiz y Pablo Gómez no tenía planteado como un objetivo por sí mismo la resolución inmediata de las demandas del campesinado, así fuera el justo reparto de tierras y el cumplimiento de las políticas agrarias reguladas por la Ley. En todo caso, éstos eran nada más los medios, no los fines. El verdadero objetivo de este movimiento era, sin rubor alguno, el establecimiento del modelo socialista en México, mismo que desde su perspectiva sólo se cumpliría en la medida en que se gestara una vanguardia que encabezara el proceso revolucionario.
Esa es la razón por la que Arturo sostuvo hasta la terquedad la determinación de llevar a cabo el asalto. No había vuelta atrás. Había en su mentalidad la convicción de que, una vez llevado a cabo el asalto, las masas campesinas le seguirían levantados en armas. Una convicción a fuerza de voluntarismo, error que heredarían la mayoría de los movimientos guerrilleros que le siguieron.
En este sentido, Arturo sostenía una visión más radical y avanzada que la de Lucio Cabañas. Ambos, egresados de normales rurales y con una militancia previa en partidos de izquierda -a los que con la misma dureza desacreditaron como vanguardia del movimiento revolucionario-, llegaron a la conclusión de que la vía armada era la única alternativa viable para cambiar el actual estado de cosas. Para Arturo el cambio de condiciones tenía que ser radical: la destrucción del Estado capitalista y de su aliada la burguesía, como condición previa para el arribo del socialismo. En cambio, para Lucio, si bien compartía los mismos objetivos, su visión era más regional, menos radical si acaso en términos ideológicos. Arturo hablaba de una vanguardia encabezada por los estudiantes y al frente del movimiento campesino, pero consideraba que la clase obrera no se encontraba preparada para esa misión. Por su parte, Lucio desconfiaba de los estudiantes y si bien no desacreditaba la vocación revolucionaria de la clase obrera, preponderaba el movimiento campesino como el vehículo ideal que impulsaría -como al principio de ese siglo- el cambio revolucionario.
En el recuento, el grupo dirigido por Gámiz había realizado ya para 1964 varias acciones que lo llevaron a considerar la necesidad de pasar a una etapa superior del movimiento. Entre enero y febrero de ese año llevan a cabo la destrucción de varios puentes que conectan los aserraderos de la región, y que por primera vez se adjudican con el nombre de Grupo Popular Guerrillero; el 5 de marzo Salomón Gaytán ajusticia a Florentino Ibarra, el asesino de Carlos Ríos; el 13 de abril incendian una estación de radio y luego escapan de dos campañas del Ejército en la sierra; el 15 de julio ejecutan la acción más exitosa y notoria que habían realizado hasta entonces: la toma por asalto del cuartel de la policía judicial de Dolores, encabezada por el temible Rito Caldera, al que junto con su grupo de rurales son desnudados y desarmados quedando a punto de ser fusilados, lo que no sucede gracias a la prudencia del propio Arturo, quien se opone a la ejecución de los policías, a los que sin embargo les expropian una buena cantidad de armas y municiones.
Confiados en la efectividad de las acciones anteriores, a mediados de febrero de 1965 efectúan una emboscada a un pelotón del 52 Batallón de Infantería en las inmediaciones de la sierra de Madera, expropiándoles esta vez sus armas, municiones, un radio trasmisor e, inclusive, las botas. Todos estos acontecimientos son los que determinarán la decisión de Gámiz de retomar la idea de asaltar un cuartel militar: el de Ciudad Madera.
Las condiciones en cómo se planea y cómo se ejecutan forman parte de una serie de cuestionamientos que a 55 años de distancia todavía se encuentra a discusión. Conocemos de los preparativos llevados a cabo en la Ciudad de México, de las reuniones de deliberación y de los distintos puntos de vista con respecto de cómo conducir el emergente grupo armado y de las sospechas que se cernían en torno a la seguridad del movimiento, en particular, sobre la ejecución de la acción armada. Sabemos, también, que existe un grupo, tanto en el Distrito Federal como en la ciudad de Chihuahua, que cómodamente pretende asumir la conducción del movimiento y de las sospechas fundadas que existen entorno al enigmático capitán Lorenzo Cárdenas Barajas, cuya infiltración y delación queda comprobada demasiado tarde.
Todo ello nos permite hacer una breve recapitulación: Como producto de la reunión del 2 de septiembre se acuerda que los hermanos Antonio y Salvador Gaytán Aguirre, que conocen la sierra, trasladen el armamento arrebatado al Ejército desde Cebadilla, donde lo tenían escondido, hasta Santa Rosa de Ariseáchic, pueblo en donde se concentraría el grupo dos días antes de la ejecución del asalto, es decir, el 17 de septiembre. Hoy sabemos de las peripecias que enfrentan ante la escases de recursos y las condiciones naturales, lo que propicia que nunca lleguen a la cita.
Las cosas se complican ante la dificultad de entrar en contacto con el grupo que venía de la ciudad Chihuahua con la misión de concentrarse en Madera. Uno de esos grupos debía trasladar la otra parte del armamento a dicho poblado, pero de manera inexplicable se extravían. Hasta que el día 19 de ese mes empezaron a notar que son vigilados por la policía; nerviosos deciden esconderse y al día siguiente se internan entre los cerros sin haber hecho contacto. Finalmente, desconociendo el objetivo y la fecha del operativo, el día 21 deciden regresar a Chihuahua.
Frente a los acontecimientos la primera opción es esperar, pero al cabo de dos días Arturo toma la determinación de modificar el plan y comoquiera ejecutar el asalto; con todo y que de última hora reciben información sobre la presencia de los soldados que supera por mucho a los acostumbrados. Se trata, ya para entonces, de apenas 13 elementos con un armamento viejo e inadecuado.
En estas condiciones Pablo Gómez retoma el planteamiento de suspender el ataque. Pero en esta ocasión ya no hay quien lo respalde, frente a la firme determinación de Arturo por ejecutar el ataque el resto del grupo está de acuerdo en llevar a cabo la acción a toda costa. El joven dirigente argumenta que suspender el ataque resultaría peor ahora, sobre todo si ya habían agarrado a sus compañeros; sostiene que eso los ubica en una posición más vulnerable porque los obliga a pasar a la defensiva y que para eso no están preparados; por tanto, -concluye- es necesario lanzar el ataque y esperar el respaldo de sus bases.
Es el amanecer del 23 de septiembre de 1965.
*Autor de Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México (1960-1990).