Actualidad de 1994
Más allá de discrepancias y enfados por su inflexibilidad frente a la actual coyuntura política, y más allá de que le asista o no la razón histórica, el zapatismo levantó un sistema de pensamiento y es una reserva de dignidad
Si hay días que condensan años y años que condensan siglos, 1994 reúne, de manera concentrada, todo el siglo XX mexicano. Para dar cuenta de la crisis del Estado y la violencia política están los crímenes de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu. Para dimensionar la supremacía del mercado global, ahí está el Tratado de Libre Comercio. Y para mostrar la viva centralidad de los excluidos, ahí están, con toda la fuerza de una escenificación ultracontemporánea, los indios de nuestro sureste insumiso.
Ese larguísimo año comenzó antes, con el narcoasesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, y terminó después, con la aparición del movimiento El Barzón, el símbolo más robusto de la pauperización de la clase media. Estos nudos problemáticos, junto con los tres anteriores, son de trepidante actualidad, de modo que los últimos 25 años constituyen un dilatado presente fundado en 1994.
Sólo los enterados sabían que inauguraríamos 1994 con una muy original rebelión armada. En las periferias, ni idea. De Chiapas sólo sabíamos que era uno de los santuarios de la miseria ancestral, y acaso tuvimos vagas noticias de que al comienzo del verano anterior varios militares habían caído en un enfrentamiento, la posterior instalación de un puesto militar en Nazaret y los anuncios de una inversión federal inédita en municipios que, después se sabría, formaban parte de la zona de influencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Desde el primer día de 1994, la mediática figura de Marcos sedujo a muchos y la región se volvió centro de peregrinación internacional. Desde entonces, el zapatismo ha ensayado variadas fórmulas de participación política, que van desde la Convención de Aguascalientes, hace 25 años, hasta la fallida candidatura presidencial de María de Jesús Patricio. Por cierto, no obstante haber sido la aspirante independiente con más respaldos genuinos, esta incursión electoral evidenció el disminuido tamaño del zapatismo civil. En guerra con la clase política en general, y congruente con su visión “polpotiana” (Payán dixit), el EZLN está hoy definiendo su relación con el nuevo gobierno federal.
Con todo y nuestras simpatías con la causa de fondo, desde el Bajío es difícil compartir el actual diagnóstico del zapatismo, pues parece buscar, al menos en el plano declarativo, un rol de opositor frontal. Está pasando por alto que, si bien la nueva administración es resultado de una coalición de fuerzas que incluye retazos del viejo régimen, incluye a una izquierda que contribuyó a la democratización del país con cientos de caídos. Es evidente, con el enfrentamiento, el EZLN nada tiene que perder y sí cualquier cosa por ganar.
Desdeñoso, con ocasión de los 25 años del alzamiento, el zapatismo recuperó su beligerancia y recurrió a un léxico radical que incluye el llamar “loco” y “mañoso” a un presidente que, ante sus ojos, sólo merece mentadas de madre. Se está equivocando de enemigo. Su inflexibilidad no excluye algunas razones a su favor como, por ejemplo, su escepticismo ante las posibilidades de cambio profundo, pues “podrán cambiar al capataz, los mayordomos y caporales, pero el finquero sigue siendo el mismo”, en alusión a los poderes dominantes encubiertos, nacionales y globales.
Más allá de discrepancias y enfados por su inflexibilidad frente a la actual coyuntura política, y más allá de que le asista o no la razón histórica, el zapatismo levantó un sistema de pensamiento y es una reserva de dignidad. Contribuirá a mantener el tema indígena en la agenda pública y, si lo que resiste apoya, presionará para que el nuevo gobierno se mantenga fiel a su encomienda. Su palabra tiene sentido dentro de la democracia, que en su dimensión más radical no es otra cosa que mandar obedeciendo. Como nunca, persiguiendo el sueño de un mundo sin excluidos, donde nadie sobra y donde nadie estorba, se actualiza la certeza de que otro mundo sí es posible. Sí, un mundo donde quepan todos los mundos.