Es hora de cuidar lo propio
No se trata de un discurso triunfalista, sino de una evidencia: la vida pública en México permite hoy una participación ciudadana más directa, amplia y definida que en los 25 años previos. Aunque aún con muchas deficiencias, sin duda ésta es una etapa pública más abierta; posibilita la participación decidida y definida de los ciudadanos.
En las redes, Jorge Zepeda Patterson publicó el 5 de mayo pasado que, si bien el actual presidente de los mexicanos es “atípico, provocador y más rijoso de lo que quisiéramos”, sin duda su gestión marca “un antes y un después” respecto a la corrupción y el dispendio que se ve entre funcionarios públicos. Esto concita odios y agresión en contra suya de parte de quienes ven dañados sus intereses (egoístas). No sólo Zepeda lo dice. Muchos otros ciudadanos también.
Son multitud quienes coinciden en que la población misma ha de “cuidar” a AMLO, pues se mueve en terrenos muy pantanosos. Los peligros que lo acechan no se deben sólo al cargo nacional que tiene –por el cual fue elegido en masa en los comicios pasados–, sino porque su gestión efectiva posibilita que la gente lo vitoree de corazón o, también, le reclame o lo vitupere. Comparado con los presidentes de los últimos períodos, es el único que da la cara al pueblo –todas las mañanas, por lo menos–; le permite que conozca datos fieles de la corrupción en Pemex y de lo que se conoce como huachicoleo, que sepa de problemas en varias estancias infantiles, del abuso del poder y la arbitrariedad en la SEP y su sindicato, que se entere del desabasto que limita las labores de la SSA y la mercantilización de la salud, de la corrupción de algunos periodistas y columnistas (hoy encolerizados porque se les ha cortado el abasto multimillonario mensual por su silencio o distorsión informativa), etc., etc.
Es tan bueno y tan sano socialmente que mucha gente aplauda el proyecto de construir el aeropuerto alternativo en Santa Lucía, o la creación del Tren Maya, o la reforma educativa propuesta por el régimen de AMLO, como altamente valioso es que mucha gente se oponga a esos proyectos y lo exprese abiertamente en las calles o en los medios. Por eso se necesita un gobierno abierto. Ni con Fox o Calderón o Peña uno se podía enterar y, menos, discordar de esas prácticas.
En todo el país se sabía, pero pocos lo decían abiertamente: México está atravesado por la corrupción, la impunidad, el robo que a diario realizan funcionarios y empresarios privilegiados, compañías extranjeras que –a la vista de todos– se han apoderado del patrimonio natural y cultural mexicano. El estudio minucioso de las riquezas que los europeos se llevaron en tiempos de la conquista y la colonia lo deja a uno estupefacto; pero enterarse del monto de los bienes naturales y culturales que las empresas transnacionales y expoliadoras actuales obtienen supera toda capacidad imaginativa. Es ignominioso que hoy, mientras usted está leyendo estas breves consideraciones, haya 16 mexicanos que concentran más de 141 mil millones de dólares (según el informe anual de la banca suiza de 2018: Billionaries report 2018). No se trata, por el momento, más que de mexicanos; otro asunto, más peliagudo todavía, es el de los extranjeros en esta condición.
En la propia cara de todos los mexicanos, a la luz del día y con el mayor cinismo posible, el pueblo sufre de un latrocinio inimaginable…, pero sí contable.